Calç blanca, negro carbón

A la familia de calciners de Llutxent de Toni Canet les decían los Cachanos por el diablo, a los carboneros de Formiche Alto los Zahumaos: yo había ido a la inauguración de la Mostra de València [#LaNostra] a celebrar el Mediterráneo cinematográfico y a conocer un homenaje póstumo y me he encontrado con una conmoción en el palco terciopelo rojo del Principal, no había visto nada de Canet ni sabía por qué decían en la presentación quienes le conocieron que podía «levantar una pared de piedra o escribir un bello poema», tampoco por qué el cine, la tierra y la amistad eran factores canetianos, y entonces se han apagado las luces y Pep Gimeno «Botifarra» -cuya voz telúrica conocí en unas lejanas fallas en Arrancapins- y el gutural y sísmico Miquel Gil cantaban que es mejor construir hornos de cal que «segador d’arrós i que em piquen les cuquimanyes» en su pueblo frente a un templo del fuego en ciernes del que sacarán el mineral blanco de la cal.

Calç blanca, negro carbón: en Formiche Alto Canet rinde culto a los últimos carboneros de los de antes, vaya si saben también hacer fuego en Teruel, saben cantar y materializar volcanes a escala con su escalera hasta la cima, entonces pienso que Werner Herzog es el Toni Canet alemán por eso de los volcanes y el parentesco narrativo, porque como decía su hija era sobre todo un gran contador de historias como esta de los oficios ancestrales, porque la película trata de la construcción de dos hornos y es un retrato de despedida a unos tiempos que se apagan con las últimas hogueras y con las últimas vidas que alimentaron. Qué gozo ver a hombres y mujeres parcos en palabras hablar y reír y entenderse en el lenguaje del trabajo, compartir sus trece años, hay que ver cómo de afines a la tierra y a los árboles son sus cuerpos, qué bien cantan jotas con la cara negra de zahumao, qué finas las aclaraciones ecológicas de Canet y qué catarsis la del final de la película con un aquelarre de flamenco magmático frente al éxtasis del fuego antes de que sus llamas alquímicas y los últimos humos de un presente pasado se desvanezcan del todo.

Breve diario y guía de Estambul

🇹🇷 (I) En la megalópolis Estambul -antes Constantinopla, antes Bizancio- parece que un accidente espacio-temporal ha entreverado los ríos humanos más frenéticos, eclécticos y eléctricos con los masajes faciales en barberías y los hombres enjutos como un sarmiento de metabolismo pacífico, mirada perdida y vaso de té en la mano: no hay un tiempo sino muchos tejiendo un tapiz irreversible con las fibras de sus quince millones de habitantes, he visto un cuervo también a la sombra en una rama y una cantidad de rostros tan dispar como no había encontrado nunca, y también un concierto de voces jondas, orientales y mediterráneas que soplaban vida a la calle aquí a orillas del mar de Mármara en la puerta continental entre dos, o cientos de mundos.

🇹🇷 (II) Según el mito, la gran loba Asena es la madre del pueblo turco: solo un niño sobrevivió a la matanza de su tribu a manos de una tribu rival al oeste de la actual China; escuchando sus lamentos la loba Asena se compadeció y lo recogió, y cuando el niño creció y se convirtió en hombre se apareó con él, dando a luz a diez criaturas medio humanas medio lobunas que serían el origen de la fiereza de los otomanos.

🇹🇷 (III) En la mezquita de Solimán el Magnífico un vigilante juega con un gato que mordisquea a quienes se descalzan para entrar en la tumba de Hürrem -Hürrem significa sonriente, el nombre auténtico de su aguerrida esposa ucraniana [o entonces polaca] era Anastasia Lisowska-, o se zafa y se tumba en la alfombra: los estambulíes cuidan tanto a los animales en su ciudad que se diría que esta es la ciudad de los gatos, hay un gato a cada paso y todos hacen lo que quieren donde quieren: en un toldo, sobre una mesa de un restaurante, a la entrada de una tienda o en el descanso eterno y turístico de la esclava pelirroja que acabó siendo una de las mujeres más poderosas de todos los tiempos.

Gatos de Estambul.
Gatos de Estambul.
Gatos de Estambul.
Gatos de Estambul.
Gatos de Estambul.

