Diáspora (Wildcat)

kennyspace_mate_blogLe dijeron que en aquel anfiteatro de piedra azul y verde estuvieron sentados -entre otros- Bob Marley, Jack Kerouac, Henri Matisse, Jean Genet, Francis Bacon, Tennessee Williams, Truman Capote, o Jimmy Hendrix. Ahora pisaba con sus botas los reflejos irisados que producían los charcos de lluvia sobre el turquesa de su esmalte, cada día más deteriorado, cada día más bello. En el horizonte, el punto de encuentro entre un océano y un mar, y la silueta desdibujada de la tierra que acababa de abandonar. El café apuntaba directamente hacia allá, un balcón prodigioso con casi un siglo de existencia. Los gatos con sus pelajes grises y sus ojos de noche paseaban indiferentes, como si no tuviesen más necesidad que entender la trascendencia y obviar este descubrimiento justo después. El Sol aparecía y desaparecía entre las nubes, y del agua brotaban destellos que enseguida se ahogaban en una cresta espumosa. Su sombra intermitente mostraba a un gigante derramado por el suelo, con el que compartía bastantes detalles al margen de la pigmentación. El retorno a un lugar que nunca había conocido acababa de comenzar, pero no tenía prisa. Quería saborear cada instante en el camino, cada segundo que corría era un testigo más en el caso del hombre que vuelve al hogar, del que era el principal protagonista. Viajaba solo, ligero de equipaje físico y emocional. Una mochila descolorida, una libreta, y un registro mental de lazos rotos que cada vez dolía menos. No quería contaminar más aquel continente antiguo, orgulloso e imponente, que se resistía a mostrar sus cicatrices a los extraños.

Escogió una mesa pequeña junto a una pared en la que alguien había hecho un garabato tosco -casi una pintura rupestre- de África, que le hizo revivir la sensación que le sobrecogió cuando bajó del barco. Las líneas amarillas, rojas y verdes se desconchaban, revelando una piel áspera como de reptil primigenio, y así habían desaparecido parcialmente Zambia, Angola y Namibia. Encendió algo de marihuana que había conseguido llevar consigo sin que fuese detectada, e inhaló una primera calada larga y profunda. El humo salía de su nariz y de la chimenea de su boca, y adquiría formas imposibles de interpretar, mientras ascendía escurriéndose como un nido de serpientes. Alguien había puesto a sonar un disco de los ochenta, una recopilación psicotrópica de dub realizada por un percusionista japonés que quiso -y no pudo- grabar con Marley, pero sí lo hizo con otras estrellas jamaicanas. Mystical Electric Harakiri parecía emanar de los asientos, del techo, de las columnas y parecía también hacer que las palmeras se cimbreasen como un coro de wailers.

Mientras esto ocurre, Mumia Abu-Jamal pasea por las zonas comunes del penal de Mahanoy, Frackville, Pensilvania. Su jaula es desde hace un tiempo un poco más grande.

La luz del día se torna violeta y la colisión entre Atlántico y Mediterráneo adquiere ciertos matices sobrenaturales. Se puede escuchar un rugido gutural que narra historias de naufragios y cargamentos terribles y también de vidas truncadas y muerte. Lleva horas allí sentado, contempla el espectáculo con la esperanza de que se abra un Maelstrom que engulla cualquier posibilidad de vuelta atrás. Ha venido persiguiendo no sabe bien qué. Volver a los orígenes, tal vez. Aunque los más inmediatos se remontan a Haití, el hogar devastado y eterno, la cuna de la primera y única revolución de esclavos exitosa de la que se tiene noticia. Haití la bendita por los loas, la república vudú, el lugar donde Bondye detiene su mirada cósmica de vez en cuando. Pero Haití podía esperar. Necesitaba una inmersión total, un éxodo más allá del Trópico de Cáncer. Mañana cogería algún tipo de transporte e iniciaría su retro-diáspora particular. Una aventura genuina cuya conclusión desconocía. Se imaginaba a medio plazo yaciendo humilde en algún camastro de alguna aldea de esas a las que solo llegan las migraciones de aves y la lluvia. Estaba dispuesto a desprenderse de todo, no había otra manera. Extrajo su pasaporte de un bolsillo de la camisa estampada con colores intensos y motivos geométricos. La foto era un espejo de lo que había sido hasta entonces; junto a ella un nombre, Ken Laveau. Todo desaparecería más adelante: pasado, nombre y documento. Se diluiría en las profundidades de un lago, en la oscuridad de su lecho. Quedaría sepultado por los sedimentos que poco a poco convertirían ese cuaderno inútil y aberrante en una reliquia olvidada de una época demente. Llevaría a cabo ese ritual cuando encontrase el lugar oportuno. De momento, lo necesitaba para moverse entre todos aquellos países artificiales hechos con tiralíneas. Países. Por qué dividir algo tan hermoso. Por qué intoxicar la libertad de la tierra húmeda con fronteras. Siempre quedaba el consuelo de saber que aquellas barreras eran tan perecederas como sus creadores, y que, incluso aunque no fuesen superadas durante el minúsculo lapso de tiempo en el universo en que consistirá la existencia humana, una vez terminada esta, no quedará nada de ellas. La inmensa roca que es el planeta prevalecerá, suspendida en la negrura infinita del espacio. Nadie recordará las perversiones de las que fuimos capaces.

