Comentaristas en el País de las Maravillas

Sigo con mi denuncia acerca de lo que ocurre en las salas de cine, iniciada en el post, La asquerosa costumbre de hablar en el cine. Hoy es el turno de una clase de personas que todos reconocerán, son los que se anticipan a lo que va a pasar en la película, y lo proclaman a los cuatro vientos, en su afán sin límites de demostrar al mundo su inteligencia. La última actuación de este tipo la sufrí el viernes, en el estreno de Alicia en el País de las Maravillas. Se encontraba la susodicha al borde de la madriguera, asomada, a punto de caer, (punto clave de la ya clásica historia que todo el mundo conoce), cuando alguien muy sagaz, sentado en la fila inmediatamente anterior a mí, comenzó a gritar: Ay que se cae, ¡que se va a caer! Ya verás como se cae. Todo esto fue acompañado con gritos y vítores de júbilo al constatar que efectivamente, se caía. Este espécimen no solo habita en las salas de cine, también puede vérsele en distintas casas, bares, en cualquier lugar en el que haya una pantalla, ya sea emitiendo una película, un partido, e incluso el telediario. Son una plaga, y han venido para quedarse.

Como tema aparte, la película no tiene demasiado. Ni es un alarde timburtoniano a nivel estético, ni la historia aporta nada interesante. Alicia vuelve al País de las Maravillas siendo ya una jovencita de 19 años, para encontrarse con toda la flora y fauna que allí habita de nuevo. El director ha apostado por perros viejos, salvo en el caso de la actriz que interpreta a la protagonista, Mia Wasikowska. Repiten Johnny Depp, y Helena Bonham-Carter. Yo cometí el error de verla doblada, recomiendo verla en VO, ya que los juegos de palabras alocados de la obra de Lewis Carroll no se entienden muy bien. A modo de apunte, se observa que el director ha apostado por el público emo y teenager en general, introduciendo en el film momentos absurdos como la deliranza con que nos deleita El Sombrero Loco, tal vez el personaje que más me ha defraudado de esta adaptación. En resumen, Burton podría haber empleado este magnífico material de base para hacer algo macabro, siniestro, al más puro estilo Pesadilla antes de Navidad, pero ha preferido dirigir un film sin chicha ni limoná. Un servidor sugiere que se redima reinterpretando El Mago de Oz.


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