Dijiste / hay cosas que tenemos que aprender / yo a mentir / y tú a decirme la verdad, / yo a ser fuerte y tú a mostrar debilidad…
La radio, insolente, la máquina al servicio del hombre siendo inoportuna hasta provocar el llanto. Él la miraba y notaba como poco a poco su pecho se encogía y su estómago se encogía también, y en las palmas de las manos florecía ese sudor nervioso que sabe lubricar la tristeza y el miedo siempre que aparecen.
Y después se hizo el silencio / y el silencio fue a parar / a a una especie de pesada y repartida soledad, y la soledad dio paso / a un terror que hacia el final / nos mostró un mundo del que ninguno quisimos hablar…
El rostro de ella, crispado, permanecía oculto tras su mata de pelo, volcada hacia adelante a modo de velo final. Los muebles parecían retirarse rumbo a esquinas imposibles, el cuarto aumentaba su tamaño y decrecía, respiraba con dificultad -el cuarto-, un ataúd para los sueños y los planes de futuro, y para los abrazos y las caricias entre humo de tabaco barato.
y así eran nuestras noches / y así era nuestro amor / comenzaba en el silencio / continuaba en el terror / y otra vez de allí al silencio / dime para qué hablar / de lo que pudo haber sido y de lo que jamas será / tratando de adivinar qué fue eso que hicimos tan mal…
No alcanzaba a entender el significado de las palabras que comenzaron a brotar de su garganta, un torrente corrosivo de verdades sin excusas, de interpretaciones plausibles, de tedijes y losabías. Todo era vacío, vacuum insoportable y asfixiante, un pozo lúgubre, como ahora lo eran esas noches en el recuerdo.
Y ahora ve que el Universo es un lugar vacío y cruel / cuando no hay nada mayor / que su necesidad en él / y encendiendo un cigarrillo / se comienza a torturar / y habrá cerca alguien gritándole / hágase tu voluntad.
Ya no quedaba nada. Lo había destruido. Tal vez fuese su naturaleza, tal vez eran el producto de una simbiosis imposible. A duras penas consiguió encender un cigarro, la mirada del vencido; el humo como el alma escapando del cuerpo aterrorizada.
Fue aquella gitana / quien nos leyó el provenir / dijo: uno es el asesino / el otro es el que va a morir. / Y salimos de allí y me miraste asustada / y el miedo sonó en tu voz / antes de que tú me mates / prefiero matarme yo /.
Su movimiento fue tan rápido o sus reflejos tan ausentes que no vio venir la hoja del cortaplumas -souvenir que él le regaló en no sé qué viaje- que se deslizó rasgando la atmósfera densa como esas natillas que a ella tanto le gustaban, o era a él, imposible recordarlo en aquel momento; rasgando su frente desde lo alto, como una guadaña divina forjada para tales casos. La sangre dibujó toda clase de figuras de Roschach en la moqueta. Pudo interpretar mil siluetas: La fiesta en que se conocieron, la primera noche, el tatuaje de su espalda, las manchas en la cama, el atardecer en aquel país extranjero, la niebla sobre sus cabezas en una fría mañana de primavera. Consiguió atrapar sus brazos casi cuando el segundo envite iba a ser lanzado.
Por favor entiende que algo no funciona en mí muy bien / y al otro lado te oí llorar / y yo seguí y no colgué / y me suplicaste: / déjame de una vez.
El amor es egoísta, como él. Él era el amor, el superlativo del concepto dolor. La radio les maldecía por última vez, la escuchaba mientras abandonaba la habitación, siendo devorado por el futuro sin ella, por la puerta que es la boca del mañana distinto.
Y tus párpados cayendo se me antojan guillotinas / y te observaré durmiendo y me pondré a susurrar / nuestras almas no conocen el reposo vida mía / pero si hay algo que es cierto / es que te quiero un mundo entero con su belleza y su fealdad…
[Los párrafos en cursiva son parte de la letra de la canción Morir o matar, del increíble Nacho Vegas]
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