🇹🇷 (IV) No he venido hasta aquí a por pelo -aún- pero puedo decir que esta nación que es la meca de los alopécicos del mundo tiene en sus jóvenes y sus densas cabelleras el mejor reclamo comercial posible.

🇹🇷 (V) Büyükada es la mas grande de las islas Príncipe que descansan en el Mármara, lugar paradisíaco de retiro forzoso para nobles y también para Trotsky, que se fue para allá a cumplir con su destierro. La que fue su casa es ahora una ruina de madera sin identificación alguna casi oculta por la vegetación tras un majestuoso palacete -you see big, very good palace? nos han dicho en un puesto de venta de helados, y luego un gesto de descenso hacia el mar-. Natalia recordaba haber pasado el palacio y yo le he preguntado a un vecino que tiraba la basura en la calle que bajaba. ¿Trotsky? Es esta, me ha dicho en un inglés aburrido señalando el muro adyacente al suyo. ¿Esta? Esta.

Casa de Trotsky en la isla Büyükada de Estambul.

🇹🇷 (VI) En el Parantez una mujer joven que imagino iraní -guapa, elegante, melena negra corta, vestido negro, tacones, bolso negro, mirada lunar- bebe una cerveza tras otra y fuma un cigarro tras otro sin seguir apenas las baladas que llenan la calle de sentimiento asiático: no mira el móvil en ningún momento, se toca el pelo, solo un gato perezoso la hace sonreír. Pienso que podría ser alcohólica y solitaria, la dueña del bar, o mejor, de todo este callejón selvático de los prodigios.

🇹🇷 (VII) Soy consciente de que no nos va a dar tiempo a descifrar la enigmática relación simbiótica de los estambulíes con los gatos, mientras tanto, se hace lo que se puede.

Gatos de Estambul.
Gatos de Estambul.

🇹🇷 (VIII) Suaves conmociones lingüísticas: no es buena idea sorprenderte por algo y exclamar ¡ala ala ala ala ala! en una plaza atestada de gente en Estambul.

🇹🇷 (IX) Hazme una foto así, como que todo me es turco.

Barrio de Beyoglu en Estambul.

🇹🇷 (X) En ninguna parada del Sahaflar Çarşısı, el mercado de libros de segunda mano al que se accede por un pasadizo junto al Gran Bazar, ni en librería tras librería en que he ido preguntando por toda la ciudad: ni un libro de mitología turca en inglés, español, francés, italiano o portugués, nada que pueda entender. Del Corán sin embargo pilas de ejemplares gratis en todos los idiomas en la Mezquita Azul; he cogido uno aunque tengo otro en casa que ya leí. En este Estambul del Islam te acuerdas con la llamada al rezo megafónica, que desde aquí se escucha menos que la armónica que sube por la ventana desde el Kum Saati Jazz Blues Bar, aunque por supuesto eso no significa nada, porque mi mirada sobre este contraste mayúsculo con forma de capital ancestral es de momento tan solo un arañazo.

Gatos de Estambul.
Gatos de Estambul.
Sahaflar Çarşısı En Estambul.

🇹🇷 (XI) Hoy este gato gris con el que jugábamos se ha alejado para vomitar y un hombre que pasaba se ha acercado a él a preguntarle qué le pasaba, a ver si estaba bien. Se dice que Mahoma tenía una gata que se llamaba Muezza a la que estimaba mucho y que una vez se cortó parte de la manga de la túnica sobre la que se había dormido el animal con tal de no despertarla, y también hay un dicho estambulí que advierte de que quien mate un gato debe construir una mezquita. Voy comprendiendo.

Gatos de Estambul.
Gatos de Estambul.
Gatos de Estambul.

🇹🇷 (XII) Pareja discute airadamente en ruso en calle principal de Estambul, uno le dice al otro algo que suena muy mal.
Natalia: ¡Uy lo que le ha dicho!
Yo: Qué le ha dicho qué le ha dicho.
Natalia: Algo así como engendro de agua pantanosa.
*En ruso existe un insulto tan increíble como
ENGENDRO DE AGUA PANTANOSA (viene a ser shmo balotnaya).

🇹🇷 (XIII) Desde hoy hasta el jueves más de mil quinientos millones de musulmanes de todo el mundo celebrarán el Eid al-Adha -o Kurban Bayramı en turco-, la Celebración del Sacrificio que nosotros conocemos como Fiesta del Cordero, en la que se conmemora que Abraham estuviese dispuesto a sacrificar a su hijo Ismael a petición de su dios, que al final cambió al chico -que según el Corán había aceptado su destino también- por un cordero.

