‘Nada que esperar’ cuando las cosas no van bien. Por Tom Kromer

Nada que esperar, Tom Kromer

Cuando el hambre es acuciante, cuando la desesperación es un efluvio tóxico que sale de tus poros como sudor, cuando no hay techos seguros ni paredes, cuando el vecino tiene eso que tú querrías para poder taparte, cuando piensas en poseer una pistola o al menos una barra de hierro para acabar contigo o con el otro, cuando todo esto pasa, no hay nada que puedas esperar salvo acaso un momento de felicidad efímero y poco común.

Nada que esperar‘, de Tom Kromer y editado por Sajalín Editores, es una brutal crónica de la miseria inesperada, un libro duro que debería ser lectura obligatoria en los colegios, dado que aunque fue escrito en 1935 en mitad de la Gran Depresión, podría haber sido escrito ahora, en 2015. De este título hablo en mi nuevo artículo para Cultur Plaza. Aquí tenéis un fragmento, y al final o clicando en la imagen, el enlace al artículo en su hábitat original.

Antes de la gran crisis el país funcionaba como debía funcionar, o si no lo hacía y su interior ya era un entorno tumefacto y con pocas posibilidades de mejorar, nadie parecía ser consciente de ello. La prosperidad estaba a la vuelta de la esquina, muchas esperanzas habían sido invertidas y también mucho dinero, que se quemaba en las locomotoras de la economía nacional. ¡Es la guerra! ¡Traed madera! Los billetes entraban en el horno a paladas de los sudorosos maquinistas y salían por la chimenea convertidos en humo, solo humo, partículas en suspensión que se elevaban en el aire y desaparecían sin más. Partículas insignificantes. Recuerdos volátiles. Los años locos se esfumaban como una ilusión ingenua: ¿de veras iba a salvarnos la venta a plazos?

Tras esto el panorama que queda es desolador. El abstracto y cambiante mundo de la bolsa ha hecho crack y su crujido se ha cobrado un sinfín de víctimas. Los años veinte y su felicidad de charleston no van a volver. En las calles de la tierra de las oportunidades, los hombres de las fábricas y de las minas se preguntan sentados en el banco de un parque, ¿y ahora qué? Ahora comienza el juego de la supervivencia. Un juego del que nadie conoce bien siquiera las normas.

Léelo completo, aquí.


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