Cada vez que subo a la casa familiar en Bejís me pregunto por qué no vivo en ella mucho más a menudo: esta casa es mi familia paterna hecha paredes de medio metro de piedra y vistas a la Peñaescabia. He recibido el verano y la nueva normalidad aquí, y he pensado que seré yo quien vuelva a colgar jamones en la última planta, saquitos de tomillo, manzanilla, romero y lavanda como los de mis bisabuelos. En mi familia había tres Teresas, que también es como se llama el pueblo de al lado que no es Torás.
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Entre saltos de agua helada nacida de Javalambre hay pozas donde viven herméticas libélulas negras, mariposas blancas de junio, culebras, truchas y zapateros, espuma de la corriente, caminos que se ha tragado el río, reflejos turquesa y celeste, los restos de un puente muy antiguo, árboles, sol y fango en las pisadas.
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Estoy pensando que tendré que hacer algo con la biblioteca de Bejís, que me llevó de niño con Drácula al mundo de las lecturas sin edad recomendada: lo leí incansablemente después de comer durante dos semanas. Un sobresalto: la han sacado de la plaza y la han instalado junto a mi casa, desde la entrada parece solo un cobertizo, pero es una trampa: la han alojado en el enorme horno comunal que se construyó después de la guerra (todo esto me lo ha contado la bibliotecaria, que recordaba a mi bisabuelo). He vuelto a hacerme el carnet, un tesoro.
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Parque Triásico: en el camino que lleva a las aldeas altas se han encontrado icnitas, huellas fosilizadas de rausuquio, un arcosaurio -pariente de los dinosaurios- que han reproducido a tamaño real a la entrada del pueblo, junto a la peña de la Horca. El hallazgo fósil ha sobrevivido cerca de doscientos treinta millones de años hasta hoy, que comienza a ser presa del deterioro. Si mi yo de la época de las enciclopedias de la colección Dinosaurios -que devoré y ahora conservo aquí en el pueblo- hubiese sabido del yacimiento de la Badina, quizás habría sido como Grant, a quien nunca iban a lograr sacar de Montana. Hasta que sí.
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Una cuerda verde con campanas cuelga por el hueco de la escalera, atraviesa piso a piso a modo de timbre.
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Hoy he vuelto a cuatro lugares que no pisaba hacía más de dos décadas: la fuente de Camarillas, la antigua estación de ferrocarriles, Arteas de Abajo, y Arteas de Arriba. Todo sigue distinto, igual que yo.
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