Crónicas asincrónicas de la UFC 1

MMA no es MDMA: Khabib Nurmagomedov, campeón invicto de peso ligero en la UFC, es ruso y musulmán, de la etnia avar de Daguestán, algo así como el anticristo para muchísimos seguidores de esta fórmula videojueguesca de lucha que son las Mixed Martial Arts, que comenzaron a alcanzar su popularidad actual de un modo bastante salvaje y estereotipado con la premisa de buscar al luchador definitivo (de ahí UFC, Ultimate Fighting Championship, empresa principal de explotación de las MMA) mezclando artes marciales, de tal manera que nobles señores con kimono, tipos con aspecto de estar violando la condicional, tailandeses con las espinillas curtidas a base de muay thai, rudos brasileños del jiu-jitsu o musculosos anabolizados en speedos -aquí fardahuevos- se daban de lo lindo en un ring octogonal.

Ahora la cosa se ha pulido y ha mejorado mucho a nivel técnico, normativo, estético, y por supuesto, lucrativo, y aunque la sangre corre con facilidad hacia la lona, Facebook ha podido bombardearme sin complejos ni restricciones con vídeos de combates y mejores nocauts hasta que he llegado a sentir una extravagante fascinación por el luchador ruso campeón mundial de sambo y ahora de MMA y su particular forma de ganar, pegando poco y abalanzándose a las piernas de sus rivales al primer descuido, llevándolos al suelo y dejándolos indefensos con esa mezcla de lucha grecorromana, convicción úrsida y experiencia sometiendo plantígrados desde pequeño, como -no es broma- se ve en un vídeo añejo en el que practica wrestling con un oso.

Pero sin duda el mejor momento de Nurmagomedov el avar -avar es como les llaman los azeríes, ellos prefieren maaruli-, es la cara de moñeco que le dejó a Drake cuando tras vencer al arrogante «Notorious» Conor McGregor aplicándole un tremendo mataleón hasta rendirlo, lanzó el protector bucal al equipo del irlandés y saltó del octógono hasta sus cabezas liando un pandemónium monumental por culpa de unos insultos referentes a su procedencia y religión con los que le habían regalado los oídos durante todo el combate: de golpe el pobre Drake, que había ido de público y seguro confiaba en una victoria de McGregor, entendió por qué a Nurmagomedov le llaman el águila, allí con cara de tonto y a la sombra de su prodigioso vuelo.


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