Mi hermana, que acaba de volver de Ibiza, tuvo el buen gusto de traerme un libro de segunda mano que encontró de casualidad en un rastro. Ella sabía que durante un verano devoré cual bestia primigenia toda la colección de Alianza Editorial de Lovecraft y su círculo de escritores chiflados. Desde entonces caí rendido al horror cósmico, y es probablemente el género en el que encuentro mayor belleza, profundidad e imaginación. Posteriormente han seguido apareciendo títulos que he consumido también. El caso es que había uno que me había pasado por alto, y este es el que ella encontró, con toda certeza puesto allí por una deidad atávica del origen de los tiempos que por alguna clase de interés inescrutable deseaba que yo lo leyese. El grimorio en cuestión es El horror en la literatura, un ensayo del mismísimo Lovecraft en el que con su estilo excesivo y exagerado, con el que tanto me identifico, da un repaso a la novela y relato de terror/horror preternatural (preternatural: que se halla fuera del ser y el estado natural de algo) desde sus orígenes hasta su época.
Fue en un hospital donde ayer lo empecé y terminé, gracias a la infinita presteza característica de la Seguridad Social. La sala de espera, repleta de abominaciones y pestilencias de todo tipo, suponía un contexto excelente para tal propósito. Una vez acabado, completé una lista de unos veinte relatos que debo leer, pese a que seguramente no estén traducidos al castellano. Muchos de ellos no los conocía y a juzgar por la opinión de Howard, son realmente imprescindibles. La introducción al ensayo es absolutamente genial, y tiene párrafos que debo reproducir ya que en cierta manera, justifican mi opinión en determinados debates literarios de los que he formado parte en el contexto de la nauseabunda y repleta de indeseables entidades, tertulia Lab 2.0. Allá vamos:
Contra él (el horror cósmico y su búsqueda de la atmósfera y estética) se disparan todos los dardos de una sofistería materialista que se aferra a emociones frecuentemente experimentadas y a sucesos externos, y los de un idealismo ingenuamente insípido que desdeña el móvil estético y reclama una literatura didáctica que “eleve” al lector hacia un grado conveniente de optimismo bobalicón. Pero pese a esta oposición, el relato preternatural ha sobrevivido, se ha desarrollado, y ha alcanzado cotas notables de perfección, dado que se funda en un principio profundo y elemental, cuyo atractivo, si no siempre universal, debe ser necesariamente intenso y permanente para las mentes dotadas de la necesaria sensibilidad.
Esto en la primera página. Como podréis ver, Lovecraft tiene para todos, pese a estar asistiendo a todo tipo de prodigios estelares en las regiones más allá de los confines del espacio y el tiempo.
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