Oferta de empleo

Me contaba una amiga ayer una historia que pasaré a narrar sin más introducciones ni preámbulos. Resulta que la chica en cuestión estaba buscando trabajo, y hete aquí que encontró una oferta bastante apetecible en el típico portal de anuncios fraudulentos, en los que nunca se cumplen las condiciones que aparecen. Adjunto aquí abajo una captura de pantalla de la misma:

Como se puede ver, salvando el detalle de la incomodidad relativa del comercio de puerta en puerta; los requisitos son, a priori, más que aceptables. No así la ORTOgrafía, pero ese es otro tema. Pues bien, poco después de entregar el currículum online recibió una llamada, el miércoles pasado en concreto, para que fuese a la entrevista. El local, situado tras un colegio de monjas, carecía de cartel ni distintivo de ningún tipo; era el típico piso franco en el que cometer todo tipo de fechorías. A la entrevista en cuestión acudieron treinta incautos, y la realizaron de cuatro en cuatro. Por la tarde fue informada de que eran diez los seleccionados para hacer una prueba de calle al día siguiente. Durante el tiempo que pasaron en la guarida de la compañía, pudieron comprobar la mecánica de tal empresa. De un cuartito del local, en el que se reúnen acólitos y maestros, se filtraban mensajes como el que ya aparece en el anuncio de internet: “No hay que ser bueno para empezar, sino empezar para ser bueno”, que los ya iniciados recibían exaltados y llenos de júbilo. El que sería su supervisor al día siguiente, le comentaba que la formación a la que hacía alusión el anuncio, era una hora, a primera hora de la mañana, de 8 a 9, en la que se fomentaba el espíritu de equipo y se enseñaban estrategias de márketing. La enajenación colectiva que ya pudo intuir el miércoles fue ratificada el jueves. Decidida al menos a hacer una prueba, se presentó poco antes del final de la reunión formativa, por lo que pudo ver a la gente salir completamente exaltada, jaleándose unos a otros con arengas del tipo: “Somos los que más vendemos, ¡¿sí o no?!” A lo que los discípulos contestaban a voz en grito: “¡Sí!” Entre la parafernalia para la cohesión de la masa comercial, una campana en la puerta estilo bote de bar, que se tocaba cuando alguien hacía 70 euros de ventas en un largo día de trabajo, de 8 de la mañana a 20 de la tarde. Me contaba mi amiga que todo tenía un aspecto bastante sectario. Sentada fuera de la sala de adoctrinamiento, esperando a su supervisor, oía al líder presentar a McDonalds como ejemplo a seguir, aportando todo tipo de argumentos extraídos de película de bufete de abogados neoyorquino. El discurso era estéticamente fascista, en el más puro y primigenio sentido de la palabra.

Pasados un par de minutos de las nueve, y algo alterada por lo que estaba presenciando, apareció su supervisor: Casi en la treintena, curiosamente de su mismo barrio, chaqueta ajada y un cierto olor a sobaquina, como se dice en estas tierras; mirada perdida y cara de motivación perpetua. Desde primera hora de la mañana, el hombre ya iba a todo trapo, lanzando guiños y chascarrillos a diestro y siniestro, probablemente fruto de su aleccionamiento en la famosa hora matutina de educación corporativa, que como me comentaba ella, empezaba siempre con un chiste [sic]. Para la salida de prueba, los seleccionados fueron divididos en grupos. En el de ella, no habían otros, era la única primeriza en el arte del engaño callejero. Sus compañeros y profesores eran el susodicho supervisor, en adelante Adam Smith, por aquello de no utilizar su nombre real, y dos comerciales más, que se separaron para seguir sus propias rutas, asignadas previamente. Durante el camino que recorrieron juntos, observó con estupor como ante la visión de una alcantarilla de la compañía (dedicada a las telecomunicaciones), corrían compitiendo para ver quién era era el primero en pisarla, sonriendo el ganador, y atormentado el perdedor, por su falta de compromiso con la empresa. Adam Smith le hablaba mientras tanto del líder, el superprofesional que impartía las clases. “Él empezó como nosotros, y míralo ahora, es la ostia, gerente de varias sucursales, y sólo tiene cuarenta y pocos años, yo aspiro a ser él. Me gusta este trabajo porque es verdad lo que se dice de que puedes hacer carrera dentro de la compañía, yo llevo un año y medio, pero creo que pronto podré ascender”. Una vez ya separados los otros dos comerciales, mi amiga trató de sonsacarle información sobre las condiciones laborales, de las que solo sabía que no había salario fijo, primer engaño del anuncio.

-Aquí funcionamos como autónomos, –decía Adam– no hay contrato, ganamos unos cuarenta euros por contrato cerrado.

-¿Pero entonces tengo que darme de alta en autónomos para trabajar aquí? ¿No ponía contrato indefinido?

-Tienes que cambiar tu mentalidad profesional, de laboral, a empresarial. Dentro de dos años tendrás tu propia tienda, serás gerente. –Adam parecía pronunciar la palabra gerente en éxtasis místico.– Bueno es aquí el primer sitio, hemos llegado.

Las primera víctimas eran una asesoría de barrio. La hora del asalto, sobre las diez de la mañana, aproximadamente.

-¡Buenos días! ¡Me gustaría a hablar con el jefe, el que más mande, a ser posible, el que más trabaja! Las maneras de Adam eran de vendedor de Monorraíl de Los Simpson.

-Pero, ¿quién es usted?

