¿No sabes qué leer? Confía en el criterio del jurado del Premio Herralde de Novela: las dos historias que se han llevado el gato al agua este año son realmente buenas. Tanto el finalista El instante de peligro, de Miguel Ángel Hernández, como Farándula, la obra ganadora de Marta Sanz, son estupendas lecturas. Adjunto fragmentos de los artículos que he escrito sobre ambos; si queréis, podéis leerlos completos clicando aquí para el libro finalista y aquí para el ganador de este año.
«Cuando Martín fue becario en el Clark Art Institute de Williamstown -Massachusetts-, aún creía en el arte y en la posibilidad de provocar el cambio mediante las humanidades. Entonces todavía era una promesa del mundo académico a la que le habían extendido un cheque de confianza que tendría que devolver simplemente cumpliendo con lo que se esperaba de él. Martín solo tenía que dar a cambio la satisfacción de unas expectativas, aportar su grano de arena al gran conocimiento colectivo. Materializar aquella inquietud, aquel afán de sabueso de la cultura que en teoría le había hecho desplazarse más allá de un océano hasta la tierra de las oportunidades. Pero no lo hizo.
Tampoco respetó las reglas del juego a su vuelta: uno de los mandamientos decía que nada de alumnas. Lo incumplió. Otro, que no valía con disfrutar de la plaza de profesor interino y aprovecharla para desarrollarse por un camino distinto al señalizado. Novelas, artículos de opinión, reseñas de libros… El sistema no requería eso de él; el sistema pedía asistir a congresos, publicar en revistas de impacto, editar material docente, rellenar papeles, encuestas, formularios. Sin embargo Martín no le había proporcionado al sistema nada de lo que este quería, y ahora el sistema lo evacuaba y lo despojaba de todo, de todo lo poco que le quedaba tras haber arruinado también su vida conyugal. No tenía nada. Nada, hasta que entró aquel correo de la artista Anna Morelli y sus extrañas películas warholianas encontradas: un bosque, un muro, una sombra. Un enigma».
«A Valeria Falcón deben haberla engañado toda su vida porque llegados a este punto de su carrera teatral, no le queda más remedio que asumir que no sabe nada. ¿Qué es el éxito? Siempre le dijeron que la entrega y la dignidad con la que uno desempeñaba su trabajo. Pero la verdad es que ahora, compartiendo escenario con una joven actriz que es a la vez fenómeno televisivo por un reality de esos que ayudan a encontrar pareja e invisibilizada completamente por ella, ya no tiene claro qué creer. El teatro ha cambiado tanto. Frente a ella, que dispone de toda una dinastía a sus espaldas, un público al que no puede reconocer. El público ha cambiado especialmente, el público no entiende la profundidad de la adaptación de All About Eve que acaban de llevar a cabo ni tampoco la declaración de intenciones que supone hacer el camino a la inversa: del cine al teatro, en lugar de al revés.
No. Toda esa gente que vitorea, silba y hace fotografías con sus smartphones a la joven promesa de la pequeña pantalla cuando aparece, le es terriblemente ajena. El gancho de la producción, finalmente, no ha sido ni su apellido -Falcón, de los falcones que llevan en estos menesteres tanto tiempo-, ni la acertada adaptación del guión de Mankiewicz. Valeria es una sombra del set, un elemento de atrezzo más entre toda la escenografía. El futuro ha llegado demasiado rápido, ¿qué lugar corresponde ahora a los de siempre? Incluso: ¿qué es el teatro? Pensándolo bien, parece que la vieja gloria Ana Urrutia -que para el mundo tenía más ahora de lo primero, de vieja, que de lo segundo- lo sabía con certeza desde hacía años. Ella que tanto vivió, fumó, discrepó, consumió, mordió, abrasó, folló y maldijo, aseguraba que el teatro eran los empresarios, la taquilla y escribir -parafraseando a Lope- “por el arte que inventaron / los que el vulgar aplauso pretendieron, / porque como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto”. Sin embargo Valeria, con tantos gustos y disgustos a sus espaldas, con tantos hitos en su currículum de artista, seguía sintiendo un profundo respeto por su profesión. Aunque ya no reconociese sus límites».
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