Debe ser la mente de Luciana (Córdoba, Argentina, 1981) una jungla exuberante fría como la más profunda gruta de la Antártida, un volar de aves rapaces implacable como el pico afilado de un carancho, un jardín de nepenthes justo antes del abismo. Debe ser Luciana capaz de detenerse un instante en este ir y venir de culturas y extraer una imagen de entre las zarzas, llevarla a su estudio y hacer de ella un testimonio de este grito inmenso y desdibujado que es el human way of life.
Creo que se oye una batalla lejana filtrándose a través de ese plástico termoestable que ahora contiene también sus huellas dactilares; es la bestia contra el úrsido, es la llamada de la naturaleza contra el nombre que le dimos -todo artificio-; uno clava sus potentes dientes de hipercarnívoro en el cuello del otro: todavía no sabemos el resultado del combate. Y mientras tanto, una pared repleta de trofeos. Y todo eso de que el hueso lacrimal es en los osos un órgano vestigial. Y de nuevo la mirada de Luciana apoyada sobre la pelea. Su afán de trabajar con un material que conserve su maleabilidad.
También debe poseer Luciana habilidades catalépticas: ¿hay vida en ese niño rosado que esconde su cráneo pero muestra sus genitales, sufren esos querubines de un rigor mortis prematuro? Son nuestro legado del ahora para el mañana. Podríamos dormir sobre una almohada de intestinos y no percibiríamos el calor-siglo-XXI que desprenden. Su color -el color de la carne- en tela y poliespán. Luego está aquello que dijo Palacios sobre la fatalidad; la fatalidad, desde luego: la fatalidad es lo inevitable en su primera acepción y es hoy y aquí mismo. Justo a tu alrededor. Como ese paisaje que retenemos en nuestras retinas y sin embargo sigue allá afuera aunque pudiésemos desear lo contrario.
Más sobre Luciana, en su web.
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