Los antiguos habitantes del lecho de los ríos les llamaban Nual, que significa, aproximadamente, mensajero. Eran venerados en altares manchados por la ignominia, adorados mediante rituales, que afortunadamente, cayeron en el olvido. En otro rincón del Universo, seres carentes de aspecto, en el sentido en que nosotros lo concebimos, evitaban el contacto con ellos, escurriéndose entre dimensiones como engullen las grietas de las rocas el agua de lluvia. Todos los seres que pueblan el cosmos, cualquiera que sea su procedencia, los rehuyen. Los Nual han representado, desde su origen incierto, el advenimiento de grandes desgracias. No habitan en ningún lugar que se conozca. Razas que alcanzaron un desarrollo muy notable en la ciencia de la metafísica, perecieron y se extinguieron antes de descubrir nada acerca de los Nual, quién sabe si tal vez a raíz de este afán de conocer lo incognoscible.
Se cuenta que ellos han escapado a las normas que rigen el funcionamiento de su Todo, que lograron desvincularse y fueron malditos y expulsados, sin posibilidad de reintegrarse a la Lógica. Probablemente, el precio que pagasen fuese mayor de lo que se piensa. Desde aquel momento vagan de un rincón a otro del espacio material, batiendo sus gigantescas alas de polilla a través de la negrura. Su tamaño no es determinable en ninguna medida humana. No caigan en el error de pensar en algo gigantesco, o microscópico, sencillamente no es susceptible de ser cuantificado. Lo único cierto, es que cuando aparecen, portan consigo un mensaje de dolor y sufrimiento. Es el precio que pagaron por entender una pequeña fracción de la Ley.
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