El Mercado de Rojas Clemente se esconde de la bulliciosa Gran Vía como una gran tortuga que hunde su cabeza en el caparazón para evitar el peligro. A unas decenas de metros, todo tipo de vehículos maltratan el asfalto y los pulmones de los vecinos. Los árboles del parque que separa las dos direcciones de la arteria no pueden evacuar tanto dióxido de carbono, y prolongan sus raíces por el subsuelo con la esperanza de aparecer, con suerte, en el cauce del río y así poder creer en un futuro mejor. Es sábado y María y yo tendríamos que estar reposando mansamente en mi casa en Bejís, pero los planes se han truncado y hemos aparecido en la plaza que toma nombre de este mercado. Plaza es un término demasiado optimista para definir el aparcamiento -zona azul- en el que campamos a nuestras anchas gorrillas taciturnos, viandantes con destino al barrio chino, abuelos quejumbrosos, ratas, gatos e integrantes de Casiopea Collective y asociados.
Conforme llegamos al callejón donde hemos quedado, vemos cómo Karen y Xavi han preparado un banquete envidiable: una mesa de plástico (con mantel), varios asientos de procedencia incierta, cenicero, mate, tabaco de liar, tabaco industrial, café y algunas cosas más que no termino de identificar. Lo que se dice un menú de cinco tenedores. Mi perro, un sabueso cuyo olfato le abstrae por completo de la realidad, no da abasto con tantos aromas; hay demasiados orines que identificar. Poco a poco caen por allí Sole, Illán, SL Ruiz, y tras una llamada a varias voces, el excelso batería Dani Domínguez. Hemos considerado que ya que ha venido desde Barcelona para tocar en la jam de hace dos noches, qué menos que invitarle a un festín de este calibre. Nuestro atuendo es un camuflaje con el entorno; tal vez la pamela que luce Xavi sea algo más atrevida, demasiado señorial, pero se complementa en excentricidad con la ausencia de pantalones de Chema -que por supuesto también ha aparecido, dado que esta plaza es parte de sus dominios- y sus calzones con cervezas.
El Mercado de Rojas Clemente también esconde a personas a quien nadie escucha. La ciudad no tiene compasión con todos aquellos a los que la vida ha jugado malas pasadas. Somos tan ingenuos –la ingenua prepotencia humana que decía Otto Wolfski- que pensamos que nunca podría pasarnos algo así, que no puede llegar un día en que estemos bebiendo vino en un cartón sentados en un bordillo, viendo pasar las horas, los días y los años. Recordando en bucle cómo fue nuestra vida en Barcelona, viviendo en el mismo bloque de Sant Adrià de Besòs que los hijos del Príncipe Gitano, y un hombre empeñado en subir un burro a su piso. Del Almuerzo underground me llevo esta historia de una mujer encantadora a la que no tardó en insultar un anciano a quien puede el miedo. Tampoco le juzgo por ello.
Cerca de las tres y media, un vecino se asoma y nos pide que nos vayamos, que está durmiendo la siesta. Los cristales de su ventana parecen bastante aislantes, pero no queremos perjudicar a nadie, así que nos movemos al río. Chema decide que es momento de quitar el polvo a su pajarita decimonónica, y cuando vamos por Turia street parecemos el Gabinete Salvaje, que diría Iván Vergara. El Sol quema cualquier tipo de tristeza o preocupación, parece primavera, y el verde de la hierba casi hace daño en los ojos. Dani (DMD) tendría que estar aquí; lo digo mucho, pero es que nos acordamos de él y estamos ejerciendo una presión lobbista a ver si conseguimos convencerle. Velociraptor Stihl está durmiendo en un banco de piedra; es un tipo duro al que esto no le supone ningún esfuerzo. Nos hemos demorado y ha tenido que esperar, pero los canapés que traemos nos redimen de cualquier sentimiento de culpabilidad. Hablamos de lo humano y lo divino, de preguntas sin respuesta, de Cuarto Milenio y lo vulgares que son los avistamientos OVNI últimamente. Han perdido el glamour de los cincuenta.
Empieza a hacer frío y nos mudamos al piso de Karen y Sole. Hay una peluca que da a Chema el aspecto de un cantante de funk de crucero, o de cantante de verbena de tercera. Nos hemos cobijado aquí de momento. No me quito de la cabeza a la mujer de la plaza. No sé su nombre.
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