Visiones de la máquina – Entrevista a Inma Femenía

Inma Femenía
Inma Femenía / Fotografía de Javier Marina

Hay una luz de estudio, tamizada por los árboles. Es la apreciación de Javier Marina, nuestro fotógrafo, sobre las condiciones lumínicas de la Plaza Doctor Collado, -Café Lisboa para más señas- en la que nos encontramos. Una iluminación natural e impredecible, un baño de fotones que es un acontecimiento único e imposible de repetir. Un suceso bello, espontáneo y fortuito que es la materia prima del trabajo de Inma Femenía, en la que ahora incide un rayo solar que ha viajado ciento cincuenta millones de quilómetros en ocho minutos y diecinueve segundos para incidir sobre su rostro en este escenario.

Tras unos minutos de conversación, compruebo que la grabadora está capturando correctamente el sonido a la distancia que la he ubicado; el fenómeno es extraño, todavía muchos -entre los cuales me incluyo- sentimos cierta inquietud al escucharnos a través de una máquina, que además, en este caso, ya no es analógica. Hay algo en esta emisión que no nos pertenece, un matiz que ha sido aportado por las propias características del aparato que sirve de registro y altavoz. La huella digital, dice Inma, que conoce bien esta impronta; de hecho, trabaja con ella desde que su obra derivó de la pintura hacia lo digital, casi al final de su paso por la carrera de Bellas Artes. Me fascina la materia de la pintura, me encanta, por ejemplo, el azul de Yves Klein, pero necesitaba ir más allá y experimentar con la posibilidades que ofrece la gramática de lo digital. Y es en este entorno de unos y ceros donde ha podido encontrar un nuevo terreno artístico en el que instalarse y desarrollar sus proyectos. En otras ocasiones he sido consciente de estar en periodos de transición, ahora, aunque evidentemente siga inmersa en una evolución que realmente nunca acaba, me siento en un momento cómodo. He sido crítica con mi trabajo y pienso seguir aprendiendo.

Ha dejado los pinceles indefinidamente y ha hecho del escáner una de sus nuevas herramientas principales. En Llum, lo emplea para atrapar un instante de luz, que como decíamos al comienzo, es una coincidencia de factores que no puede controlar; la óptica del dispositivo, diferente a la de una cámara fotográfica, congela en el tiempo la luz mediante su retina no humana, ofreciéndonos una visión de lo cotidiano repleta de matices que de otro modo, no podríamos percibir. Posteriormente, transfiere esta imagen a soportes, como el poliuretano transparente, que son el testimonio tangible de lo intangible. En 70 Evidences el escáner deja paso a la impresora, para explorar la transformación que sufre el monocromo negro digital cuando pasa al papel. Setenta impresiones realizadas mediante setenta impresoras; setenta resultados a raíz de un mismo punto de partida que manifiestan el peso específico del medio de reproducción como protagonista de la obra final. La huella digital queda patente en este mosaico de variaciones. Y también es huella el nuevo abanico de errores que nos regala la codificación inherente a los medios informáticos; en Glitch, uno de sus últimos trabajos, Inma investiga esta tipología de fallo digital, los ‘glitches’ son errores en la ejecución de un programa o aplicación que pueden traducirse en imágenes mal compuestas, paisajes imprevisibles que revelan una alternativa visual a lo pretendido. Busco el error como busco esa coincidencia lumínica que se da y de la que hablábamos antes, una circunstancia que no contemplaba como la mota de polvo que captura un escáner. Todo forma parte de una nueva estética, un nuevo lenguaje, una nueva comunicación.

Hablamos de las implicaciones de esta nueva estética que muestra una realidad híbrida. Somos individuos físicos en la calle, en esta terraza, y entidades virtuales en Internet. Hablamos de cómo se ha modificado el panorama de la interacción humana, de todas las modificaciones que ha inducido la tecnología en nuestra manera de comunicarnos con el otro. Es curioso, vivimos una época en la que la imperfección ha alcanzado un estatus elevadísimo y se la tiene en gran consideración. Lomography es un ejemplo de cómo hacer del defecto una virtud. Lanzo esta cuestión al aire e Inma me responde que se debe a la evolución de las convicciones que acompañaban a la fotografía: La cámara reproduce fielmente la realidad. Si la cámara lo dice, es cierto. Pero luego aparece el Photoshop y sin grandes conocimientos de montajes fotográficos puedes alterar en gran medida ‘lo real’.Volvemos entonces a la esencia, a lo imperfecto, que recupera la credibilidad y se convierte en exponente de la ‘nueva antigua realidad’.

Seguimos recibiendo esa luz que se filtra entre las hojas de un árbol cautivo en la ciudad, tenemos tres dobles sobre la mesa. En cierta manera, no hemos dejado de reflexionar acerca del maridaje, del que se obtiene, por ejemplo, de la unión entre lo inesperado y lo que se persigue. O de aquel que es producto de lo que se puede y lo que no se puede tocar. Es el turno del Maridaje Gastropictórico. Inma imagina un plato derivado de su obra que sea un equilibrio entre los ingredientes tradicionales de Menorca y una presentación contemporánea, quizás algo monocromo con alguna pincelada de color que contraste. Tal vez el azar intervenga en su plato y propicie un glitchculinario. Lo azaroso, si es positivo, tiene un añadido de ilusión por no entrar dentro de ningún plan.

Levanto la vista y miro hacia la derecha, me ha parecido distinguir a un conocido que hace tiempo que no veo. No era él, conducía una bicicleta sorprendentemente parecida. La luz otoñal saca un brillo templado de nuestros vasos, se nota que ya hemos atravesado el equinoccio. Hay un cartel en la calle que sigue a esta plaza en que nos encontramos. Calle de Los Cambios. ¿Y por qué no debería ser así?

>Entrevista publicada originalmente en la página del Maridaje Gastropictórico

Publicado por Eduardo Almiñana

Escritor y terrícola.

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