Muckraker

A muckraker seeks to expose corruption of businesses or government to the public. The term originates with writers of the Progressive movement within the United States who wanted to expose corruption and scandals in government and business. Muckrakers often wrote about the wretchedness of urban life and poverty, and against the established institutions of society, such as big business.

In British English usage the term tends to have a more negative connotation, indicating a greater sense of prurience.

From Wikipedia.

anestesia. (www.rae.es)

(Del gr. ἀναισθησία).

1. f. Falta o privación general o parcial de la sensibilidad, ya por efecto de un padecimiento, ya artificialmente producida.

2. f. Acción y efecto de anestesiar.

3. f. Sustancia anestésica. U. t. en sent. fig.

¿Qué clase de fármaco será el que recibimos diariamente por vía audiovisual? Porque desde luego padecemos una alarmante privación de la sensibilidad.

Acepciones segunda y tercera

crisis.  (www.rae.es)

(Del lat. crisis, y este del gr. κρίσις).

1. f. Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente.

2. f. Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales.

3. f. Situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese.

4. f. Momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes.

5. f. Juicio que se hace de algo después de haberlo examinado cuidadosamente.

6. f. Escasez, carestía.

7. f. Situación dificultosa o complicada.

Sobre el terror y el horror

El ser humano ha sido, es y será, presa de numerosos miedos, desde sus orígenes. Entendemos terror como aquella sensación previa a una situación de horror, como el miedo previo, y más profundo, al pánico todavía no experimentado ante una situación de confrontación con aquello que nos provoca aversión o repulsión. El horror se produce pues tras el contacto con el hecho o situación objeto del miedo. En demasiadas ocasiones, el terror viene determinado por la ignorancia, por el desconocimiento de qué monstruo se esconde bajo la cama. Viene dado en muchos casos por la imaginación del homo sapiens, capaz de anticiparse a lo desconocido y de crear modelos sin el fundamento del hecho horroroso posterior. Ante esta situación terrorífica, valor, pragmatismo. Una aproximación a tiempo nos evitará miedos posteriores.

Por cierto, aquello que más debería aterrar y horrorizar al ser humano es un espejo.

Tánger

Sólo el que ha estado en Tánger puede entender esto:
«Tánger llora a los que no la conocen y los que la conocen la lloran«.
Próximamente publicaré algunas de mis experiencias en esta ciudad mágica, que me trajo el recuerdo de días de la infancia en casa de mi familia ceutí, el olor del tajine de pollo, del té y las pastas, de los primos, de la risa inocente.

Una ciudad que acoge a gente de todo tipo, que parece tener la misión de desmontar nuestra forma de vida, nuestro frenesí, nuestra voracidad existencial. Existe otra forma de vida. No leas el Elogio de la lentitud, nosotros no somos estadounidenses, ni franceses, ni alemanes. Simplemente visita a ese país vecino al que damos la espalda. Con toda probabilidad te redescubrirás. Visita Asilah, ciudad de artistas, a la que pertenece esta puerta. Lee a Choukri en el avión, empápate del magnetismo del Cinema Rif. Saca la cabeza por la ventana del coche en marcha,  de noche en la parte atlántica de la ciudad, con los ojos en el cielo y el océano. Aprende a humanizar a la gente, sonríe, escucha Gnawa Difussion. Recrea a los fantasmas de escritores ya desaparecidos en el café Haffa, siéntate frente al mar y mira la península, apéndice de Europa, desde otra perspectiva.

Aquí están algunas fotos de mi experiencia, para todo aquel que quiera descubrir la ciudad que me ha cautivado.

Saludos, y choukran.


Café Tertulia

El gemido agónico de unas bisagras terminales anuncia nuestra llegada. El camarero, un tipo sin muchas ganas de estar en ninguna parte, levanta las cejas a modo de pregunta. Queremos un cortado y una manzanilla. Hoy no me encuentro demasiado bien del estómago, le comento a mi compañero. Un individuo desde la barra nos lanza una mirada de soslayo, no parecemos preocuparle demasiado. Junto al cristal que da a la calle, hoy del color de los días anodinos, una pareja habla en voz baja acerca de algo que les ocurrió ayer. Subimos las escaleras, aún es pronto. Al llegar al primer piso, elegimos una mesa situada en una esquina, aquí estaremos cómodos. Dejamos chaquetas y mochilas, sacamos lo que llevamos en los bolsillos, llaves, cartera, un paquete de tabaco y poco más.
¿Cómo es?
Especial, aunque suene tópico. Un tipo entrañable, y/pero especial.
El camarero sube, yo extraigo mientras el manuscrito de una mochila de ante, una reproducción de la que llevaban en su momento los carteros estadounidenses, que alguien le regaló a mi padre. Garabateado en la portada, una dedicatoria personal, de las que ya no suelen leerse.
Aquí tenéis.
La manzanilla humea, y el café eclipsa su olor. El camarero baja despacio las escaleras con la bandeja bajo la axila, apoyándose en la barandilla. Miro el reloj, saco las gafas, hago un repaso de última hora del libro del que vamos a hablar.
Las bisagras gimen de nuevo pidiendo auxilio, él mira al frente, luego hacia arriba, y nos ve. Su manera de entrar en el local le delata. Ha entrado en muchos a lo largo de su vida. Sube las escaleras, yo trato de adoptar la postura que a mi entender un editor debe ofrecer. No lo consigo. Se sienta, sus ojos nos analizan durante unos segundos. Nos tiende la mano a ambos, de manera un tanto más efusiva, pero moderada a mi amigo, ellos ya son viejos conocidos.  Comentamos un par de asuntos sin importancia, qué difícil es aparcar aquí, desde luego, el barrio está imposible. Él pregunta, ¿entramos en materia? Sí, será mejor, pienso, mientras se me resbala un bolígrafo de las manos que acaba cayendo de forma torpe al suelo.
Despliego mi crítica, mis observaciones, las anotaciones que había hecho mientras lo leía con un rotulador verde. Me observa desde su rostro enjuto, su postura hace ver que aguarda pacientemente a que termine. Un derroche de medios para quien tiene mucho que contar y la necesidad imperiosa de hablar. Termino, es su turno ahora. Hablamos de los pormenores de la relación contractual, del futuro de la obra, su difusión, su promoción. Me dice que le gustan las editoriales independientes, cosa que celebro. Hablamos de Carver, de Burroughs, de Kerouac y de Wilco. De Álix, de Cormac McCarthy, de los Stones. La persona que tengo sentada frente a mí, que habla de algo y a la vez piensa en otra cosa se define como un melómano. Me habla de su interés en publicar el libro, Gas Ciudad. Un nombre perfecto. Es exigente pero comprensivo, profesional, pero agradecido. Establecemos el plan a seguir, apunta algo en una pequeña libreta verde que guarda en su chaqueta negra. Juguetea con la braga verde que lleva al cuello. No sé qué edad debe tener, tal vez ronde la cincuentena. Tal vez más. Apura una botella de agua mineral y me comenta que tiene en mente otro proyecto, un libro extraído de material de sus bitácoras, que rellenó, y probablemente sigue rellenando, desde hace años. Pero esto es ya otra historia. Se levanta como impulsado por un resorte, mira a ambos lados, la cabeza apuntando 45º desde la vertical. Se despide de forma escueta y se marcha. Lo vemos bajar por las escaleras apresuradamente y desaparecer por la puerta. Es un escritor al que admiro desde hace tiempo. Se llama Abelardo Muñoz. Un nombre que una vez aprendido resulta imposible olvidar.