Posible historia de Gas ciudad

Antesdeayer por la mañana. Me encuentro trabajando en mi casa, en la mesa de mi habitación. Serían las once aproximadamente. De pronto, unos gritos perturban mi intento de concentrarme. ¡Chapero, maricón, qué me dices tú si a ti te peta el culo todo el mundo! Alzo la vista de la pantalla y con mi sentido arácnido percibo que vienen de una ventana próxima, del edificio contiguo. Tú que sabrás que hago con mi culo, además cállate que tu novia esa es una guarra y se la follan todos tus amigos. Son dos chicos, jóvenes, aparentemente hermanos. Una tercera persona irrumpe tratando de calmar la situación, sin demasiada fortuna. Los otros dos siguen enzarzados en una terrible discusión, sus gargantas al máximo de su capacidad, los imagino con las venas hinchadas y el odio a flor de piel. Me entristece. Es una demostración de violencia verbal de esas que hielan la sangre. Dos personas que probablemente se quieran, atacándose como si no hubiese mañana. Los improperios alcanzan cotas insospechadas, y decido no prestar más atención. Cierro la ventana y bajo de nuevo la vista. Cuando vuelvo a teclear, una llamada aparece de la nada sonora y me obliga a abandonar de nuevo el trabajo.

¿Sí?

Le llamamos de Vodafone, su ADSL está a punto de ser instalada.

De pronto el silencio. La conversación se corta y oigo el insolente pitido que indica el fin de la comunicación. Preso de la furia, por haber creído solucionado este problema con una compañía de la que jamás he sido cliente, y a la que tuve que llamar vendiéndole mi alma al demonio para conseguir un número de teléfono en el que me atendiesen correctamente, marco los dígitos desde los que he recibido el críptico mensaje y llamo.

Servicio de atención de ADSL Vodafone, dígame.

Buenas, me acaban de llamar hace treinta segundos, creo que hay un error.

Okey, dígame su nombre y DNI por favor.

No pienso darle ningún dato mío, ustedes me han llamado, no sé por qué, del mismo modo que no sé cómo tienen mi teléfono si nunca he sido cliente suyo ni he tenido nada que ver con Vodafone.

Señor, si usted no me da ningún dato no puedo ayudarle, si le han llamado será por algo.

En ese instante mis ojos se proyectan hacia el infinito cual Coyote cayendo por un acantilado.

Le repito que no pienso darle nada, dígame en qué campaña de acoso se encuentran inmersos y por qué me llaman diciéndome algo que no entiendo de una ADSL que no he contratado.

Mire señor, o me dice sus datos o no puedo hacer nada por usted.

En un alarde de farolismo de póker le respondo que si vuelven a llamarme les denunciaré, acto seguido cuelgo. El colmo de los colmos, una compañía me persigue sin razón y encima me exigen que me identifique o de lo contrario seguirán molestándome. Consulto en Internet y veo que hay cierto revuelo con esta práctica durante los últimos meses. Mal de muchos, consuelo de tontos. Aun así me consuela. Frustrado por la impunidad con que actúan decido darme una ducha. Espero a que el agua se caliente, pero pasados cinco minutos comienzo a intuir que eso no va ocurrir. Con un ridículo albornoz amarillo mordido por mi perro voy a la galería a tratar de arreglar el recientemente reparado calentador. Hago las típicas maniobras, las únicas que conozco en el arte de hacer funcionar un aparato de estas características. Apagar y encender, sacar las pilas y volver a introducirlas. Vuelvo a la ducha y nada. El agua sale directamente desde la Antártida. Haciendo de tripas corazón me meto en el cubículo, ahora más parecido a alguna clase de herramienta de tortura de la Inquisición. Cinco o seis minutos después, salgo con la circulación a punto para otorgarme diez años de buen riego. No obstante, una extraña sensación de fervor espartano me envuelve ante el fin de la prueba. Para presumir hay que sufrir.

Todavía mojado y de nuevo con el maltrecho albornoz llaman a la puerta. Apresuradamente me pongo más visible y acudo al recibidor, irritado por no poder disfrutar mas del regocijo que provoca un calefactor de veinte euros tras ser rociado con agua del Tíbet. Abro la puerta mínimamente por si el perro escapa en busca de hembras y veo a mi vecino del sexto junto a un hombre con cara de haber sido repentinamente sacado a rastras de su casa para trabajar.

Hola, vengo porque he tenido una fuga de gas en mi casa -nada más y nada menos- y para arreglarlo han cortado el gas en toda la finca. Ahora tiene que pasar el técnico puerta por puerta comprobando todas las llaves de paso.

Esas llaves de paso a las que se refiere son las que se sugiró que fuesen cambiadas un par de meses atrás para evitar, adivinen, fugas de gas. El buen hombre decidió que prefería no hacerlo, total, sólo tenía diecisiete años la instalación. Ahora todos estábamos pagando las consecuencias de su imprudencia.

Entra el técnico y queda mi vecino fuera.

Ahora sí que se ha liado nano, madre mía. Encima viernes, así que habrá gente que no estará. Pues si no reviso todas, no vais a tener gas en todo el fin de semana macho. Ostia puta, encima hoy no trabajaba.

Le señalo donde está el aparato y libero a mi perro.

Ostia un beagle, como el de mi suegro, estos siguen a la presa cuatro kilómetros a aullido limpio.

No cazo con él.

Una pena, son buenos.

Oye nano, este cacharrito que sobresale del calentador, ¿quién lo dejó ahí?

Ni idea.

¿Sabes lo que es?

No.

Pues el tío que lo sacó es un fenómeno. UN FENÓMENO. Eso es el sensor de monóxido de carbono. El tipo pensaría que como estaba al aire no pasaría nada, pero no es verdad. Te sales aquí a fumarte un cigarrito en verano, y te quedas pajarito. Como te lo digo. Bueno esto ya está, gracias nano. Au.

Hasta luego, gracias.

Más consternado si cabe, pensando en que podría haber disfrutado de los placeres de la muerte dulce, sin comerlo ni beberlo, bajo a la calle para irme. En la escalera, varios vecinos más despotrican contra la compañía del gas, contra el afectado por la fuga, se miran con malas caras, pagan su frustración con saludos desganados. Despotrican y alivian sus tensiones del día, al fin y al cabo, estas situaciones son las que dan vida a una escalera. Asiento ante sus afirmaciones, tratan de contarme lo jodidos que están. Me despido educadamente y salgo del portal. Río para mis adentros. Es la primera vez que varios de ellos me dirigen la palabra en veintitrés años de convivencia. Me siento un personaje de una historia de Abelardo Muñoz.

Publicado por Eduardo Almiñana

Escritor y terrícola.

Únete a la conversación

1 comentario

  1. Cualquier parecido con la realidad es pura locura.
    Dónde está el botón de «me gusta»?
    Un abrazo

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.