Ruzafa se despide de mí con el rugido de su garganta de asfalto. He pisado durante unas horas uno de sus órganos más vitales, Imprevisual, el local del cubano Arístides. Llevaba todo el día trabajando cuando salí para allá; uno no sabe si por suerte o por desgracia -aquello de trabajar-, y necesitaba un poco de combate literario. Saldado este con éxito, arranco el motor turbio y ennegrecido de mi coche y me dirijo al Cabanyal. Tiene una mirada -el coche- como de felino o de perro, concentrada y precisa, que ilumina la pintura blanca que ha renovado alguien de madrugada. Hay un nuevo kid in the block, un local regentado por alemanes llamado No hay nada mejor que 27 amigos. La Malvarrosa a lo lejos me ofrece un espectáculo de mar y nocturnidad, pero driblo a la derecha, callejeo un poco y encuentro mi destino, como un easy rider de barrio portuario. Aparco y unos carteles de peluquería en una ventana me sorprenden como apariciones. No hay más alma por la acera que el propio espíritu del poblado marítimo.
No lo he contado pero vamos a celebrar el cumpleaños de Chema B., y allí hay mucha gente reunida. Casiopea ha abandonado hasta el amanecer su forma astral de constelación y se ha encarnado en -calculo- varias decenas de cuerpos. Entro tímido porque llego de los últimos y no sé quiénes son los que fuman en la puerta. El híbrido entre English Night y aniversario tiene un gran poder de convocatoria. Pero no tengo que buscar demasiado para encontrar a Jacobo que ya está repartiendo sonrisas aquí y allá y hoy además es un poco más rockabilly que ayer. Enseguida diviso a María del Plata (hoy escribo su nombre entero porque la ocasión lo merece), a Kenny, a SL Ruiz, a Illán, a Nacha, a Quis, a Natalia y al resto del equipo (perdonad que no os nombre a todos). María me impele para que pida dos whisquies con hielos, y acepto el reto. Se está gestando el parto musical que acaecerá en cuestión de minutos, lo sé porque ya he localizado al efervescente Xavier Gómez Mohedano. Cuando este tipo entra en acción, no te queda más que sobrecogerte. Por su gesto, entiendo que se está preparando, signifique lo que signifique esto en él, una de cuyas capacidades es la improvisación más eléctrica que he visto en mucho tiempo. Un par de tragos y da comienzo el show. Me giro para no dar la espalda a los músicos, que horas después demostrarán ser talentosos e incombustibles, cuando lejos de desfallecer, sigan tocando sin control bajo la atenta mirada de un santón estampado en la pared que nos abraza con una bocanada de humo de proporciones bíblicas.
Avanza la noche y llegan Karen y Sole, más excitadas de lo normal; resulta que en su primer día de trabajo en una conocida franquicia, al terminar el turno, han llamado a su jefe para cantarle las cuarenta, despedirse y decirle entre otros motivos que su hermano -el encargado de ese establecimiento- era un acosador. Lo asombroso de la historia es que el interlocutor, que debía estar al otro lado del aparato con los ojos inyectados en sangre, las ha recontratado en su otro bar mejorando las condiciones laborales que les había ofrecido previamente.
Sigue la velada. Se suceden las intervenciones musicales y maldigo de nuevo mi falta de paciencia, factor que me ha impedido aprender a tocar el bajo o la flauta travesera, dos instrumentos con los que siempre he querido relacionarme. Hablo con Lukas y con Kenny sobre el hecho de que estas reuniones están siendo para mí lo que otras fueron para la Beat Generation. Hablamos pero seguimos atendiendo a lo que ocurre a unos metros: Xavi está en trance y se ha teletransportado al universo sideral y paralelo de los artistas, y creo que cuando cierra los ojos se encuentra con Kurt Cobain y Amy Winehouse en algún tugurio del paraíso marcándose un tema de esos que no existen. Hay otra persona, un hombre con la voz rasgada que canta a Bob Marley y somete al público, descubro después que se llama Kirú y es de Tanzania. Jacobo ha dejado salir a pasear por fin el gospel que lleva dentro, ahora mismo está inmerso en un círculo místico, un coro ancestral de percusionistas y cantores que no necesitan los ojos para ver; todo el mundo está en éxtasis, todos cantan, la catarsis ha llegado y está purificando a los participantes del ritual. Han sucumbido las civilizaciones, han perecido los prejuicios y se han sublimado las emociones; puedo ver cómo se abre un vórtice en el epicentro de toda esa música, diría que incluso están todos girando a gran velocidad pero yo los percibo inmóviles como en un estroboscopio. Quizás si ahora saliese del local me encontraría con que estamos viajando a través de las estrellas, que más allá del umbral solo hay espacio eterno y pacífico, terrible y solemne, y el color irisado de los horizontes por venir. No sé cantar ni tocar un instrumento, pero tengo la fortuna de ser cronista en un evento excepcional. Me acuerdo por supuesto de DMD que nos sigue desde Barcelona, un segundo antes de desintegrarme golpeado por la explosión nuclear que ha generado la última genialidad de Xavi. Ginsberg dijo una vez: he visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche; y yo digo: he visto las mejores mentes de mi generación bendecidas por la locura, expansivos y alegres vagabundos del dharma, seres cromáticos haciendo el amor con los tímpanos invocando la música cósmica que resuena más allá de Casiopea, carne de éter en conexión con el vacuum insondable de la cueva de una guitarra.
Esto nos ayudó a entrar en calor:
· Si quieres saber cómo empezó todo este movimiento, lee el post Music Please.
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