The touch and feeling of free / is untangible technically / something you’ve got to believe in. / Connect the cause and effect / one foot in front of the next / this is the start of a journey.

La tarde, cansada, retira definitivamente sus últimos velos de melancolía y se dispone a dar paso a la noche. En su retirada, arrastra a los últimos individuos que le acompañan en su contemplación. Los vasos de té están acabados, la menta forma un poso vegetal fragante y exhausto. Una pareja de turistas apura unas últimas fotografías que mostrar en casa, pagan, y se despiden mediante un gesto tímido con las cejas. Vuelven los felinos, más activos, con los sentidos despiertos y eufóricos. Dos de ellos pelean pero no se dañan significativamente, una breve descarga de violencia, unas carreras ágiles y precisas, y todo queda en una escaramuza puntual. Se acuerda de los garífunas, el pueblo musical mestizo; con sus almas residiendo todavía en Nigeria de donde fueron arrancados, fugitivos forzosos que encontraron en las costas del Caribe una segunda oportunidad. Los imagina proyectando su mirada desde la orilla, al atardecer, tratando de vislumbrar la silueta de sus familias en el horizonte. Piensa en ellos y en cómo conseguirían integrarse entre los caribes y los arahuacos, cómo de diferentes serían sus vidas, sus concepciones del mundo. Le fascina la comprensión y sabiduría de quienes los acogieron, que no se dejaron intimidar por sus pieles, ni se asustaron cuando les vieron aparecer empapados y moribundos de entre las olas. El encuentro fue un hito imborrable en la historia de la fraternidad entre homo sapiens.

No se da cuenta pero el propietario del establecimiento se marcha y cierra la puerta tras de sí. El cielo es un complejo tapiz de estrellas, algunas de ellas ya difuntas y extintas. La luna llena emite suficiente luz como para distinguir formas en el anfiteatro. El árabe se detiene a unos cuantos metros del portón de madera. Baja la cabeza, parece dudar. Mira atrás, y cree presentir una extraña luminiscencia que se filtra a través de los poros de los muros del café. No es la primera vez. Pero quién es él para interrumpir lo que sea que vuelve a tener lugar allí. Antes de que pusiese nombre a aquel lugar y lo explotase comercialmente, el enclave ya poseía un halo místico que no dependía de su fama como punto de encuentro de personajes ilustres. Fue consciente de ello una semana después de abrirlo. Nunca lo contó a nadie. No lo hizo porque tenía la convicción de que los misterios que albergaba su negocio pertenecían exclusivamente al enigma del anochecer. Y en qué consistían los fenómenos era algo por tanto en lo que no debía indagar. Tuvo su experiencia. Ahora le tocaba a otro. En cierta manera, le envidiaba. Nadie se lo había dicho pero sabía que era hora de irse. Sin más, sin anuncios. Era un hombre respetuoso con los designios del destino. Entendía las señales, o eso creía.

