El eco de los aullidos de los lobos fue la melodía que dio paso al trance. Poco a poco, su consciencia fue acogiendo una visión que esperaba desde el día de su bautismo como hombre, hacía décadas. La sensación era inenarrable, una vez de retorno a la vigilia, le fue imposible transmitirla con palabras a todos los allí presentes, que expectantes, contenían el aliento ante la revelación que creían, tendría lugar. Pero lo experimentado era demasiado espantoso para ser contado, debía ser encerrado bajo la llave del silencio en la mente de una sola persona, nunca permitiría que una verdad tan atroz escapase de su secreto.
Las imágenes traían voces que nunca pudo escuchar el ser humano. El suelo se abrió, las aguas se agitaban, abominaciones cósmicas de apariencia indescifrable, hicieron acto de presencia en la Tierra, penetrando en la realidad desde explosiones que ennegrecían el viento, para poner una horrible rúbrica a la existencia. La sangre le golpeaba frenéticamente en la sien, su cuerpo se movió espasmódicamente, mientras su piel palidecía más y más. Eso le contaron al volver a la realidad. Jamás podría volver a conciliar el sueño. Aún restallaban en sus tímpanos las aborrecibles palabras, graves hasta el extremo más terrible que pudiese evocar la fantasía humana. Esas extrañas letanías, consumirían todo rastro de vida sobre la faz del planeta, aniquilarían a todos los espíritus en que habían creído sus antepasados. Tras esto, el mismísimo futuro sería devorado. Él sabía la fecha y hora exacta en que todo esto ocurriría. Pero nunca nadie oiría tal invocación a los desconocidos. Nadie, hasta que llegase el fin del mundo.
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