Sci fi Week Vol.1: Moderna Pandora

Su vida transcurría como la de cualquier persona de aquella ciudad. Sombría, sin aspiraciones, hacía ya demasiado que había dejado de creer en que vendrían tiempos mejores. En aquel momento se encontraba disfrutando del sabor de un zumo de manzana, se había quitado la ropa y contemplaba absorta la pantalla de la televisión, si saber demasiado bien qué estaba viendo. La noche anterior recibió visita, le tocaba cuidar del hijo de su hermana, un pre-adolescente bastante tranquilo y simpático, probablemente el hijo que ella nunca tendría. Entre los pasatiempos del muchacho: leer, ver películas de terror, y los juegos de mesa. Esto último le resultaba gracioso y raro a la vez. Pensaba que era una clase de entretenimiento al que ya nadie prestaba atención. Habían jugado varias partidas al Scrabble, cuyo tablero y fichas estaban ahora desparramadas sobre la mesa que había entre el sofá y el televisor. El zumbido monótono de alguna tertulia política le provocaba el mismo efecto que los somníferos que su familia pensaba que ya no tomaba.

Su sobrino se había ido a primera hora de la mañana en autobús. Ella había permanecido durmiendo hasta casi mediodía. Se levantó para bajar un poco las persianas, entraba demasiada luz. Cuando volvía al sofá, tropezó con los restos del juego de mesa. Maldita sea, pensó, ya podría haberlo recogido él esta mañana. Mientras bajaba la mirada hacia el tablero, el Universo contuvo el aliento. Su cabeza se inclinó, sostenida por un cuello delgado y blanco, los ojos pestañearon, la espalda se arqueó ligeramente, el brazo se extendió hacia el suelo, dispuesto a recoger todo el desorden. Finalmente sus vista se posó en algo. El azar, el destino, las leyes de la probabilidad. Todo daba igual ya. Frente a sus ojos, una palabra que ningún ser pudo nunca leer, escribir o pronunciar. Al darle un puntapié al tablero, las fichas, de forma caprichosa y horrible, habían configurado un término que debía permanecer oculto. En sus retinas se proyectó lo que no se debería haber revelado. El nervio óptico mandó la señal al cerebro, y un juez de nombre olvidado firmó su sentencia. Una ráfaga brutal de entendimiento atravesó su esencia misma en una fracción infinitesimal de segundo. Su rostro se desencajó en figuras imposibles, un grito sordo pugnó por ser emitido, en el pecho, el corazón se paralizó. Su cuerpo, congestionado hasta límites que no aparecen en los libros de medicina, se elevó en el aire. En su mente, colapsada por un flujo de información superior al que podía manejar, se repetía una y otra vez la palabra. Toda luz desapareció de la estancia. A modo de macabra marioneta, lo que antes había sido un cuerpo que algunos consideraban atractivo, comenzó a contraerse y dilatarse, como un antiguo fuelle de acordeón. Una lágrima cayó por su mejilla, pero antes de resbalar del todo y precipitarse al vacío, se detuvo y recorrió el camino a la inversa. De pronto, en una última contracción, su cuerpo implosionó. A continuación, una violenta explosión hizo saltar en mil pedazos el piso entero del edificio. Los cristales de las ventanas estallaron y salieron despedidos hacia la calle. En la acera, la gente corría a refugiarse dentro de los portales. Las sirenas de los coches saltaron, contribuyendo con su aséptica melodía a camuflar el tip tap de las fichas del juego que caían en el asfalto.

En alguna coordenada del Universo, el contenido de esa palabra se encarnaba y tomaba forma.


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