Ganchitos y criaturas sagradas 2

Ganchitos vuelve con el rebrote: esta vez con prologazo de Weldon Penderton, relatos de María von Touceda, Paula Costa, Eduardo Almiñana y Mr. Perfumme, y el cómic que arrasa en las convenciones de la pandemia y que ha hecho llorar a Ortega Smith, Luis Alberto Dios, de Borja Navarro. Puedes leer o descargar Ganchitos, aquí.

Volver a Bejís

Cada vez que subo a la casa familiar en Bejís me pregunto por qué no vivo en ella mucho más a menudo: esta casa es mi familia paterna hecha paredes de medio metro de piedra y vistas a la Peñaescabia. He recibido el verano y la nueva normalidad aquí, y he pensado que seré yo quien vuelva a colgar jamones en la última planta, saquitos de tomillo, manzanilla, romero y lavanda como los de mis bisabuelos. En mi familia había tres Teresas, que también es como se llama el pueblo de al lado que no es Torás.

Entre saltos de agua helada nacida de Javalambre hay pozas donde viven herméticas libélulas negras, mariposas blancas de junio, culebras, truchas y zapateros, espuma de la corriente, caminos que se ha tragado el río, reflejos turquesa y celeste, los restos de un puente muy antiguo, árboles, sol y fango en las pisadas.

Estoy pensando que tendré que hacer algo con la biblioteca de Bejís, que me llevó de niño con Drácula al mundo de las lecturas sin edad recomendada: lo leí incansablemente después de comer durante dos semanas. Un sobresalto: la han sacado de la plaza y la han instalado junto a mi casa, desde la entrada parece solo un cobertizo, pero es una trampa: la han alojado en el enorme horno comunal que se construyó después de la guerra (todo esto me lo ha contado la bibliotecaria, que recordaba a mi bisabuelo). He vuelto a hacerme el carnet, un tesoro.

Parque Triásico: en el camino que lleva a las aldeas altas se han encontrado icnitas, huellas fosilizadas de rausuquio, un arcosaurio -pariente de los dinosaurios- que han reproducido a tamaño real a la entrada del pueblo, junto a la peña de la Horca. El hallazgo fósil ha sobrevivido cerca de doscientos treinta millones de años hasta hoy, que comienza a ser presa del deterioro. Si mi yo de la época de las enciclopedias de la colección Dinosaurios -que devoré y ahora conservo aquí en el pueblo- hubiese sabido del yacimiento de la Badina, quizás habría sido como Grant, a quien nunca iban a lograr sacar de Montana. Hasta que sí.

Una cuerda verde con campanas cuelga por el hueco de la escalera, atraviesa piso a piso a modo de timbre.

Hoy he vuelto a cuatro lugares que no pisaba hacía más de dos décadas: la fuente de Camarillas, la antigua estación de ferrocarriles, Arteas de Abajo, y Arteas de Arriba. Todo sigue distinto, igual que yo.

🦠 Atlantis y Donbass

Dos películas de cineastas ucranianos para acercarse a esa guerra vecina de la que usted me habla de la que Europa no quiere saber nada: Atlantis y Donbass [Donbass es la región donde se encuentran las autoproclamadas Repúblicas Populares de Donetsk y de Lugansk], la primera de Valentyn Vasyanovych, la segunda de Sergei Loznitsa.

Atlantis, en la cartelera del D’A Film Festival que acaba hoy, especula sobre un futuro cercano -dos mil veinticinco- en el que la guerra con Rusia ha devastado el Este de Ucrania y quienes han participado en ella se recomponen como pueden. El tiempo pasa muy despacio en esta película en la que gran parte de la historia se cuenta con planos fijos en un ambiente industrial asfixiante en el que los segundos se congelan en el reloj, porque al fin y al cabo, lo que se pretende es mostrar cómo ha quedado suspendido el tiempo, y en parte también el sentido de las cosas.

Donbass empieza con tono de comedia negra, y no es que este tono desaparezca, pero a medida que avanzamos en lo grotesco de las situaciones comenzamos a contagiarnos de esa sensación de absurdo terrorífico que busca Loznitsa, a quien Rusia no le despierta muchas simpatías, sino todo lo contrario. Donbass salta de episodio en episodio situándonos en la incómoda mirada de alguien que tiene que conocer de primera mano las cloacas donde se gestan las fake news y en definitiva, todo tipo de propaganda y abusos. Loznitsa es bien conocido por sus documentales, aunque Donbass es ficción -por muy aproximada a la realidad que pueda ser-.

He visto primero Atlantis y después Donbass: a la inversa, si las ves del tirón, seguramente te dejes Atlantis a medias. La sesión ha sido convenientemente acompañada de pelmeni, tomates y guindillas en conserva, y adjika.