Beyoğlu ha quedado casi desierto porque los trabajadores han vuelto a sus casas con la familia. Hoy el transporte público es gratuito. Compartimos asientos y conversación en el ferry hasta Üsküdar con una familia neoyorquina que habla en inglés con nosotros y lo que me parece hindi entre ellos. Nos ofrecen algunas recomendaciones para disfrutar del atardecer en esta orilla. Me acuerdo de todo lo que dice Pamuk sobre el Bósforo -que según afirma significa garganta y efectivamente se ha tragado a gente- en su libro Estambul: Ciudad y recuerdos que se ha traído Natalia. Para el nobel estambulí el Bósforo lo es todo aquí, y yo creo que tiene razón.

🇹🇷 (XIV) El barrio se ha animado por la tarde.

Estambul durante el Eid al-Adha.

🇹🇷 (XV) La gata Tombili del barrio de Kadıköy en Estambul ya era muy querida aquí antes de volverse mundialmente famosa por una foto que la retrataba en su célebre pose a la hora de practicar la vida contemplativa. A su muerte se le erigió un pequeño monumento en bronce que inmortalizaría su actitud, pero algún malnacido lo robó, lo cual provocó una terrible indignación popular, sublimada en este tweet del periodista Tuncay Ozkan: «Han robado la estatua de Tombili. Son enemigos de todo lo bello. Todo lo que conocen es el odio, las lágrimas y la guerra». Tras una semana en paradero desconocido la estatua apareció, y tiempo después fue retirada por unas obras, así que no la hemos podido ver, aunque según se dice todavía se puede encontrar a la Tombili de carne y hueso en su calle virtual en Google Maps.

La gata Tombili.

🇹🇷 (XVI) Las sirenas que acompañan a los barcos del Bósforo me llaman con más insistencia a medida que se acaba mi viaje: en el minúsculo bar de Mehmet Usta junto al puerto se comen los mejores dürüms de pescado que uno pueda imaginar, sobra decir que ese bocadillo pringoso al que llamamos kebab en València poco tiene que ver con lo que se prepara aquí, delicious fish wraps without bones pone en el cristal del cubículo del cocinero que solo prepara un plato a lo largo del día, mucho perejil y mucho limón y un bote de guindillas pequeñas y amarillas sobre cada una de las mesas en el asfalto que son como para estar casi en cuclillas. Toda la calle huele a pescado a la parrilla y las gaviotas muy cerca cantan y se lanzan a por las cabezas y vísceras que les arrojan al mar los camareros desde los restaurantes del puente Gálata al terminar el turno entre los sedales de las cañas perezosas y perennes de los pescadores estambulíes a punto de convertirse en estatuas de sal.

🇹🇷 (XVII) Quizás porque a los perros trató de exterminarlos el partido conocido como Jóvenes Turcos hace algo más de cien años de un modo terrible, abandonándolos a miles sin comida ni agua en la isla Sivriada para modernizar un Estambul que aún era Constantinopla, ahora todos los que te encuentras en la calle son grandes, perros grandes y apáticos por el calor que lucen toscos chips en la oreja para indicar que hoy ya no los quieren matar, sino todo lo contrario. Aun así parecen haber heredado el recuerdo de aquel exterminio en un amago de recelo y tristeza en la mirada, aunque ahora formen parte del paisaje estambulí, aunque desde su retorno a la ciudad volviesen a ser tan estambulíes como los estambulíes humanos o felinos. Hay quien vincula incluso el odio que desarrollaron los ciudadanos al gobierno canicida y las protestas generalizadas que buscaban la liberación de los perros con la caída del Imperio Otomano. Isle of Dogs de Wes Anderson es una interpretación cinematográfica de la tragedia.

Perros de Estambul.
Perros de Estambul.
Perros de Estambul.

🇹🇷 (ø) Yalan dünya se utiliza para expresar en turco que todo tiene un final, que la vida es corta, que carece de sentido o incluso que es tramposa -por lo general ante un hecho doloroso-, pero a mí me gusta su sonoridad y su realismo y su capacidad para sintetizar este viaje y todos los viajes, así que ojo porque yalan dünya, y görüşürüz!

Diario de viaje originalmente publicado en mi perfil de Facebook del 5 al 13 de agosto de 2019.