-Vengo de _____ , ¿con qué compañía trabajáis?

-Lo siento, estamos bien, no nos interesa.

-Pero, ¿cómo saberlo si aún no te he hecho la propuesta? Sácame una factura y te lo demuestro.

-Márchese por favor, no queremos nada.

Tras este pequeño rifi-rafe dialéctico, que ella presenció totalmente avergonzada, según me decía, atacaron varios comercios más, recibiendo todo tipo de negativas, hasta que llegaron a uno y fueron atendidos por una chica ecuatoriana. Adam desarrolló una nueva estrategia, de las múltiples técnicas de su repertorio.

-¿Eres tú la encargada?

-Sí, soy yo, ¿quién es usted?

-Venimos a hacerles la vida más fácil [risas con muchos dientes].

-No me interesa, gracias, de veras.

-Sí le interesa, verá…

Al cabo de un rato la chica firmó un contrato, ya que la firma de los servicios de esta empresa es inmediata, sin casi saber qué hacía, totalmente embaucada por la tormenta verbal del comercial. Una vez estampada la rúbrica, Adam le pidió que ahora abonase sesenta euros, que venía en el contrato. Ella le dijo que no tenía, y que en la tarjeta tampoco. Adam contestó que no pasaba nada, que fuese al banco más cercano, que ellos le cuidaban el negocio. “¿Cómo?”, se preguntaba la pobre mujer. Finalmente quedaron en que se pasaría más tarde. A la salida, mi amiga le preguntaba el porqué de ese abono de sesenta euros. “Por el índice de morosidad de los inmigrantes, ya sabes”.

Como era ya casi la hora de comer, fueron al bar de encuentro con los otros dos compañeros. De camino, mi amiga le preguntaba por las vacaciones. “No hay. Yo me cogí unas hace poco, después de un año y medio. Si no trabajas no ganas, pero si trabajas puedes ganar lo que quieras, esa es la mentalidad de la que te hablaba. Por cierto, respecto a la formación, si te vemos algo floja en algún momento, cosa normal, no te preocupes, tendrás que quedar los sábados por la tarde para que te ayudemos. Los sábados por la mañana quedamos todos para jugar partidos de fútbol, para hacer equipo ¿sabes?”. Mi amiga me decía que no podía creer nada de aquello. ¿Partidos mañaneros en sábado después de una semana intensiva de trabajo? Eso superaba cualquier límite razonable. “¿Ves este pin en mi chaqueta? Eso es por ser supervisor.” Aquello comenzaba a dar miedo. Al encontrarse con los compañeros se chocaron las manos en plan equipo de baloncesto antes de salir a la cancha. Una vez todos sentados en la mesa, mi amiga esperó que le diesen el cheque restorán del que hablaba el anuncio. Nada más lejos de la realidad. Todos empezaron a desenvolver bocatas de mortadela o jamón, pidiendo las bebidas únicamente, que se costearon cada uno por su cuenta. Como si de una comida de sobaquillo se tratase (volviendo a la frase hecha con motivos axilares). Ante esta coyuntura, no tuvo más remedio que acercarse a la barra y pedir algo. A la vuelta le preguntaron qué compañía telefónica tenía en casa. Al comprobar irritados que no era la suya, le contestaron que ya harían algo con eso, pero que tenía que cambiar. A esas alturas del día, todo era ya bastante truculento.

La tarde transcurrió sin pena ni gloria, pocas ventas y mucha cháchara carente de sentido. Al volver al local, terminada la jornada, la sometieron a una última prueba, un examen sobre el día basado en técnicas que Adam le había ido explicando durante la aventura. La última pregunta era:

-¿Estás dispuesto a darlo todo por la empresa?

A lo que ella, en un arrebato de dignidad tras horas de despropósitos, contestó con un amable: “Depende.”

Una vez corregido, el supervisor del pin le preguntó molesto la razón de esa respuesta. Ella le dijo que las condiciones laborales no eran nada positivas. “Pues estás seleccionada, y de verdad, deberías quedarte, piénsalo, es una oportunidad, vuelve mañana, te esperamos.”

A la mañana siguiente, obviamente, no apareció por allí. Lo más seguro es que no se atreviese ni tan siquiera a abandonar su domicilio, por miedo a encontrarse en cualquier esquina a cualquiera de los cachorros de la secta, que la delatarían sin la más mínima compasión y detallarían dónde vivía a la agrupación. Quién sabe qué más atrocidades serían capaces de cometer.

Lo peor de todo, es que esta historia es completamente real, y que está ocurriendo en algún lugar de la ciudad, en este mismo momento. No vayan solos de noche, miren hacia atrás en los callejones. Adam podría estar agazapado en cualquier cornisa, riendo histriónicamente, mientras aferra con sus zarpas algún pack imprescindible que usted necesita poseer. Para que su vida sea más fácil, nada más y nada menos. Lo dicho, toda precaución es poca.


Comentarios

2 respuestas a «Oferta de empleo»

  1. Excelente! A modo de artículo, pero podría ser un cuento fantástico. Te recomiendo, si no la has visto ya, la película LA OLA, al respecto de el tema de formar una unidad con un grupo, que plantea una muy interesante reflexión al respecto de la defensa de esa unidad y los límites a los que se llega por defenderla. Un abrazo!

  2. La he visto, la he visto! Me gustó mucho la verdad, creo que no dista demasiado de los resultados que se obtendrían si se hiciese en las aulas españolas, lamentablemente!

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