Sammy Otusemade (Juzt Supreme) aterrizó hace nada proveniente de Lagos, Nigeria. Dani Domínguez ha viajado desde Barcelona hasta el Cabanyal Town, María del Plata estrena un micrófono llamado Cherry y KennyKen está siendo invadido por una barba que aumenta a cada letra que escribe. Xavi Gómez Mohedano aparece con una sonrisa incandescente, there’s something about Matt, y yo he secuestrado a Velociraptor Stihl y le he obligado a tragar un whisky con hielos. Al acercarme a la barra de No hay nada mejor que 27 amigos, Flo me da un abrazo que casi me parte por la mitad, pero lo agradezco. Qué tipo más simpático. Esta noche Casiopea es especialmente visible, SL Ruiz está dándole sepultura a un bocadillo alemán, y el local está abarrotado. Hay una importante delegación uruguaya: Sole, Karen, Pame, Maru, el Palmera, la Jose y también están la Flaca y Mati -como siempre- que son argentinos. Chema mueve los hilos en la sombra, ya se desplaza entre la multitud como un padrino discreto; Beni lleva una grabadora en la mano que parece uno de aquellos trolls de la suerte, e Illán hoy ha abandonado su ukelele en casa.
Me parece que he visto en la puerta a un poeta emblemático de Valencia, amigo de un amigo, conocido con el sobrenombre de Crazy. Este bar no deja de sorprenderme. La jam da comienzo, el primer plato es Eardrum y asociados. Sammy desliza sus dedos sobre las teclas con la mirada parapetada tras unas gafas de sol, pero diría que tiene los ojos cerrados. Su cabeza tiende a reclinarse hacia atrás, como si lo que estuviese haciendo no le supusiese absolutamente ningún esfuerzo. Sus facciones denotan serenidad, de igual manera que las de Dani transmiten trance. Kenny comienza el bombardeo, hoy está especialmente neoyorquino y quiere dar un paso más. La gente entra sin cesar, esto se está convirtiendo en algo serio. María canta y alguien pide silencio al público. Al salir a fumar he oído como un chico le contaba a otro sobre aquella vez en que la escuchó cantar bossa. Está bien quedar en el recuerdo de la gente, sí señor. Yo aspiro a eso también. Irrumpe Jacobo que pese a tener que ir al aeropuerto en una hora, ha decidido que prefería aparecer, largarse y volver. Siempre me lo paso bien cuando está Jacobo. Se suceden intervenciones enérgicas que levantan el ánimo de los asistentes. El Ruiz es una especie de huracán; al verlo moverse uno tiene la sensación de que de un momento a otro, todo el mobiliario del local va a saltar por los aires. Negro Che sube al escenario y aporta el componente soldado rasta necesario; vuelve Kenny, vuelve María, e interviene Xavi. El micro -Cherry no, otro- decide que es momento de parar, probablemente saturado de embestidas, y propicia una pausa que todos aprovechan para varios menesteres. En el exterior, logro amansar a un yorkshire que está pidiendo a base de ladridos que un vecino nos denuncie. Por un momento me siento el encantador de perros nocturno. No es una proeza, pero tampoco es cualquier cosa. Son perros muy testarudos e irritantes.
Como me he levantado a las siete de la mañana y no he parado en todo el día, llega un momento en que mi cuerpo no resiste mucho más. Empiezo a tener visiones de aparecidos en la noche, todos tienen la forma de mi cama o mi nevera. Pero soy de los pocos cobardes, dentro, una cantidad ingente de englishnighters, y demás sátrapas de mal vivir, están dispuestos a aguantar lo que haga falta. No es mi caso, pero tengo material suficiente para escribir esta crónica, una más en lo que es ya un género en este blog. Hasta la próxima.
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