Algo se ha movido a varios metros a su derecha. Es complicado distinguir nada de forma nítida, pero está seguro. Probablemente un gato, aunque esta idea no termina de ser sólida. Se tambalea, sus cimientos son inestables; el vello de sus brazos se eriza porque contempla la duda razonable. Los gatos no son tan grandes. Se gira y es consciente por vez primera de que está completamente solo. El rumor magnánimo de las dos masas de agua poniéndose de acuerdo ha debido hacerlo caer dormido, o al menos lo ha dejado en un estado de semi-vigilia del que no es capaz de salir. Por el tiempo que ha pasado, no puede tratarse de los efectos de lo que ha consumido. ¿Qué hora es? Sus extremidades responden con dificultad a sus órdenes, y no parecen querer ayudarle a levantarse. A su izquierda África sigue siendo un mural en la pared, pero ahora no es igual que antes, tiene un fulgor resplandeciente y sutil, que hace que destaque en mitad de la penumbra. No es capaz siquiera de sobresaltarse. Algo vuelve a moverse, viene avanzando con precaución. Sus ojos entrecerrados perciben una figura de grandes dimensiones, por lo menos le supera en un metro. Va cubierta con una túnica y un turbante.

We’re jammin’ / I wanna jam it with you / we’re jammin’, jammin’ / and I hope you like jammin’ too. / Ain’t no rules, ain’t no vow, we can do it anyhow / I and I will see you through, / ‘cos every day we pay the price / we’re the living sacrifice.

Le embarga una calma antinatural conforme se acerca el visitante furtivo. Vuelve su vista de nuevo al océano, está justo de espaldas al rumbo que planificó para su aventura. Escucha sus pisadas, son poderosas y cálidas, va descalzo por el sonido como un palmeo que llega a sus oídos. Cierra los ojos poco a poco y sabe que ha llegado a su lado, se sienta en la silla de forja contigua a la suya. Se puede escuchar también un coro de instrumentos de hueso y madera que le acompaña, una especie de sonajero que se agita y castañetea y un viento grave y envolvente, y también algo similar a una flauta tremendamente arcaica y una percusión veloz sobre pieles. Ninguno de los dos pronuncia palabra alguna. La música, tan primitiva, aumenta progresivamente. Ahora es un temblor que va a más, una melodía tribal y milenaria; hace que su cerebro funcione a toda velocidad, sus ojos se vuelcan hacia atrás y quedan en blanco, sus manos se aferran a los reposabrazos y su cabeza se inclina contra el respaldo. El ritmo es frenético, lo adornan chillidos y aullidos de animales que no conoce. Los tambores van a más y también sus pulsaciones, siente una necesidad irrefrenable de levantarse y bailar. Cuando quiere darse cuenta está de pie y danza, danza como si fuese a acabar el mundo. El hombre-montaña también lo hace, y hay un fuego entre ellos y ya no puede distinguir el resto del escenario. Se miran a los ojos mientras se agitan y se convulsionan manteniéndose siempre uno frente al otro mientras giran alrededor de las llamas. De la negrura aparecen, iluminados como destellos, paisajes que no consigue identificar. Todo es oscuridad entorno a ellos salvo estas imágenes fugaces. Sobre sus cabezas se abre de pronto un espectáculo de galaxias, y una le resulta familiar y no sabe bien por qué.

Y si ahora hablaré como vosotros es porque aprendí a hablar como vosotros, porque soy muy viejo, tan viejo como para recordar el albor de los tuyos, hijo mío. ¿Por qué has venido aquí? Y sin embargo ya sé la respuesta y no has formulado la pregunta. Quieres conocer tus orígenes, y te diré que es magnífica tu curiosidad pero topará con un muro, pero yo podré hacerte escalar este muro para que te asomes al origen verdadero.

¿Quién eres?

