En los últimos meses, han habido dos libros que me han marcado profundamente. El primero, La investigación, de Stanislaw Lem, que encontré por azar en una librería de segunda mano (aunque recientemente vi en Slaughterhouse que ha sido reeditado); el segundo, El Terror, de Arthur Machen. Ambos abordan un tema que siempre me ha fascinado, la imposibilidad del ser humano para entender ciertos acontecimientos o explicar según qué conceptos. Todos coincidimos en que no es posible explicarle un color a un ciego. Este ejemplo se debe a que al fin y al cabo nuestro lenguaje es limitado y no puede manifestar todo lo que querríamos, pero me gustaría ir más allá.

No solo nuestro lenguaje es limitado, sino también nuestra existencia y las estructuras mentales que creamos en torno a la misma. En el libro de Lem, unos cadáveres aparecen desplazados de su lugar en el depósito de la morgue. Todas las explicaciones lógicas acaban fracasando, y se hace necesario contemplar nuevas posibilidades. En el caso de El Terror, una serie de eventos horribles acontecen en pequeños pueblos en Gales durante la I Guerra Mundial, sin que se les pueda encontrar una causa. En ambos casos, la situación supera a los investigadores, que se ven incapaces de ofrecer una resolución digna y asequible. El ser humano es un animal curioso por naturaleza, que busca dar explicación a todo cuanto le rodea. En ocasiones ha sido posible desenmarañar misterios cotidianos como los fenómenos eléctricos, pero en otros no. Tendemos a creer que la ciencia logrará resolver todos los enigmas con los que nos topemos, y de no ser así, la religión en el caso de algunos, permitirá conocer la respuesta a grandes preguntas como ¿por qué estamos aquí? ¿A dónde vamos? ¿Cuál es el sentido de la vida?

En este punto me gustaría citar un ejemplo del cómic Watchmen para ilustrar lo que vendrá a continuación. En un momento determinado, el Dr. Manhattan se encuentra en Marte y hace una reflexión acerca de por qué la vida debería ser más relevante que los procesos geológicos del Planeta rojo. Esta pregunta aparentemente tan obvia encierra una verdad reveladora, que la vida es un fenómeno más dentro de un cosmos repleto de fenómenos fascinantes. ¿Qué es la vida al fin y al cabo? Cualquier ser humano no es más que materia que se relaciona de tal manera que engendra un sistema complejo (en base a lo que nosotros conocemos) que además tiene conciencia de sí mismo. Intentemos abstraernos y pensar, bien, estos pedazos de materia saben que existen y una roca no, ¿y?

Watchmen_dr_manhattan_marte

Probablemente nunca lleguemos a conocer antes de extinguirnos apenas nada sobre el entorno que nos rodea, porque probablemente sea imposible que lo entendamos. Entender, de hecho, y aquí quería llegar, es un concepto humano. ¿Por qué tiene que haber un porqué? Todo nuestro conocimiento pasa a través del filtro de nuestra humanidad, y esto, que es tan evidente, es un obstáculo insalvable. Sin ir más lejos, podemos hablar de la nada. Esta palabra que utilizamos tan a menudo da nombre a un concepto ciertamente perturbador, como podemos ver en este artículo del científico del CERN Álvaro de Rújula para El País en 2008 (vigente todavía a causa de todo el revuelo generado por el bosón de Higgs):

Saquemos los muebles de la habitación, apaguemos las luces y vayámonos. Sellemos el recinto, enfriemos las paredes al cero absoluto y extraigamos hasta la última molécula de aire, de modo que dentro no quede nada. ¿Nada? No, estrictamente hablando lo que hemos preparado es un volumen lleno de vacío. Y digo lleno con propiedad. Quizás el segundo más sorprendente descubrimiento de la física es que el vacío, aparentemente, no es la nada, sino una substancia.

Como podemos ver, definir la nada es algo que por el momento parece vetado a nuestro entendimiento. Y como la nada, un sinfín de cuestiones. En el libro de Lem citado anteriormente, hay un fragmento especialmente interesante, en el que ante el bloqueo de la investigación que parece llegar a un punto muerto, el comisario le pide al detective que defina que es lo que ve en una pared a oscuras contra la que proyecta la luz de una pequeña linterna. El agente se devana los sesos buscándole un significado a la figura que ve, sin conseguir nada. Entonces, el comisario enciende la luz de la habitación, mostrando que lo que iluminaba era una pequeña porción de un gran cuadro. Con esto le demuestra que tal vez si el fenómeno que investigan es una parte insignificante de un todo que desconocemos y no podemos ver, sin conocer este contexto, nunca podrá dar explicación a un evento aislado.

¿Y si sencillamente el concepto de la causa y la consecuencia no tiene ninguna relevancia más allá de nuestro cerebro? ¿Y si no existen las causas? ¿Y si aquello que llamamos Universo es algo (algo también es un concepto humano) que sencillamente escapa a nuestra comprensión por el mero hecho de ser humanos? ¿Y si la explicación podríamos obtenerla de sentidos que no poseemos y por tanto nuestra percepción sensorial es extremadamente inútil para tal fin? ¿Y si simplemente la vida no tiene sentido (en el estricto sentido de la palabra, no como algo desolador) ya que sentido es un concepto únicamente nuestro?

Ante este panorama, podríamos seguir estudiando ad eternum, y aprenderíamos a interpretar ciertos fenómenos, pero nunca llegaríamos al quid de la cuestión, porque sencillamente este puede no existir. Ah, y existir también es un concepto muy nuestro. Y así, la abstracción puede seguir para siempre.

Ilustración de Manuel Sanz
Ilustración de Manuel Sanz (manuelsanz.es)

 

Enlaces de interés:

Artículo completo de Álvaro de Rújula (CERN) para El País.

Definición de nada, de la Wikipedia.

Jean Paul Sartre: El ser y la nada, en Scribd.

 

Publicado por Eduardo Almiñana

Escritor y terrícola.

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