Mental slavery

Esta mañana, antes de llegar al despacho, me he desviado ligeramente para tomar un café en una de las calles adyacentes a la Estación del Norte. Al final del local, he divisado una mesa vacía que por su ubicación en el bar, me otorgaba un cierto grado de intimidad, frente al bullicio de las idas y venidas de los parroquianos habituales. Esperando el cortado de turno, me he dispuesto a leer las portadas de un par de periódicos nacionales. Es una costumbre (o una obligación) que cultivo aunque en ocasiones me suponga una pérdida irreversible de tiempo, o en días como hoy, de confianza en el ser humano y en la prensa. El País, fiel a su debacle en calidad, abre con una gran batería de información deportiva, junto a la que aparecen las noticias de siempre. Hoy: G-20, economía en dos titulares, Telefónica, el ataque de Marruecos, Tinc una pregunta per a vosté, Otegi, el Papa, Haití y los cárteles de México. Aparte de esto, un titular que me llama la atención: Polémica por un videojuego que incita a matar a Castro. Con los ojos abiertos como platos, le doy un sorbo al café recién traído y maldigo por haberme quemado la lengua.

-No blasfeme hombre – me dice un anciano junto a mi mesa, entre risas.

-Me he quemado por impaciente.

-Amigo, pasa muy a menudo, y no sólo bebiendo café. ¿Me puedo sentar?

Le contesto que claro, que tome asiento. El anciano no poseía ningún rasgo distintivo en particular. Un hombre de avanzada edad, pelo cano, con vestigios de haber sido pelirrojo, cara pálida, barba, no demasiado encorvado, algunas manchas en la piel; nada fuera de lo común. El abuelo traía consigo una bebida que no distingo bien.

-¿Qué lee? – Me pregunta.

-Nada, la prensa, un ritual de todas las mañanas.

-Ah, la prensa, la prensa. ¿Y qué cuenta la prensa esta mañana hijo?

-Lo de siempre, todo y nada a la vez. Muchas noticias globales, pero nada en concreto.

-Ah, la historia de nunca acabar.

El hombre tenía un acento peculiar que no conseguía identificar.

-El mundo sigue su carrera hacia la destrucción, y me cuesta distinguir qué país de todos va en cabeza.

-Es esa de la que hablas una competición con muchos años ya – dice riendo alegremente.

-Sí, imagino que sí.

-A mí me echaron de mi país hace mucho tiempo, aún no he vuelto. Algún día lo haré.

-¿Por qué, si puede saberse?

-Bueno, disidencias con el gobierno, por llamarle de alguna manera. La situación era complicada, había mucha gente en la miseria y se cometían todo tipo de injusticias. Unos pocos intentamos cambiar algo, y bueno, aquí estoy.

-¿Alguna dictadura? – Le pregunto.

-Sí, desde luego, yo diría que la peor de todas.

-¿Cuánto tiempo lleva aquí?

-Ya ni lo recuerdo, soy muy viejo. Me consuela que algunos lo intentaron después de mí, pero bueno. A ellos los mataron, a mí al menos solo me desterraron.

Le pego de nuevo un sorbo al café, esta vez sin escaldarme la lengua.

-¿Ya no quema verdad?

-No, ya no.

-Todo se enfría, todo se enfría con el tiempo.

El anciano articulaba sus oraciones de una forma misteriosa, con la cadencia de quien ha visto muchas cosas y en lugar de hablar, sentencia. Estaba comenzando a interesarme su historia. Él por su parte, tenía la mirada perdida en el fondo de la taza.

-¿Cuál es su nombre? Yo me llamo Edu.

-Ah hijo, tengo muchos nombres, pero son difíciles de pronunciar, llámame simplemente Lu, es el diminutivo.

-Mi abuelo tenía también muchos nombres – le digo –, aquí también era tradición poner varios en función del santoral, la familia, etc.

-Sí, ya sé. Lo mío es algo distinto, pero bueno, no tanto al fin y al cabo. ¿Así que EEUU incita a matar a Castro en un juego no? Ya que no lo han hecho en la realidad, pretenden hacerlo virtualmente. Es una antigua pretensión. Castro es un tipo controvertido, puede gustar más o menos, pero lo que no se le puede negar es que es de fuertes convicciones. Eso no se estila ya, la gente ahora prefiere no comprometerse con nada. Claro está que quedan personas comprometidas, pero son las menos. Es una lástima.

El abuelo cada vez me fascinaba más. Parecía saber más de lo que aparentaba en un primer momento.

-Dígame – le pregunto –, ¿a qué se dedica?