Algarvíada para Carlo Rovelli

🇵🇹 (I): Hemos recogido un vencejo después de que lo derribase una gaviota; Natalia lo ha hidratado y tras leernos unos tutoriales sobre cómo hacerlo volar -no pueden levantar el vuelo desde el suelo por la envergadura de sus alas, adaptadas para pasar la mayor parte de su vida en el aire-, hemos logrado que Kafka -Natalia siempre bautiza así a las aves que se encuentra- se elevase y desapareciese en el cielo del sur de Portugal.

Vencejo recogido.
Vencejo común recogido.

🇵🇹 (II): En su libro ‘El orden del tiempo’, el físico teórico Carlo Rovelli afirma que «el vínculo entre tiempo y calor, es, pues, profundo: cada vez que se manifiesta una diferencia entre pasado y futuro, hay calor de por medio». En el contexto en que aparece, en un libro sobre la naturaleza del tiempo, esta revelación señala que la única ley general de la física que diferencia pasado y futuro es la que anticipó el profesor prusiano Rudolf Clausius al entender que «el calor no puede pasar de un cuerpo frío a uno caliente». Hay un punto de origen y un destino, y no hay retorno posible. 

En mi contexto, sentado en la arena junto a las paredes erosionadas de la magnífica praia do Marinha, en el Algarve, tiempo y calor también se me presentan unidos: casi todos mis mejores recuerdos ocurren en el calor. Hay otro hecho explicado por Rovelli que puedo constatar: a nivel del mar el tiempo pasa más despacio que en las cumbres por cuestiones de la masa, el espacio y el tiempo. Quizás la diferencia sea solo un matiz, pero juraría que desde aquí la noto.

🇵🇹 (III): El Algarve arde ahora a la altura de Monchique. Desde la praia do Camilo leo que la reciente destrucción del concepto de tiempo implica que no somos, sino que sucedemos: no existen cosas, sino eventos. Nada permanece en el tiempo porque todo se encuentra en una constante transformación: «hasta las «cosas» que más parecen «cosas» en el fondo no son más que eventos prolongados. La piedra más sólida […] es en realidad un complejo vibrar de campos cuánticos […] un proceso que por un breve instante logra mantenerse en equilibrio semejante a sí mismo, antes de disgregarse de nuevo en polvo», asegura Rovelli. 

El humo lejano lleva fragmentos de árboles-evento en proceso de ser repartidos sobre el mar y los hombros de los turistas de Carvoeiro. Entiendo que la destrucción no existe, que es solo cuestión de perspectiva.

🇵🇹 (IV): Explica Rovelli que para escapar de un agujero negro tendríamos que huir hacia el presente, lo cual no es posible por varias razones, la más importante de todas que el presente, tal y como lo entendemos habitualmente, no existe. 

Emílio gobierna la lancha entre las grutas de la costa algarvia con una sonrisa permanente y un discurso simpático consolidado por la repetición: realiza el mismo recorrido cinco o seis veces al día, cinco o seis turnos ida y vuelta introduciendo su embarcación en las mismas oquedades. Los cambios son lentos, el presente se expande: doce años atrás esta playa también era una gruta, hasta que el arco se desplomó. Los cascotes dan a la leve entrada de mar el aspecto de una batalla. Un agujero negro no es más que un fenómeno que cierra una región de espacio en el futuro de todo lo que le rodea, concluye Rovelli.

🇵🇹 (V): En las profundidades de la tierra del suroeste peninsular vive el mayor insecto subterráneo de Europa, un gran tisanuro blanco, el lepisma característico de la editorial de Víctor Gomollón pero con gigantismo. En la superficie, las gasolineras siniestras del Algarve contrastan con la belleza del entorno. El atardecer reúne junto a los surtidores a cuadrillas de hombres quemados por el Sol desconfiados y bravos con los forasteros, hombres estáticos que siguen con la mirada los coches que pasan de largo y que de vez en cuando sonríen con los ojos entrecerrados. 

En todo caso el contraste puede que solo exista en los ojos del que mira: el Algarve los alumbra a ellos tanto como a los insectos albinos de sus entrañas. Unos y otros son naturales a la zona: pensar cualquier otra cosa sería de una ingenuidad imperdonable.

🇵🇹 (VI): No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. / Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Poema de Pessoa.

🇵🇹 (VII): Fernando Pessoa e eu -y una antología suya encontrada por ahí-. 

