Tengo depositada en la ciencia una confianza que roza prácticamente la fe religiosa. Hace tiempo que creo que es una de las pocas herramientas que tenemos para dar un vuelco a nuestra existencia, para cambiar el rumbo y dirigirnos hacia algún lugar mejor. La ciencia es imprevisible, en cualquier momento puede aparecer algo con lo que nadie contaba, algún descubrimiento que nadie pudo contemplar, un nuevo fenómeno que escape a los planes de aquellos que lo tienen todo medido para mantener su hegemonía. También es cierto que es de la ciencia de la que surgen nuevas maneras de destruirnos, todo tiene su reverso tenebroso; y que los investigadores dependen de la financiación que reciben, y que son tiempos oscuros para ellos. Aún así, mantengo la esperanza. Día tras día hay una gran cantidad de personas trabajando para que el milagro se obre, consciente o inconscientemente. Desde la penicilina hasta Internet, pasando por la anestesia o los transistores; la ciencia nos ha fascinado con sus increíbles revelaciones, certificando aquello de que la realidad supera a la ficción. Este campo del conocimiento humano siempre me ha servido de inspiración a la hora de escribir. Admiro profundamente a los divulgadores científicos, como Asimov, Carl Sagan o Lem, por su capacidad para hacer próximo lo imposible. Recientemente he descubierto un concepto evocador y bello, enigmático y real, onírico y tangible: la superfluidez.

El superfluido (también llamado Condensado de Bose-Einstein) es un estado de la materia caracterizado por la ausencia total de viscosidad (lo cual lo diferencia de una sustancia muy fluida, la cual tendría una viscosidad próxima a cero, pero no exactamente igual a cero), de manera que, en un circuito cerrado, fluiría interminablemente sin fricción. Fue descubierta en1937 por Pyotr Leonidovich Kapitsa, John F. Allen y Don Misener, y a su estudio se lo llama hidrodinámica cuántica. Es un fenómeno físico que tiene lugar a muy bajas temperaturas, cerca del cero absoluto, límite en el que cesa toda actividad. Un inconveniente es que casi todos los elementos se congelan a esas temperaturas. Pero hay una excepción: el helio. Existen dos isótopos estables del helio, el helio-4 (que es muy común) y el helio-3 (que es raro) y se produce en la desintegración beta del tritio en reactores nucleares. También se encuentra en la superficie de la Luna, arrastrado hasta allí por el viento solar. Los dos isótopos se comportan de modos muy diferentes, lo cual sirve para examinar los efectos de las dos estadísticas cuánticas, la estadística de Fermi-Dirac, a la que obedecen las partículas de espín semi-entero, y la estadística de Bose-Einstein, seguida por las partículas de espín entero. Una característica del superfluido es que pueden atravesar cualquier objeto sólido o cualquier superficie no porosa, debido a su fuerte capacidad de oscilación, característica que demuestra los argumentos de Física Cuántica en contra de los de Albert Einstein. (Wikipedia).

 Al final adjunto un vídeo que ilustra sus fantásticas propiedades. Tras leer unos cuantos artículos sobre este estado de la materia tan asombroso, me quedé pensando. Una amiga nuestra se ha marchado cuatro meses a Corea, por tanto, la mejor forma para hablar con ella es vía Skype. En esta situación comunicativa, ocurre algo que solo la literatura podría haber concebido hace años: su cuerpo puede estar viviendo en la noche, mientras que su voz se escucha en una mañana soleada de primavera. La personalidad, el ser, se fragmenta y envía parte de sí mismo a otro lugar, en una especie de viaje astral inducido por la tecnología. Ahora parece algo muy evidente, y obviamente me consta que no es producto de la magia, pero me gusta recrearme en lo prodigioso de estos logros, tomar una cierta distancia y contemplarlos desde otra perspectiva. El ser humano es en cierta manera superfluido, puede atravesar barreras de tiempo y espacio, emitirse en forma de onda, fluir en la dirección contraria a lo esperado. Nuestras emociones, sentimientos, pensamientos, fluyen de individuo a individuo, de cultura a cultura, de siglo en siglo. Panta rei, todo fluye, como dijo Heráclito. Todo esto me viene a la cabeza mientras escucho Love will tear us apart, el alma superfluida de Ian Curtis, que se filtra por los poros del tiempo, eludiendo su desaparición física. Su cuerpo es polvo y ceniza, su espíritu encarnado en canción, inmortal.

Ian Curtis, de Joy Division

Bonus track:

 

Publicado por Eduardo Almiñana

Escritor y terrícola.

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