Eso a lo que llamamos amistad (Nosotros no nos mataremos con pistolas)

Nosotros no nos mataremos con pistolas

¿A cuántos y cuántas has considerado amigos y amigas a lo largo de tu vida? ¿Quiénes son tus amigos ahora? ¿Dónde están en este mismo instante? ¿Están contigo? ¿Están en sus casas? ¿Cada cuánto os veis? ¿Sabes de ellos lo mismo que has sabido de otros a lo largo de tu vida? ¿Y ellos de ti, qué saben? ¿Con cuántos de tus amigos o amigas te has acostado? ¿A cuántos has amado? Tus amigos. Cómo se llaman.

No sé si será culpa de una edad en concreto, no sé siquiera si será culpa. La amistad era tan sencilla antes. En la adolescencia el sentimiento siempre vive una época dorada. La amistad muta en algo muy intenso, tus amigos… Puedes enfrentarte a quien haga falta por ellos. Con ellos. Porque no eres racional. Eres una bestia de la pasión efervescente y acabas de formar una nueva familia para escapar o complementar la que te vino impuesta. Yo recuerdo el olor de mis amigos de la adolescencia y post-adolescencia -en concreto de quienes constituyeron mi grupo principal en aquella gran época-. Recuerdo un sinfín de detalles de ellos, físicos y mentales. Miles de historias tan vívidas que podría hablar de realidad aumentada cuando las evoco. Guardo con cariño los enfados y las celebraciones, los viajes y las horas muertas en un parque al sol. Ellos fueron todo. Y ahora no podría asegurar siquiera en qué ciudad andan viviendo.

Es la vida, no hay culpa. Todos acabamos mudándonos. El siglo pasado ya demostró que la familia no es una institución permanente. Así que de vez en cuando, por diferencias, distancias o por nuevas personas que aparecen y traen su entorno propio bajo el brazo, hacemos las maletas. Qué queréis que os diga. Nada que no sepamos. Quien más y quien menos se ha ido, ha vuelto o ha llegado. No muy lejos de acabar la carrera fui nuevo de nuevo. Me hice un hueco en otra pequeña sociedad. Gente increíble. A todos los conocí pasando yo holgadamente la veintena, y era de los pequeños de la banda, por lo que se puede decir que éramos adultos. Adultos. Un grupo de adultos. A diferencia de mi falta de experiencia en ellos, muchos se conocían desde pequeños. Habían asumido unos roles, tenían un pasado común, unas inercias a nivel relacional. Pero la integración fue fácil. Llegó un día incluso en que me di cuenta de que ya formaba parte de un pasado común más actual; ciertas historias y anécdotas hablaban también de mí. Y volví a irme, más o menos. No del todo.

No me he separado del todo. La familia creció, sufrió bajas, se dilató, se comprimió, se atomizó. Se recompuso. Ahora tenemos un grupo de Whatsapp. No está mal. No hemos dejado de vernos, aunque lo hacemos con menos frecuencia. Formamos una estructura donde nos atamos unos a otros mediante distintos nodos. Mi conexión con ellos nunca se ha basado en la tradición. Lo cual no sé todavía qué implica. Creo que es bueno que se den estas relaciones racionales. Todo puede ser igual de bonito, pero a la vez es menos dramático.

Y otra vez un salto. Ahora estoy todavía en fase de expansión en este último y reciente territorio. De momento todo es fantástico, ya llevo más de un año instalado. Dentro de nada tengo otro pasado que recordar. Os iré contando. Porque la realidad es que todo esto es una introducción, una reflexión o una conclusión anticipada derivada de todo aquello que quería decir sobre mi experiencia asistiendo a una representación de Nosotros no nos mataremos con pistolas, una obra con tanto poder para provocar la exaltación de la amistad como una noche inolvidable de excesos alcohólicos y químicos.

Nosotros no nos mataremos con pistolas

Antes de nada, os recomiendo que vayáis a verla esta misma semana. Están en el Teatro Talía, en la calle Cavallers, en el barrio del Carmen (Valencia). Hoy jueves, y mañana viernes, hay pase a las ocho y media. El sábado y el domingo hay dos, a las seis y media y a las nueve. La entrada vale de doce a quince euros. Os aseguro que no os arrepentiréis de pagarla. Si queréis más información, podéis encontrarla aquí.

La sinopsis podría ser algo como: un grupo de amigos nacidos en los ochenta se reúne tras cinco años de dispersión en los que las relaciones han cambiado bastante respecto a lo que fueron en su época dorada, cuando aún se veían de continuo. Todos son millennials, miembros de la Generación Y, esa gente que vivimos de pequeños mejor que nuestros padres, y ahora puede que peor que ellos a nuestra edad. No sé si Román Méndez de Hevia, Laura Romero, Lara Salvador, Bruno Tamarit y Silvia Valero, los fantásticos actores de NNNMCP pertenecientes a la compañía Tabula Rasa casi en su totalidad, serán de mi generación millennial, pero creo que sí. Lo cual le da dimensiones extra al resultado, que es espectacular. Hablando de amistades, el portentoso Bruno Tamarit, que alcanza la gloria protagonizando una de las situaciones más crudas de la obra, es de hecho, supe hace poco, familiar de un gran amigo de toda la vida.

Nosotros no nos mataremos con pistolas

La producción artística y escénica corresponde a Wichita Co -Víctor Sánchez, Teresa Juan y Silvia Valero-, quienes han hecho un trabajo impecable. El texto y la dirección son de Víctor Sánchez. Del texto puedo decir que es inteligente, dramático, cómico, ligero, doloroso en ocasiones. Un texto que a través de sus portavoces -por supuesto, por obra también del talento de los mismos- desencadena una tormenta de sensaciones que nos pone contra el espejo, obligándonos a responder al cuestionario sobre la amistad incluido al principio de este post así como a otras muchas preguntas. ¿Es cierto, así va a ser mi vida, así es mi futuro? ¿Qué hay de todo lo que me prometieron? Por cierto. Se agradece enormemente el que se haya sabido dotar a toda la producción de una imagen tan atractiva. Choco los cinco por ello a Teresa Juan y a Jennifer Merienda. Bravo.

No quiero extenderme más. Lo que quiero es que vayas a verla. Ve a verla. Hoy. Recomiéndala. Haz que el trabajo de este equipo -que conste, no he nombrado a todos, pero son más- sea reconocido por sus propios méritos. Porque no hay que regalarles nada, la obra habla por sí misma. Pero hay que ir a verla. Yo he tardado más de lo que quería. O tal vez el domingo pasado fuese el momento idóneo para hacerlo, tras una mañana de introspección profunda analizando cuestiones de gran trascendencia para mí relacionadas con mis amigos. No tomé decisiones, solo pensé. Pensé hasta estar muy dentro de aquello en lo que pensaba. Luego fui al teatro. Y todavía no he salido.

Publicado por Eduardo Almiñana

Escritor y terrícola.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.