🦠 Fin del estado de alarma [sale mal]

Nos hemos adaptado tanto a la cuarentena que ya no queremos volver a lo de antes, todos seguimos fingiendo que hay un virus ahí fuera pese a que han pasado ya casi diez años desde su erradicación total. Fernando Simón se ha jubilado pero todos los días a la hora de comer se reponen sus comparecencias. Casi todo el mundo es youtuber: se ofician aplausos sacramentales como siempre a las ocho, se imposta la euforia porque el desinterés se castiga con el escarnio público por megafonía, los balcones son objeto de todo tipo de supersticiones. La mascarilla es la nueva kipá. Amancio Ortega ha sido canonizado. Las televisiones se han fusionado en una única cadena que emite veinticuatro horas de cifras sin contrastar. Wuhan es la nueva Jerusalén. Todos los niños nacidos durante el confinamiento son agorafóbicos y la mayoría de ellos se llaman Corona o Covid. La curva es la nueva cruz. Salve.

🦠 El joven Karl Marx

Si dices Marx y no tiene que ver con los Hermanos invocas un homúnculo que se aparece vociferando el nombre de Stalin, de Chávez o de Pablo Iglesias. Mentar al filósofo es mentar a la bicha. Marx no se puede decir. Da igual que supiese ver los problemas de su mundo con asombrosa nitidez, que sea uno de los pensadores más brillantes de la historia. Si dices Marx eres comunista e hincha de los regímenes que se han apoyado de forma mezquina en sus ideas para justificar lo injustificable. Bueno. Por eso se disfruta tanto esta película de El joven Karl Marx, del Marx humano y no concepto. Marx no es sinónimo de marxismo. Pegadle un vistazo, merece la pena [podéis verla en Filmin]. La dirige el cineasta haitiano Raoul Peck, autor del muy celebrado documental I Am Not Your Negro.

🦠 «No creo en el coronavirus». Lo de la conspiranoia

La conspiranoia se desmonta con hechos. Los conspiranoicos y los magufos caen siempre cuando se analizan «sus fuentes», muchas de las cuales suelen ser lo que se han levantado creyendo ese día o lo que les han contado pero no pueden revelar. La gente está dispuesta a creer cualquier bobada porque la realidad es muy prosaica y jodida. Pero es así, chico, qué se le va a hacer. Una vez un tipo se inventó de broma que Australia no existía, que era todo una conspiración, y enseguida ya tenía gente que le creía. Véase los terraplanistas o los antivacunas. Es ridículo, pero es real. Es más fácil ganar dinero diciendo que se te ha aparecido la Virgen que investigando para dar con una cura para una enfermedad letal.

Lo peor es que suelen pintarse como guerreros por la verdad, cuando lo único que hacen es propagar la ignorancia. Nos piden que salgamos de Matrix pero viven en una película. Escriben sus delirios haciendo uso de aparatos y redes que han nacido de la ciencia, nunca de sus magias, pero luego desconfían por sistema de lo científico. No «creen» en enfermedades pero luego las padecen y van corriendo al oncólogo o al centro de salud en lugar de confiar en sus certeras intuiciones. El problema es que entre que dicen una estupidez y se contradicen, hacen daño, irritan, obstaculizan. El poder miente, y ellos desinforman.

De veras: a veces me encantaría tener su capacidad para esquivar las peores verdades de la vida con tanta facilidad. Me encanta la fantasía, pero no vivo en ella. Ojalá.

🦠 Breve reseña de Upstream Color

Upstream Color, segunda película de Shane Carruth, director juanpalomiano de la enrevesadísima Primer, me llevó anoche de lo epifánico a arquear la ceja, de querer saber más a querer saber algo, de confiar en algún punto de agarre repentino a dejarme llevar ya del todo por la pendiente decidiendo si el rey está desnudo o si en lugar de cine esto es videoarte. Si Primer era un mecanismo intrincadísimo producto de la mente de un director que es ingeniero y matemático, Upstream Color es un fruto mixto de sus inquietudes emocionales y metafísicas, y de la impresión que le ha generado leer a Thoreau, en concreto, Walden. La venden como ciencia ficción, pero qué va. Es la hija de una fábula y un sueño.

🦠 Sílithus, de Enrique Falcón

Vengo del futuro: en un tiempo muy anterior a este Enrique Falcón no llegó a ser maestro mío en jesuitas pero sí lo fue posteriormente en un taller de poesía en la universidad que me cambió la vida. Hoy he pasado el Día Mundial de la Poesía leyendo Sílithus (La Oveja Roja, 2020) -y sus anotaciones-, apocalipsis que ha escrito durante años y que ha entregado hoy a la gente. Madre mía. A ver:

En los esqueletos silíceos de los radiolarios se ha revelado lo que está pasando-ha pasado-pasó-pasará: las prisiones, las plantas eslabones entre la tierra y el Sol, los perros y los niños tristemente relacionados por nuestras operaciones criminales -las del vecino, las nuestras- en la República Centroafricana, el árbol donde cuelga la ixtab diosa maya de los suicidios, la realidad worldofwarcraftiana, warcraft, el arte de la guerra. Insectos.

Arranca la tercera parte, el Libro de las luminarias, y pienso en Rusia y en un margen aparece el botánico Timiriázev, estoy leyendo poesía, pienso, la estoy leyendo como quiero leerla, de algún modo ha habido un intercambio, mis receptores neuronales han hecho chas con los neurotransmisores botánicos-biológicos del autor.

Termino el libro muy en otra parte, con los ojos galácticos hiperfuturistas, y descubro que todavía queda la revelación final: las anotaciones de Sílithus son caer al universo falconiano como Antman cae al universo cuántico o el Doctor Strange a las dimensiones escondidas de las artes místicas. En un tiempo muy anterior a este -como se dice en Sílithus-, empecé el viaje.

Descarga la versión de regalo de Sílithus, de Enrique Falcón, aquí.

🦠 Take Shelter y Chardon (Ohio)

Take Shelter juega de maravilla con el pasar y el no pasar: Michael Shannon tiene una expresión facial anfibia que lo hace ideal para estos papeles en los que no se sabe si es un alucinado o un visionario -como en Bug-. En este caso interpreta a un Noé moderno con antecedentes de enfermedad mental en la familia que vive en un pequeño pueblo de Ohio, y al que unas pesadillas recurrentes lo convencen de construir un refugio antitormentas para protegerse de lo que tiene que venir.

Hace dos décadas -se dice pronto- pasé quince días en un pequeño pueblo de Ohio. Vivíamos en una casa de madera rodeada por hectáreas de terreno y recuerdo que casi lo primero que nos mostró nuestra anfitriona fue el refugio en el sótano. Un día nos pasó cerca un tornado y subimos al tejado a ver cómo el cielo se ponía amarillo. Yo nunca había conocido una forma de vivir como la de aquel lugar. Allí las horas tienen más minutos y el cielo menos obstáculos.