Show must go on

Se abre el telón, tres actores llevan a cabo El afilador de pianos, de Paco Zarzoso. Se cierra el telón tras casi una hora de emociones, y se produce una ovación tras otra, hasta cuatro. Me incorporo desde el piso superior, en el que he hecho las veces de técnico de sonido. Aplaudo, me abrazo, grito bravo y vuelvo a aplaudir, cual ingeniero de la NASA que comprueba como un transbordador se eleva sin problemas. De pronto toda la adrenalina desaparece, y me desmorono plácidamente, satisfecho, emocionado. El público y los actores abandonan la sala. Salgo al baño, y al volver, esquivo a la gente caminando tras el telón. Dentro está, en el centro del escenario, sentada en una mecedora de atrezzo, la directora. Tiene la mirada ausente. Me acerco, y me tiro al suelo junto a ella, en postura del Hombre de Vitruvio. Un escenario desierto es una buena imagen para ilustrar lo efímero. Veinte minutos antes era el contexto de la catarsis teatral. Ahora un espacio en el que dos personas, directora y productor, se felicitan y apoyan telepáticamente. No hace falta hablar. El trabajo de meses se ha demostrado en el terreno de juego.

Quienes no creyesen en la factibilidad de la obra no habrán tenido más remedio que engullir sus desconfianzas. El equipo ha dado todo, y se podrán mejorar cosas, pero el hecho es que la obra se ha llevado a cabo con profesionalidad, talento y buen gusto, y ahí queda para la historia, dieciocho años después del montaje original. En todo ese tiempo gente con muchos más recursos no lo ha intentado. Nosotros teníamos pocos, y lo hemos hecho. Vuelvo a la escena anterior.

El tiempo pasa lento sobre el suelo negro. La iluminación ya no es onírica, pero los focos siguen calientes a cuatro metros de mi cuerpo yaciente. Se oyen voces fuera, en el claustro, pero no me interesa. La faceta de productor o editor es siempre desde la sombra. No es apreciada habitualmente por el público, no se conoce al hombre tras la cortina. No me importa, me gusta moverme entre bambalinas – pienso. Me gusta observar y analizar, ser la mano que mece la cuna. Mi mejor aplauso es el cariño del equipo, y creo que en este caso lo he recibido con creces. Ahora, como decía alguien, show must go on.

Publicado por Eduardo Almiñana

Escritor y terrícola.

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