Quimera

Hablaba con dos amigos el otro día acerca de los sueños lúcidos. En realidad, estuvimos debatiendo sobre los posibles entramados ocultos de la realidad, sobre la multiplicidad de perspectivas desde las que contemplar el hecho de la existencia. Comentaba uno de ellos, al que en adelante llamaremos Luis (cualquier parecido con la -valga la redundancia- realidad, es pura casualidad), que en muchas ocasiones había pensado en los patrones que se repiten desde la escala más ínfima hasta la más macroscópica. Cómo lo más pequeño puede ser el cosmos de algo todavía menor. Lo mismo hacia arriba. Una cosa llevó a la otra y acabamos hablando del mundo de los sueños. Nos preguntó si en alguna ocasión habíamos tenido este tipo de ensoñaciones, en las que sabes que lo que estás viviendo no es real, y sin embargo lo parece. En un momento indeterminado apareció Descartes en la conversación, así como otras teorías acerca de la imposibilidad de diferenciar la vigilia de lo irreal. ¿Podría ocurrir que realmente el ser humano se hallase en una perpetua búsqueda del sentido que no condujese sino a la nada? ¿Qué es la nada? ¿Podemos comprenderla? Él creía que conceptos como el infinito y la nada podían ser comprensibles desde la definición. Yo siempre había creído por otra parte que la definición transforma en palabras lo incomprensible, pero debo decir que lo que dijo aquella noche me resultó muy convincente. Le di mucho crédito a su visión.

Respecto a los sueños que antes mencionábamos, y ligándolo con la futilidad de tratar de comprender, fuimos llegando a la conclusión de que si no despertásemos inmediatamente al percibir la irrealidad del sueño, y continuásemos moviéndonos en esa realidad creada por nosotros podríamos llegar a ser una especie de dioses, en tanto en cuanto nuestros interlocutores siempre serían un subproducto de nuestra mente. En el hipotético caso de que esto pudiese ocurrir, sería por ende también posible volvernos a dormir, y descender. Salieron a colación la serie Prisoner y la película Origen, si bien esta última incide más en la acción que en una historia que podría haber dado más de sí. Recurrimos también a lo intrigante de que las leyes del universo que conocemos (o creemos conocer) se repiten tanto en la gravitación de los planetas como en la de los electrones entorno a un núcleo. Si por tanto considerásemos que en un sueño esto pudiese darse, este fenómeno del descenso a otros niveles, ¿por qué no hacia arriba?

Pues bien, esta noche he conseguido llegar a la antesala de la primera caída. Iba en un ascensor, uno de esos elementos oníricos que reconoces como familiares pero que no lo son en absoluto. De pronto, mientras subía, comprobaba como el aparato estaba sujeto por un solo punto en el centro del techo, como una jaula, por tanto, cuando me movía hacia un lado u otro se decantaba hacia un extremo y me costaba mantenerme erguido. Mientras esto acontecía, la velocidad de ascenso iba a más, pasándome de mi destino e impactando finalmente contra el límite del último piso. En ese momento he tenido la revelación de que iba a morir. Sin darme más tiempo que unos segundos de calma previa a la tempestad, el elevador se ha precipitado al vacío en caída libre. Es asombroso como la mente puede recrear sensaciones como la de velocidad. Curiosamente, sólo he experimentado esta velocidad vertical en un sueño, entonces, ¿qué recuerdo ha servido de materia prima para lograr este efecto? ¿Cómo mi cerebro puede hacerme experimentar una consecuencia de una de las más elementales leyes de la física desde la nada? Durante unos segundos aún he tenido la esperanza de que se frenase pero a la altura del segundo piso he sabido que no iba a ocurrir. El terrible choque contra el suelo, me ha convertido en un amasijo de hierros y partes orgánicas. Lo curioso de este fenómeno es que generalmente, ante una situación traumática despertamos y no vemos el resultado. Pero no lo he hecho. Ese ha sido el impasse. Por unos minutos he visto a la gente correr y gritar, pero después, en uno de esos característicos saltos temporales del sueño, he aparecido recuperado en un pasillo, sólo temiendo haber perdido el bazo o cualquier otro órgano por el frenazo en seco. Poco a poco, mientras alguien me atendía, he recordado que había muerto, y entonces, en ese justo momento, he entendido que soñaba. Me he acercado a alguien para comunicarme con él desde la certeza de estar siendo partícipe de la irrealidad. A continuación estaba despierto en mi cama, sin estrés, sin sudores fríos. Había conseguido recuperarme del trauma en el mismo sueño, por lo tanto, no había nada que temer.

Desayunando primero, y luego a lo largo del día, he concluido que mi vida es una fantástica quimera, en la que todo es susceptible de tambalearse, sin embargo o pese a ello, asumo esta situación como la normalidad hasta que se me demuestre lo contrario. Probablemente, en el caso de que alguien me agite lo suficiente como para hacerme subir de dimensión, olvidaré lo anterior, como sucede habitualmente con los sueños, con lo bueno o lo malo, lo agradable o lo desagradable. Con el tiempo suficiente, todo acaba convirtiéndose en una neblina tenue y cálida, que se desvanece para permitirnos seguir adelante. Siempre adelante, eso no depende de decisión alguna.


Comentarios

2 respuestas a «Quimera»

  1. Avatar de
    Anónimo

    ¿Y no es acaso la muerte ese trampolín?

  2. Avatar de Ana Castillo
    Ana Castillo

    Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
    -esta muerte que nos acompaña
    de la mañana a la noche, insomne,
    sorda, como un viejo remordimiento
    o un vicio absurdo-.

    Cesare Pavese

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