Estamos locos

Hoy está siendo un día muy extraño. Puede que tenga que ver el mal tiempo, la lluvia, o que de madrugada viese Splice (en España le añadimos experimento mortal, por aquello de ser coherentes con nuestra tradición de garrulismo). Antes de avanzar decir que es una buena película, por lo menos es original, y el diseño del ser es de lo mejor que he visto en tiempo. El cartel no inspira demasiada confianza, pero de veras, quitando lo lamentable de la actuación de Brody y algunos papeles absurdos, la historia es curiosa y digna de ver. Por cierto, la noche anterior vi Surrogates, con Bruce Willis. Me encantó.

A lo que íbamos. Leyendo Público esta mañana he visto con asombro qué clase de anuncios les endiña Google. Es el peligro de dejar a un algoritmo decidir por ti. En la parte superior de la imagen que adjunto, el anuncio en el periódico. Justo debajo he montado los relojes en cuestión, que he podido ver en la página que se anunciaba.

Después de terminar varios queraseres que tenía pendientes, me he ido a la calle Jesús a pagar una factura. Mientras conducía, me lamentaba por el tiempo que iba a perder aparcando, cuando de repente, voilà, al ir a girar a la izquierda desde esta calle, el vehículo justo a mi izquierda enciende las luces de marcha atrás. Me detengo un metro delante para dejarle salir, y pongo el intermitente para indicar que voy a entrar. Cuando está a punto de acabar la maniobra para irse, veo que detrás de él llega un coche y para misteriosamente con las luces de emergencia. Inmediatamente me he temido lo peor, pero dado que había una gran cantidad de gente viendo lo que sucedía, y ante lo obvio de mi espera, he querido confiar en la señora que se agazapaba tras el volante. Para mi sorpresa, cuando el hueco ha quedado vacío, ni corta ni perezosa, ha tratado de meterse, por lo que le he pitado para que viese (si no se había dado cuenta), que estaba yo esperando. La mujer ha frenado, me ha mirado, y ha hecho ademán de acelerar para entrar. Le he pitado de nuevo y desde la ventanilla le he comentado que estaba yo. Con toda tranquilidad me ha mirado, se ha encogido de hombros, y ha aparcado. Con los ojos como platos, no he entendido en primera instancia el crujido que ha acompañado su estacionamiento. Fascinado por el descaro del que hacía gala la susodicha, he valorado si irme o quedarme hasta que saliese. Mientras meditaba, como aparecida de la nada, una voz me ha hablado:

Se te ha colao ¿no?

Un hombre en un extraño carricoche al que no había prestado atención por estar encajado entre el contenedor de la basura y otro auto me estaba dando apoyo moral.

Sí, sí.

Qué cabrona.

En esto, la señora ha salido, se me ha acercado, y con toda naturalidad me dice:

No me he dado cuenta.

¿Que no te has dado cuenta? ¡Pero si antes de entrar me has visto, te he pitado, has parado, te he pitado de nuevo, te he dicho dos veces que iba a aparcar y te has encogido de hombros y lo has metido!

¡Bueno pero es que yo también quería aparcar!

Pero yo estaba primero, y lo sabías.

Pero yo quería aparcar, que aquí es muy difícil.

Mi reserva de ira homicida para ocasiones especiales desbordaba kilovatios. Me he mordido la lengua ante tal demostración de civismo y capacidad argumentativa y he arrancado. Por el retrovisor he podido ver, parado en el semáforo, como la mujer recogía del suelo su parachoques, que había arrancado al meterse no sé cómo, y que correspondía al crujido que había podido oír. Castigo divino.

Por suerte, nada más doblar, he encontrado un sitio, y al volver sobre mis pasos para ir al banco, me he cruzado a la muy sinvergüenza que caminaba por la acera de enfrente. Para colmo, me miraba fijamente por si me vengaba y le hacía algo a su ya magullado coche. Estamos locos, he pensado. Lo mejor de todo: Caja Navarra, a la que me dirigía, ha cambiado su nombre. Ahora se llama, Banca Cívica.


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