Estatua de Fernando Pessoa en Lisboa.

🇵🇹 (VIII): A última hora de la tarde es posible no ver a nadie en el Parque da Pena de la villa santuario de Sintra. Los árboles flexionan el tiempo de Rovelli, desaparecido en Lisboa e intuido en la calma contenida del parque, ese tipo de calma tensa donde todo parece contener la respiración esperando a que la invasión turística remita. 

Siento cómo aumenta la entropía junto a las entradas oscuras a las casas subterráneas de las aves del lago: no es la energía la que mueve el mundo como solemos creer, son las fuentes de baja entropía. Un día la entropía llegará a su punto máximo y toda esta historia del universo acabará en una calma chicha tibia y atemporal. Hasta entonces los fotones siguen arreciando, y queda tiempo en Portugal.

🇵🇹 (IX): A los habitantes de Porto les llaman tripeiros porque prometieron dar toda la carne de sus animales a la flota que partía a la conquista de Ceuta y comer ellos solo tripas. El origen del apodo alfacinhas (alfacinha es lechuguita) para los lisboetas es incierto, aunque se cree que puede hacer referencia al hecho de que se moviesen poco de su ciudad.

Según la leyenda, el nombre de Portugal procede de Portus Cale, el puerto de Cale, uno de los argonautas que acompañaron a Jasón, y que acabó estableciéndose en la desembocadura del Duero (río Douro en portugués, del dios pescador celta Durius).

🇵🇹 (X): El sebastianismo es la manera propia portuguesa -y del nordeste de Brasil- de afrontar el presente con optimismo, la creencia mística de que todo irá mejor con la llegada de un mesías, que en el caso luso adoptó la forma del rey Sebastião, desaparecido frente a las murallas de la ciudad marroquí de Alcazarquivir en 1578 durante la batalla de los Tres Reyes. 

Algún día volverá de su propia Avalón el artúrico Sebastião el Deseado y resarcirá al pueblo portugués al que Pessoa cantó en Mensagem -único libro publicado en su idioma materno en vida- de todas las humillaciones sufridas. Volverá de la muerte en una mañana de niebla. 

El mito ha sobrevivido hasta esta época en la que ya no hay un tiempo sino incontables tiempos, así que de alguna manera la historia es cierta y Sebastião no tendrá que volver, porque nunca se llegó a ir.

Diario publicado originalmente en mi Facebook del nueve al trece de agosto de dos mil dieciocho.

Katiusha

Conozco todos los detalles del vídeo en que una niña Valeria Kurnushkina canta con el Coro del Ejército Rojo -Alexandrov Ensemble- la bellísima canción Katiusha, creo que solo una canción antes me había llevado hasta ese nivel de emoción -la irlandesa Johnny I Hardly Knew Ye interpretada por Benjamin Luxon-: 00:26, entra el coro con su voz polifónica, grave y telúrica, 00:35, Katiusha salió a la orilla y comenzó a cantar sobre el águila gris de la estepa, 00:37, la expresión beatífica de un hombre y una mujer que son la humanidad, ella sigue la canción con los labios, él parece contener a duras penas la electricidad en el pecho, 01:13, encuentra al soldado en las tierras lejanas donde mueren los pobres de la patria, dile que Katiusha no lo olvida, 01:49 se me saltan las lágrimas con la anciana de piedra en el público que es todas las abuelas que habremos tenido, 01:59, [éxtasis] florecen los manzanos y los perales, flotaba neblina sobre el río, salió a la orilla Katiusha, a la alta, escarpada ribera, rastsvietali yáblani i grushi, paplylí tumany nad riekói; vyjadila na biérig Katiusha, na vysokiy biérig, na krutói.

Kurnushkina y el coro son el espíritu de algo que entiendo y de algo que no entiendo, Kurnushkina y su coro, el mismo coro que llevaba en su repertorio a València y a España y que se estrellaría con un avión el veinticinco de diciembre de dos mil dieciséis ahogando en el mar Negro la voz de sesenta y cuatro de sus integrantes, pero no la de esta actuación, no la de este vídeo que vuela con el águila gris de la estepa hacia el fin de la memoria.

