No sé que ocurre últimamente. Es ir al cine y salir lleno de ira homicida, como diría Homer. Se ha puesto muy de moda ya no murmurar, sino hablar abiertamente, opinar, gritar al maromo de turno, comentarle a tu compañero una gracia que se te ha ocurrido y que deseas compartir con el resto de la sala, decir lo mala/buena que es la película, chismorrear de temas varios. Ya no es sólo patrimonio de adolescentes, es una práctica generalizada. Forma parte de la dinámica de la falta de respeto a todo. Lo que no entiendo es qué anómalos procesos mentales llevan al comentarista de turno a cometer semejante aberración. Entiendo que un afán desmesurado de ser el centro de atención en el lugar equivocado, o tal vez un déficit de cariño por parte de su familia. O tal vez (seguramente), la ESO. No lo sé, el caso es que los acomodadores (soy un romántico), deberían haber echado a esta gente a patadas antes de que llegásemos a este punto de no retorno, en el que son tantos que el cine quedaría vacío. Porque ahora, si pagas para ver una película en silencio, y mandas callar a alguien que está hablándote en la oreja, o pateando la parte trasera de tu asiento, eres poco menos que un carcamal, eres considerado alguien incívico, que atenta contra la libertad de un congénere, ya que él, «también ha pagado» y puede hacer lo que quiera, tiene «el mismo derecho que tú». El mundo al revés.
Deja una respuesta