🦠 Ser lectumidores

Lectumidores: Las librerías viven de las ganas de leer de sus clientes transubstanciadas en dinero. Hasta que salga un modelo que permita su existencia sin el consumo, si queremos que vivan las librerías, hay que comprar libros, para uno mismo o de regalo. Un libro de bolsillo vale de 7 a 10€, una edición normal, de 15 a 21€. Leer no es como comer, está claro, pero sí puede competir con otros gastos. Por supuesto, no todo el mundo, y menos ahora, puede permitirse comprar libros. Pero quienes sí podemos, a veces dejamos de hacerlo por no gastar 15€ en un objeto que nos hace mucha ilusión [y que permanece en el tiempo], y acabamos gastando la misma cantidad en dos días en tonterías en el supermercado o en pedidos a domicilio: al final, a efectos de la economía doméstica no habremos ahorrado nada, y el dinero estará en el bolsillo de otra persona y no la en de nuestras libreras y libreros. Tu gasto es más voto que el que depositas en una urna cada cuatro años. Si te llega para deliveroos o glovos, cuando veas en una librería un libro que te gusta, no te lo pienses

Ganchitos y criaturas sagradas [fanzine]

Si tienes miedo al 5G, crees que joder, el mundo se va a la mierda, que el Anak Krakatoa es una señal y que Ana Pastor vigila tus conversaciones por Whatsapp, este fanzine es para ti. Lo hemos escrito Weldon Penderton, Mr Perfumme y Eduardo Almiñana, y puedes descargártelo o leerlo aquí mismo.


«La verdad es que el virus es bastante fino. Quiero decir, que imagínate un virus que matase también a los niños, por ejemplo. Ahí las cosas habrían sido de otra manera. Para empezar, todos esos oficinistas obedientes que seguían yendo a trabajar a pesar de que la oficina no era segura, sólo porque se lo decía el botarate de su jefe, se habrían puesto imposibles. Habrían salido corriendo para casa, habrían cargado el coche de comida, dejando sin comida a los demás, y habrían conducido histéricos sin saber dónde. Lo que se dice cundir el pánico. Y esto ya sí que habría sido Mad Max, porque ya no habría quien fabricase comida ni quien la llevase hasta las ciudades, y, cuando se les acabase la gasolina, esos padres histéricos se bajarían del coche y matarían a una vieja de cualquier casa de pueblo para quitarle lo que era suyo y dárselo a sus hijos, porque la gente que tiene hijos es así, siempre dispuesta a hacerle a los demás lo que no les gusta que les hagan a ellos».

El virus que amaba a los niños. Weldon Penderton



«Como vulcanos furiosos con dolor de espalda crónico por culpa del confinamiento: la dilatación en el tiempo de los sucesivos estados de alarma cristalizó el movimiento de los curvianos —flatteners en su vertiente anglosajona—. Nadie sospechó ni trató de impedir las reuniones fortuitas en lavanderías de barrio en las que forjaron sus primeras relaciones los protocurvianos y en las que ella comenzó a ganar adeptos, fieles que pronto trasladaron el mensaje de lavandería en lavandería, haciendo de estos establecimientos ajenos a la prohibición y al cierre sus templos —de estas primeras catacumbas, sus sudaderas con cremallera y capucha siempre impecables y con olor a suavizante, y la costumbre de los curvianos de oficiar sobre imponentes lavadoras industriales de acero, y el clímax ensordecedor y extático del centrifugado al final de sus eucaristías—. Al principio se trataba solo de individuos solitarios haciéndose compañía: se sabe que ella y sus apóstoles originales coincidían a la hora de la siesta, que se sentaban en los puntos ciegos de la cámara y en aquellos que quedaban ocultos al vistazo fugaz de un coche patrulla que pudiese pasar junto a la puerta de cristal, que en el génesis de la gran secta del tercer milenio aligeraban la frustración acumulada tras semanas de encierro en pisos de sesenta metros y alquiler gentrificado, compartían miedos y odios que bebían del pandemónium cacofónico, afónico y desquiciado en que se habían convertido las redes sociales». 

EVANGELIO-19, Eduardo Almiñana



«Yo lo que quiero decir es que esta plaga no se diferencia de cualquiera de las otras ¿Cómo? Ya sabe, las otras. No haga como que no sabe de qué le hablo. ¿Qué? Pues ya sabe, las langostas, el sida. Todas esas. Y con esto no quiero decir que sea Jesucristo nuestro señor el que las traiga. Eso sería blasfemia. Pero es evidente que guardan cierta relación y que esa relación tiene que ver con lo moral y con lo que está bien y con lo que no lo está. ¿Qué? Bueno, pues en lo del sida está claro, ¿no? Darse por el culo. Y lo de las langostas, pues… Mire, yo no soy historiador, sólo le digo lo que veo. Pero seguramente que sería por darse por el culo también. Mucha gente piensa que la gente empezó a hacerlo en los ochenta pero lleva ahí de toda la vida». 

Gente hablando de mazorcas, Mr Perfumme

🦠 The Lost Okoroshi, peliculón

¿Sabes esa sensación cuando has encontrado algo que era justo, justo lo que buscabas, aunque no supieses que lo buscabas? THE LOST OKOROSHI: esta película nigeriana es una síntesis de todo lo que me puede fascinar en el cine ahora mismo -y no solo en el cine-. Una especie de comedia en la que un tipo de pueblo que trabaja de guarda de seguridad en unas oficinas de Lagos tiene un sueño recurrente en el que unos espíritus enmascarados se le aparecen, hasta que un buen día despierta convertido en uno de esos espíritus ancestrales, el Okoroshi.

Es una experiencia cinematográfica que no se puede explicar con palabras: los colores, los tonos pastel, el ritmo, la fotografía, la música de sintetizador afrofuturista de serie B, el peculiar sentido del humor, los bailes chamánicos, los trajes, la idea final. EL CARTEL. Abba T. Makama, qué feliz me has hecho.