Sexta edición del Comboi APIV

Tú imagínate, un martes de junio, las terrazas de la calle Hospital llenas, además hace bueno y la tele despide ese ronroneo clásico de carrusel, pero tú has convocado para un descenso plutoniano a las intimidades de la relación entre ilustración y periodismo y entre ilustración y medios, que no es lo mismo, y en esas que caen por allí cuarenta y cinco almas, para colmo bastante puntuales: en la lengua d’Ovidi fer comboi significa agruparse para hacer algo con ilusión -aunque como pasa con las mejores palabras y expresiones, parte de su encanto se pierde al definirlas-, cuarenta y cinco almas que serán más de cincuenta con las que suman los invitados del cuarto poder; críticos o prescriptores, contrapoder o palmaditas y brindis al sol, dónde se paga la ilustración, a cuánto va la buena idea, qué aporta, suscribe o discrepa, dice o acompaña. Se respira en la sala que hay muchas historias que contar, superlike, match, partido-networking luego en la puerta al terminar: la ilustración es lo que ilustra, cómo lo ilustra y quienes lo ilustran y ahí hay mucho que escribir, artículos que rompan la barrera de la regresión al terruño, que glocalicen y muestren. Directores de arte o directores de marketing, que si quiero o que si tengo, talento y seguidores en la balanza. Rafa Rodríguez dispara: ¿leen los ilustradores lo que se publica en prensa sobre otros ilustradores? Revuelo positivo. Carlos Garsán prefiere hablar de contacto que de rastreo. Al final dos horas y cuarto de conversación ininterrumpida. ¿Sueñan los ilustradores con encargos eléctricos?

Desenlace: terraza a medianoche, se habla de revistas, se habla de APIV Associació de Professionals de la Il·lustració Valenciana, se habla de autoedición, de política local, de promesas políticas y de políticas prometedoras, se habla de proyectos que han prosperado y de iniciativas que pueden prosperar. Se habla de portadas de la revista Bostezo, de Mario Conde, de otros bandidos, de afinidades.

Desenlace 2: Bar Jesús. Exterior calle. Luces azules. Suenan dos canciones al cierre de la jornada [irreproducible].

Cartel de la sexta edición del Comboi APIV.

Sombra de Germanías, de Javier Sahuquillo

Demasiado bueno para gustar a todo el mundo, demasiado bien pensado, demasiado crítico. La València en penumbra de Sombra de Germanías es una tierra juanrulfiana donde vuelan los murciélagos al atardecer entre las nubes de mosquitos de pantano: el hedor de la cultura en descomposición se eleva desde los templos mezquinos de la subvención al amigo y el olvido de todo lo demás, los murciélagos baten sus alas y sobrevuelan la indignidad en el crepúsculo del día y de los poetas que no se han vendido o que han intentado venderse tarde. Cualquier pelagatos está invitado al festín de la indigencia intelectual que se celebra día sí y día también, trae cena de sobaquillo, un bocadillo de ideas longaniza para la merienda cena, halagos-snack orgánicos para compartir, genuflexiones a ritmo de trap. Los escribanos del régimen local saben lo que se tiene que decir, tienen la patente del cómo y el cuándo y el dónde, todo es muy sostenible, los sobres ahora son biodegradables y las promesas también.

Javier Sahuquillo es un personaje incómodo: lleva una cerbatana instalada en la mente, cada idea es un aguijonazo, cada diálogo va untado en curare. Cuidado: en Sombra de Germanías hay referencias mitológicas, situaciones esperpénticas y una odisea decadente y fantasmal. Ulises Làliga solo tiene que hacer lo más difícil: deshacerse de todos los aduladores de su corte literaria de barra de bar, rendir la ciudad de su ego y ocupar su lugar de sombra, de espectro harapiento de librería. ¡Mamelucos! ¡Filibusteros! ¡Diplodocus! Ulises Sahuquillo se enfrenta a la apabullante mediocridad como un Capitán Haddock ad hoc iluminado por la claridad, su verdad y el vino.

No hay nada que hacer: las germanías sucumben ante la violencia necia y tuitera del poder, els agermanats huyen o pierden la cabeza, y aquí no hay nada que ver señores, sigan circulando, la Conselleria de Cultura pa cuándo, que el cambio no pare, no pare, no. La conjura no se acaba nunca. Menos mal que existen las salas a oscuras, los telones y los escenarios. ¡Arriba el teatro!

Cartel de Jaume Marco para Sombra de Germanías, obra de Javier Sahuquillo en el II Laboratori de Dramatúrgia Josep Lluís Sirera.