‘Lo que yo busco, aquí no lo puedo encontrar’ – Entrevista a Abel Segura

Abel Segura Pintor
Abel Segura

He llegado tarde a la entrevista con Abel, debo confesarlo. No nos conocemos y la imagen que puede tener ahora mismo de mí, que llego al Café Museu pasado de revoluciones por la velocidad y los remordimientos, la culpabilidad y el maldita sea, no es la mejor que puedo ofrecer. Pero Abel, Abel Segura, espera tranquilamente en una mesa de la terraza. No parece preocupado ni molesto, es de agradecer. Me siento, me disculpo, pedimos dos tercios. Cuando saco la grabadora intuyo en él cierta animadversión a las entrevistas y a su posible pomposidad. Me señala que efectivamente, no le resultan especialmente cómodas, y que huye de lo pretencioso.

Decir que Abel tiene aspecto de enfant terrible, probablemente sea incurrir en esto que tanto odia, pero joder, es que lo tiene. También tiene una mirada penetrante y unos ojos oscuros, y una presencia a mitad camino entre tímida y extrañamente circunspecta, más por la gravedad que por la prudencia. Pese a que habla con cuidado, no elude opiniones que puedan ser políticamente -artísticamente- incorrectas. Le gusta del Maridaje Gastropictórico el hecho de que los chefs habituados a la estética de la alta cocina, puedan dialogar con gente como él, que prefiere el carácter al preciosismo. Piensa que él también puede obtener un aprendizaje interesante de esta relación, recuerda que del anterior Maridaje, por ejemplo, le gustó el plato derivado de la obra de Luciana Novo.

Abel es joven, tiene veinticuatro años, pero su estilo parece el de alguien con una trayectoria mayor. Sorprende lo claro que parece tener lo que quiere y cómo lo quiere hacer, y también cómo se conoce: es inquieto, asegura que incapaz de trabajar en serie -va desarrollando imágenes que le resultan sugerentes sin relación necesaria con las anteriores-, tan nervioso que pierde la concentración fácilmente. Si nos referimos a su técnica, afirma que realmente pinta fatal; si hablamos de su método de trabajo, que no es demasiado profesional, de la gama cromática con la que trabaja, que siempre tiende a los rojos. El panorama parece caótico, pero creo reconocer un cierto orden bajo la alta entropía. O al menos, un sistema. La clave me la da él cuando afirma que sabe por qué elige lo que elige y cómo no debe pintar. Que cree que es una cuestión de gusto personal, de ser crítico y realista con uno mismo y con el trabajo propio. Hay una especie de universo incandescente o de nebulosa sobre su cabeza cuando la inclina para agachar la mirada, o la ladea para fijar su atención en algo que ocurre más allá. De ahí proviene el mensaje que recibo que me lleva a pensar: este chico va a ser alguien grande. Y entonces le pregunto: ¿te imaginas triunfando? Y él contesta: No, no sé, veo lo que hago y no me parece tan difícil. Matiza que se refiere a la originalidad, que no lo considera algo excepcional.

Su imaginario es un reflejo de la observación que efectúa sobre el mundo que le rodea. Hablamos del bombardeo de estímulos que sufrimos a diario, y es de esta sobreestimulación de la que extrae las imágenes que le interesan.Concibo mi obra como una representación del momento que vivo, me da igual la relevancia que pueda tener aquello en lo que me fije, de hecho, siento un especial interés por lo absurdo o por la cultura de masas. A nivel de intencionalidad, Abel no esconde que busca la anti-narración, la ambigüedad y la incomodidad. Parece tener un talento especial para traducir situaciones aparentemente tranquilas o felices en momentos que esconden algo inquietante: no todo lo que parece amable tiene por qué serlo en realidad –explica. Su obra es en ocasiones una burla irónica contra la importancia neurótica que se le da a las formas. El resultado de esta visión configura una producción en la que se pueden encontrar imágenes completamente antagónicas: desde un individuo sonriendo, a la escena de un crimen. Justo después me habla de una visita al dentista tras romperse los dientes patinando, y de cómo le llevó a pintar una escena en la que unas manos impersonales manipulaban a un sujeto. Una suerte de metáfora sobre la imposibilidad de avanzar.

Se ha dejado la piel -y más que eso- patinando, y lo mismo hace con la pintura. Los eventos en los que ha participado o lo que ha podido hacer en relación a esta disciplina ha sido por gente que le ha buscado, no parece tener demasiado interés en involucrarse en la escena local. Se reconoce descolgado de todo lo que ocurre. No descarta marcharse, y Estados Unidos se presenta como una posibilidad -aunque no inmediata ni necesariamente viable-. Como a tantos les ha ocurrido, el magnetismo de las ciudades próximas al Pacífico que conoció ha dejado huella en él. Lo que yo busco, aquí no lo puedo encontrar. Queda suspendido en el ambiente un silencio como de vacío industrial y me pregunto qué es exactamente lo que busca.

>Publicada originalmente en gastropictorico.com


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