<img title="PayohSoulRebelMarcSolerCanals" alt="Sofá Undergrogite-de-vendee.com» }}d» src=»http://www.edureptil.com/wp-content/uploads/2013/04/marc-stillfree.jpg» width=»750″ height=»496″ />
En un link fueron el rojo, el verde y el azul. Irene sabe cómo capturarlos. Irene sabe cómo funciona el mecanismo de reproducción de los colores. Tiene que hacerlo rápido pero con cautela, va a desplegar unas velas y pretende atraerlos hasta ellas. El color es una bendición esquiva, tan pronto empapa una mañana en su estudio-jungla, como eriza su lomo y muestra sus escamas. No está sola. The Moss Man ha sido invocado y también un camarógrafo que dejará testimonio digital del ritual espectro-caníbal. Cuando da comienzo, el blanco de las paredes estalla y se fragmenta, hay fisuras de luz en todo el piso, y en la calle una multitud se congrega fascinada por el fenómeno; esperan un anuncio ultravioleta o al menos un nuevo mesías al que confiar sus párpados.
Mi expedición por Rockland comenzó hace casi dos meses y todavía no he intuido siquiera cuáles son sus fronteras. Llegué exiliado por recomendación de una amiga. Su vida y la mía casi fueron una hace siete años, desde entonces, algunos encuentros tremendamente espaciados en el tiempo y muchos recuerdos del futuro que pudimos tener. Estoy contigo en Rockland, como Ginsberg, pero él está muerto, y yo no. De ella me he quedado siempre con su sonrisa, con su pelo recogido y con la gravedad de su voz. Los primeros capítulos de mi viaje fueron una avalancha necesaria, un monzón de momentos en una realidad paralela que por qué no, podría estar existiendo ahora mismo. Después, el paisaje por el que transitaba se expandió y ya no fue sólo desierto de coyotes, y Rockland confirmó su vastedad y adiviné que no se acabaría nunca, que sería un espacio en constante mutación del que contar sus maravillas.
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Mudarme a este barrio con nombre de mujer o virgen ha sido lo más acertado que he hecho en mucho tiempo. Llevo todo el día a solas, concentrándome y encontrándome, generando ese estado de ánimo que me permitirá dentro de dos horas intervenir en la cuarta edición del Sofá Underground de mi ciudad. Me han invitado a participar y tengo la suerte de poder hacerlo en conjunto con Irene Grau, que ha creado una instalación capaz de transformar las sombras de los asistentes en algo mucho más bello. Me dirijo hacia el enclave secreto del evento imaginando las reacciones que puede provocar lo que leeré, unos fragmentos de Rockland, ese libro sin fin que como Javier Gayet me descubrirá posteriormente, iré sacando a la luz por entregas para ser fiel a su esencia. Estoy motivado, además, he quedado con Violeta -Garín- a las siete y media para tomar mi medicina previa a la actuación. Todo por rigurosa prescripción literaria. Violeta es capaz de convertir a un existencialista en un tipo repleto de optimismo vital mediante un par de sonrisas si se lo propone. El bar en que nos veremos tiene relación directa con la obra en la que estoy trabajando, esta circunstancia me ayudará a meterme mucho más en el papel. Aloma me ha dicho que tiene la sensación de que va a ser una tarde-noche para recordar, tiene esa intuición que apunta a que todo va a salir mejor que bien. Creo en sus poderes brujos. Un par de chicas me paran de pronto por la calle. Me preguntan si pueden hacerme una foto. Me da mucha vergüenza pero accedo, porque me encanta la gente que tiene el valor de asaltar a desconocidos por motivos de este estilo. Pido no mirar a cámara porque tengo la fea costumbre de salir siempre mal cuando lo hago. No quiero provocar esa situación en que ella dispara, dispara de nuevo, mira la pantalla y tras una mueca de desaprobación nada sutil me dice que he salido bien sin ningún tipo de credibilidad en su afirmación. Lo he vivido en demasiadas ocasiones. Me dice que no hay problema y miro a un punto indeterminado de un muro cercano. Al terminar me da su tarjeta, que perderé inexplicablemente -o tal vez no tanto- más tarde. Afortunadamente, será otro fotógrafo un par de días después, el bueno de Perchas de Sombrero, quien encuentre de casualidad la instantánea y me la muestre. La artífice de la mejor foto que me han hecho en mi vida -disputándose el puesto con el retrato de Javier Gayet para su serie de Instagram- se llama Sara Fernández, y tiene entre manos un proyecto que puedes ver aquí. Ilusionado por este acontecimiento, algo que no me había ocurrido nunca, e interpretándolo como un buen augurio, llego a mi cita con Violeta. Dos whiskies y una conversación agradable después llegamos al loft de nuestros anfitriones. Ella se queda abajo y yo subo. Ya está llegando el público, Irene y Pedro terminan de revisar los focos que proyectarán luz a través de los paneles que han creado. Están teñidos en RGB, red, green, blue, y servirán para crear tres colores más: cyan, magenta y amarillo. Mis textos tendrán relación con los seis; tres de ellos se combinarán para alumbrar otros tres, más uno adicional que tendrá relación con el blanco -producto de la unión de los tres colores matriz-. Poco a poco va llegando el momento de empezar. Primero vemos el vídeo cómo se hizo que ha hecho Illán sobre la instalación de Irene. Después, comienza la proyección que ha montado Karen para mi parte, con los sonidos de Álex Bordanova -gracias a ambos-, y es la señal para que arranque con Rockland. Hay una gran cantidad de gente sentada frente a mí; amigos, conocidos y otros a quienes no tengo el placer de conocer -todavía-. Empuño el whisky que me ha subido Mati en un vaso de plástico y leo rock’n’roll en mis dedos. Le doy un trago. Vamos allá. Termino con Esa espuma del Fin del Mundo y me parece que ha durado un pestañeo. Las sensaciones mientras leía, han sido sencillamente impresionantes. Bienestar máximo. Tengo que agradecer de corazón la acogida, atención y calidez que me han regalado los invitados al Sofá. He tenido una gran suerte de contar con todos vosotros. Habría seguido hasta caer exhausto.
A continuación llega el turno de Po Pen y su folk onírico. Nos dejamos llevar por su voz de pájaro y me teletransporto a una casa en mitad de un bosque en mitad de sus recuerdos en mitad de sus ojos entrecerrados. A ella le sigue VEAlidad, el cortometraje de Mikaela Bruce, y después, tras una breve pausa, el concierto de Oldfashioneds, que son nada más y nada menos que Eduardo Altarriba, Payoh SoulRebel, y Pablo Muñoz, con la colaboración esta vez de Ales Cesarini. La fiesta termina con todos bailando envueltos en el manto místico de la música de esta formación a la que es preciso seguir. Tras las despedidas, y ya alejándonos del epicentro de tanto amor, no dejo de pensar en lo vivido. Probablemente ha sido más importante para mí de lo que ahora puedo percibir. No recuerdo haber participado en nada que me haya hecho sentir mejor. Miro a mi lado y hacia atrás y veo a mis amigos. Levanto la vista al cielo y es de noche y hay estrellas. Acude a mi cabeza el estampado en la camiseta de Payoh SoulRebel. Still free.
Contenido extra. Foto de Sara Fernández.
Cartel de la exposición en la que participará Irene en Riccione, Italia.
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