-Bueno, soy una especie de jubilado. Trabajaba en la administración de mi país, pero como le decía, me suspendieron de mis funciones y me degradaron. Me pasan desde entonces una pequeña pensión, pero nada más. Intento hacer algunas cosas por mi cuenta. En un futuro quién sabe, quién sabe.

-¿Sigue creyendo en aquello por lo que le expulsaron?

-¡Por supuesto! No me arrepiento de nada. Desafié a gente muy poderosa y perdí. Pero en cierta manera gané también, he conseguido dejar una pequeña huella. El problema es que luego sufrí el desprestigio mediático habitual, y me convirtieron en un monstruo, cuando la realidad era justamente la contraria.

-Sí, me imagino a qué se refiere. Pasa mucho. La mejor manera de acabar con la reputación de alguien es la calumnia. Siempre queda una sombra de duda.

-Las sombras, las sombras. Están presentes en todos los aspectos de la vida.

-¿Cómo es su día a día?

-Bueno, paseo, observo, me informo. Estoy inmerso en una especie de activismo existencial. No estoy afiliado a nada, soy mi propia causa. Mis ideales son bastante universales, se podría decir, por lo viejo que soy, que fui el pionero.

-Algunos dirían que fue Jesús de Nazaret.

-Ah, Jesua, buena persona, un revolucionario. Pero también fue demasiado lejos. ¿Retar a la élite judía para ayudar al pueblo? ¿Redistribuir la riqueza? Su trayectoria le llevó a darse de bruces contra el crucifijo. Su propósito era magnífico, pero peligroso. El equipo que tenía para ello tampoco era lo más fiable.

-¿Es usted judío?

-No, no practico ningún tipo de religión. Creo que se puede encontrar un sentido a la vida sin necesidad de una organización multinacional.

-Tiene razón –le contesto.

-Además, las religiones son casi siempre excluyentes, y cuando no excluyen, integran mediante el adoctrinamiento. No me gusta adoctrinar, prefiero negociar, convencer. Hace poco ha estado el “Santo Padre” por aquí. Un pobre hombre con ínfulas de santurrón.

-¿Pobre hombre? A mí me parece que Ratzinger sabe muy bien lo que hace. Me parece un tiburón de la fe.

-Ah hijo, la gente se equivoca, comete errores. Puede que incluso el error dure casi un siglo de vida, pero siempre se puede cambiar, recibiendo otro tipo de educación. La redención existe. Bob Marley hizo una buena síntesis en Redemption song. ¿La conoces?

-Claro hombre, muy buena canción.

-La letra es perfecta, yo mismo la podría haber escrito. Te la traduzco, por si hubieses perdido matices.

Viejos piratas, sí, ellos me robaron

y me vendieron a barcos mercantes

minutos después me sacaron
 del agujero mas cruel

pero mis manos se hicieron fuertes
 por la mano del Todopoderoso
,

nos levantamos triunfalmente en esta generación,

todo lo que siempre he tenido son canciones de libertad.

¿Nos ayudas a cantar estas canciones de libertad?

Porque es todo lo que tengo, canciones redentoras.

Emancípate de tu esclavitud mental,

nadie excepto nosotros mismos puede liberar nuestras mentes,

no tengas miedo de la energía atómica

porque ninguno de ellos puede detener el tiempo,

cuanto tiempo más mataran nuestros profetas

mientras nos quedamos mirando a otro lado,

alguien dijo esto es solo una parte,

debemos también nosotros escribir en el libro.

¿Por qué no ayudas a cantar, estas canciones de libertad?

Porque es todo lo que tengo, canciones redentoras,

canciones redentoras, canciones redentoras…

Es una canción sublime, un himno para mí. También se lo llevaron pronto, muy joven.

-¿Quién se lo llevó?

-Bueno, es una forma de hablar.

Las últimas palabras del viejo me habían parecido ya demasiado enigmáticas. En ese momento comenzó a sonar mi teléfono.

-Disculpe un segundo, me llaman.

-Claro, tranquilo.

Me giré para alcanzarlo, estaba en la mochila que tenía a mi espalda. Evidentemente, como siempre, tardé más de la cuenta en llegar y comunicaba ya. Número desconocido.

-Joder, siempre me pasa lo mismo ¿sabe? Eso por no llevarlo en el bolsillo. Pero como da cáncer de testículos dicen…

Al girarme ya no había nadie. Miré a un lado y a otro. Nada, tampoco en el baño. El único rastro de su presencia, un ligero olor a azufre.


Comentarios

Una respuesta a «Mental slavery»

  1. Avatar de Ana Castillo
    Ana Castillo

    “Entonces tengo que escribir. Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es que todo esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo pensar sin distraerme,
    escribir sin distraerme”…
    LAS BABAS DEL DIABLO de Julio Cortázar

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