Capitular

Vivir pared con pared con un prostíbulo no es cosa fácil. Especialmente si el prostíbulo en cuestión tiene una afluencia nocturna masiva de grupos de hombres de 20 a 70 años, muchos de ellos ebrios de excitación y en la mayoría de los casos también de alcohol. El edificio en cuestión es imponente, cuatro pisos, fachada gris metálico, con grandes ventanales, alfombra roja recién puesta a lo Hollywood (una de las últimas novedades del local), y un discreto cartel en neón azul en lo alto. A cincuenta metros hay un colegio, a cuarenta, una panadería, un kiosco, un locutorio. En la esquina misma, mi edificio, que tiene en el bajo una farmacia. Un barrio popular con un alegre trasiego de personas. Esto hace que se produzcan todo tipo de situaciones cómicas. Desde niños que se acercan a la puerta por lo llamativo de esta ante el estupor de madres preocupadas, clientes que fingen ir a otro lugar un martes a las once del mediodía y casi entran haciendo un moonwalk, carteros que comienzan a hablarte de tu perro y acaban haciendo observaciones socarronas sobre las chicas del interior, erasmus en manada que llegan aullando, jaurías de clientes que comentan sus hazañas en la puerta a las tres de la mañana como si no existiese vecindario. «Aquí me llamo Nacho, no Pepe». Lo he oído, un alarde de discreción como intermedio en un relato de felaciones y sodomía a todo volumen.

Anoche era una de esas noches de batallitas viriles en la puerta del edificio. Trataba de dormirme, angustiado por la noche tropical valenciana, y justo cuando creía que iba a conseguirlo, sonó la bisagra de la puerta, y lo que era un rumor de felicidad se convirtió en vítores y respiraciones entrecortadas, risas y ofrecimiento de cigarros. Un grupo de jóvenes salía pletórico, rebosante de vitalidad y ego. A modo de demostración de su celo animal, gritaban al máximo, cantaban, proclamaban a los cuatro vientos que se habían apareado, en un insólito escenario de jungla urbana. Me debatía entre la curiosidad y el odio, me enganchaba sin querer en sus conversaciones, pero por dentro me revolvía cual abuela en una zona de movimiento nocturno. En ese momento el difunto Cioran se materializó en mi habitación, y me dijo:
Durante las malas noches, llega un momento en que dejamos de agitarnos, en que deponemos las armas: luego sobreviene la paz, triunfo invisible, recompensa suprema tras las angustias que la han precedido. Aceptar es el secreto de los límites. Nada es equiparable a un luchador que renuncia, nada iguala el éxtasis de la capitulación.


Comentarios

2 respuestas a «Capitular»

  1. Joder, ya es la segunda cita de Cioran que leo hoy por tu parte, y ambas me han parecido de una brutalidad anestesiante. Ahora mismo me pongo a investigar sobre este tío.

  2. Probablemente esto vaya a ser el principio de una serie de posts-relatos (que no post-relato) inspirados en Cioran.

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