Yo soy uno de muchos, uno que volvió tras la partida del gran éxodo, uno que volvió hace tanto como la edad de los árboles más longevos que ahora viven. Tú no necesitas saber quién soy yo, necesitas conocer quién eres tú; pese a todo, te diré que lo que consideras tu especie, no fue la primera con inteligencia para poblar La Tierra como vosotros. Nosotros crecimos y nos expandimos mucho antes de que lo hicieran ellos, nosotros, éramos un pueblo que vimos con nuestros propios ojos cómo evolucionaron nuestros primos cobrizos de los hielos, y les dejamos desarrollarse en paz y armonía. Un día tuvimos que irnos y abandonar la roca que nos vio nacer, y emigramos durante siglos, y nos aseguramos de que no quedase rastro de nuestra estancia. Todo fue cuidadosamente planificado y aun así, cometimos un error que nunca podremos perdonarnos. Había una mujer y también sus hijos, y por alguna razón no montaron y se escondieron, y alguien permitió que esto pasase desapercibido. Emprendimos el viaje y tras tanto tiempo como no puedes imaginar, llegamos a nuestro nuevo hogar. Llegamos nosotros, pero no yo, porque tras notar su ausencia a mitad camino, decidí regresar a averiguar las consecuencias de nuestro inexplicable fallo. Y lo que encontré a mi regreso me dejó tan sorprendido y apenado que quise conservar la facultad de llorar, porque aunque vuestras pieles eran más claras, mucho más claras, os pude reconocer; nuestro legado, nuestra herencia involuntaria, que se había preservado a través de las eras, descendientes que sobrevivieron y se mezclaron con la raza emergente, y que luego fueron sometidos por los suyos. La noche de vuestros rostros se diluyó pero no desapareció. Ahora sois como la pantera y el jaguar, pero por vosotros corre todavía sangre de los tiempos de la música; por eso la amáis y la practicáis y la habéis practicado siempre, porque en vuestros genes sigue el vestigio de lo que fue nuestro lenguaje. Vuestro color es un recuerdo del nuestro; y todavía me resta entender todos los detalles de lo que deparó el futuro a los rezagados, cómo resistieron en solitario, qué decisiones tomaron y dónde están sus cuerpos ahora.

Quieres conocer tus orígenes y yo te digo que te los mostraré, pero pagarás un precio muy a mi pesar, porque ya habéis pagado demasiado hijos míos, pero tú serás el encargado de cuidar de tus hermanos, y para ello deberás… cambiar.

El trance persiste pero ya no está en movimiento. Todo a su alrededor se difumina y cobra forma de pronto, y se remonta a un pasado remoto en que el planeta era otro. Puede ver una sociedad que se extiende por todas los rincones del globo, pero no destruye, por el contrario, crea belleza allá a donde llegan sus voces que son canciones. Son majestuosos, felices, y viven en paz. Un torbellino de color y presencia como aquellos seres montan en vehículos que no comprende, y se despiden de todo lo que han conocido para llegar a otro lugar que los espera a una distancia insondable. Sus cuerpos son tan negros como los abismos más desconocidos de la mente, tanto como el vacío en el universo. Poco a poco esta visión se entremezcla con otra, y tiene al extraño a escasos centímetros de sí mismo. Este desenrolla la tela que oculta su cabeza, y la música vuelve y es más intensa que ninguna otra que haya escuchado antes. Sus ojos son dos faros azotados por una tormenta, y cuando la tela por fin descubre lo que tapa, las lágrimas corren por sus mejillas.

Mi nombre es Nana-Buluku, y el tuyo será Mawu. Ha llegado el momento en que debo zarpar yo también, y volver con nuestra familia. No me he comunicado con ellos desde que volví a pisar este suelo y a beber de estos ríos, pero sé que me acogerán y podré contarles todo lo que he vivido. Yo no debía intervenir, Mawu, pero tú eres libre, y esa libertad ha estado siempre en tu espíritu. Los motivos por los que serás tú escapan a lo que puedo hacerte entender, pero confiarás en mí. Adiós, hijo mío.

En Cuba, un babalawo cuenta historias sobre los Orishas a unos niños que sonríen y preguntan. Millones de brasileños son encuestados y responden que su religión es el Candomblé. Un rastafari lee una edición amarillenta del Kebra Nagast junto a una palmera en Jamaica. Damballah Wédo, el dios serpiente, es adorado en un altar en Nueva Orleans. Una madre enseña la historia de Zamba Boukman a sus hijos en Haití.

Una pantera negra despierta en un claro en una noche cerrada. Alza sus ojos amarillos al cielo y ruge. Se aproxima lentamente al agua de un lago. Al beber, el reflejo muestra a un joven mulato, su rostro está surcado por estrellas.

BSO del relato:

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Publicado por Eduardo Almiñana

Escritor y terrícola.

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