Esta mañana, hojeando El País, he leído un titular que me ha llamado la atención. Competición de cobardes, la crónica taurina de la Feria de Abril, escrita por Antonio Lorca. Todavía no sé por qué he decidido mortificarme leyendo semejante abominación. Nada más comenzar la crónica, el autor deja bien claras sus sangrientas convicciones:
Qué tristeza la peculiar competición de cobardes de los seis toros corre que te corre detrás de nada mientras eran perseguidos por toreros desesperados.
Esta atribución de virtudes/defectos humanos a un animal, demuestra un total desconocimiento de la conducta de unos seres, cuyas muertes sirven para que este hombre pueda escribir y ganar algo de dinero. Los toros, como todo hijo de vecino sabe, son animales herbívoros, y no se caracterizan especialmente por su fiereza. Además, los animales no se rigen por cobardía o valentía, sino por el instinto de supervivencia en la mayoría de los casos. Y me parece bastante lógico huir de alguien que pretende ensartarte con una espada, banderillas, y lanzas. En cualquier caso, el toro no es cobarde, es un pobre animal indefenso. Sigue el valiente cronista de la siguiente manera, hablando de la decadencia de la línea de sangre de los toros bravos:
Y no es que el torero prefiera el toro que huye, no; es que con tantas pruebas para encontrar la nobleza y la dulzura la sangre brava se pierde a borbotones y surgen monstruos indefinibles como ese animal -los seis de ayer, por ejemplo- que no quiere pelea, jamás se emplea y busca la salida desesperadamente.
Entiendo que para él, una conducta pacífica es una monstruosidad indefinible. Un animal encerrado en un recinto repleto de otros animales que acuden a admirar su asesinato, y que intenta evitar la pelea (cosa que de hecho hacen todos los animales en la naturaleza), es algo aberrante. A continuación, remata la faena el diestro cronista, calificando a los animales de «tontos», «infumables», «insulsos», «feos», «destartalados» o incluso, en un alarde de buen conocimiento de la lengua de Cervantes, «cariavacados». Como dice la RAE,
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La palabra cariavacado no está en el Diccionario.
Lo último que mencionaré de esta brillante crónica, es lo siguiente, una afirmación cargada de razón. Se refiere a uno de los toros:
Corría que se las pelaba y pedía a gritos el camino del campo.
Desde luego, qué barbaridad, qué desvergüenza, qué toro más caguetas. Toda la razón sí señor. Me acojona este hombre.
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