No sabía cómo había llegado a estar en aquella situación; alguien lo había metido en una especie de contenedor junto a tres personas más, para arrojarlos a todos posteriormente en mitad de un campo de batalla. Tras darse de bruces contra el suelo, trató de levantarse y avanzar pero le resultaba imposible. Sus compañeros salieron antes de que pudiese ponerse en pie y huyeron a trompicones de la plaza en que se encontraban en medio de un gran estruendo. Se movían con dificultad, parecían estar bajo los efectos de alguna droga, seguramente la que habrían empleado para raptarlos. No reconocía aquel paisaje. Lo que más le desconcertaba era que no podía distinguir si la oscuridad sobre sus cabezas era el cielo o un techo, por tanto existía la posibilidad de que estuviesen en un recinto cerrado. Mientras observaba el camino a través del cual habían escapado los otros, una gigantesca roca de aspecto cúbico se precipitó junto a él; debía pesar una tonelada y había estado a punto de aplastarlo. Aquella fue la advertencia necesaria para que hiciese acopio de las escasas fuerzas de las que disponía y emprendiese la fuga. Se incorporó, dio un paso y luego cuatro más; todo era borroso y no distinguía con claridad la ruta que debía seguir. El temible estruendo no cesaba. Le pareció escuchar pasos tras él, al girarse comprobó que otras personas caminaban en su dirección, pero no quiso esperar a recibirlos, no entendía qué ocurría y no quería correr el riesgo de conocer sus intenciones. Las rocas llovían del cielo y rodaban por todas partes. Lo único que podía hacer era seguir el sendero, una extraña superficie de mármol pulido que contrastaba con la desolación que lo rodeaba. A varias decenas de metros se erigía una barricada de aspecto sólido, capaz de resistir el cataclismo de los meteoros. Sus perseguidores avanzaban lenta pero inexorablemente hacia su posición, cada vez estaban más cerca, y ahora estaba convencido de que eran hostiles, aunque iban tan desarmados como él. Una súbita descarga de adrenalina le llevó a correr a toda velocidad hacia el refugio; abrió la puerta de un empellón y se arrojó dentro. Cerró la entrada justo cuando le alcanzaban los individuos que le acosaban. Suspiró aliviado y se acercó a la única ventana de aquella trinchera rectangular. A pocos metros de allí, uno de sus compañeros permanecía inmóvil y exhausto en mitad del camino. Intentó advertirle de que no estaba solo, pero no parecía poder escucharle. Lo que ocurrió a continuación fue horroroso; uno de los perseguidores se adelantó al otro, ambos ataviados con un uniforme verde, de aspecto militar, y cuando llegó a la altura de su desconocido amigo, se colocó tras él, a un par de metros. Allí quedó quieto y expectante durante unos segundos mientras su compañero gemía de terror, lloriqueaba y maldecía su parálisis. De pronto, reanudó la marcha, rodeó el cuello del infeliz con un brazo y lo derribó. Desafiando todas las leyes del sentido común, con su víctima incapaz de moverse yaciendo en el suelo, comenzó a devorarlo. El pobre desgraciado gritaba y pedía auxilio, pero no se defendía. El espectáculo fue terrible, la abominación se prolongó durante lo que le pareció una hora, aunque no estaba seguro, había perdido la noción del tiempo. Cuando solo quedaba un esqueleto maltrecho y lleno de jirones de músculos, tendones y piel, ocurrió lo impensable. Una extremidad de proporciones bíblicas descendió del cielo, recogió el cadáver, y se lo llevó de vuelta a las alturas. En aquel momento, su mente colapsó. Se aferró a los barrotes de la ventana y gritó al máximo de su capacidad pulmonar. El atacante, terminado el festín, emprendió una carrera frenética y se alejó hasta que le perdió de vista, seguido por su compañero, mucho menos ágil. Imploró a quien fuera que pudiese escucharle, a esas alturas ya creía en cualquier cosa, rogó por su vida y a cambio solo recibió silencio, un silencio agónico y sepulcral que acabó con todas sus esperanzas. Deseaba morir allí, tumbarse y acabar con su sufrimiento, pero no había nada con lo que pudiese suicidarse. Su desgracia llegaba a tales extremos. Estando inmerso en estos pensamientos, la puerta se abrió de golpe; en el umbral había una mujer de la que no pudo adivinar su edad. Parecía joven, pero su mirada era la de alguien mucho mayor. Tenía el pelo sucio, y la ropa desgastada.

¿Quién eres?

No lo sé – le respondió ella.

¿Qué está pasando aquí? ¿Qué es todo esto?

Esto es el fin del mundo.

¿Qué ha pasado ahí fuera? ¿Quiénes son esos caníbales? – las palabras se alternaban con sollozos.

Es la ley, así debe ser.

¡Pero no había hecho nada!

¿Qué tendría que haber hecho?

El rostro de la mujer no mostraba expresividad alguna, parecía devastada a nivel emocional por el horror. No entendía absolutamente nada, las venas que inyectaban sangre a su cerebro palpitaban como si fuesen a estallar. Tampoco se acordaba con nitidez de qué hacía antes de estar allí, tenía la vaga sensación de una vida pasada, un sueño turbio que se desvanecía cuanto más trataba de recordarlo. Sin previo aviso, como poseído por una fuerza maligna capaz de hacerse con el control de su sistema motor, se lanzó a la carrera de nuevo hacia el camino. Miró hacia atrás y vio como ella le miraba desde la distancia, y creyó intuir algo macabro en su aspecto, no deseaba cruzársela de nuevo. Las increíbles piedras castigaban el campo sin piedad, pero nunca caían sobre él. Pronto se acostumbró a su presencia, y se centró únicamente en sobrevivir. No sabía bien cómo, pero debía despertar de aquella pesadilla, volver a lo que ya era únicamente una neblina prometedora, pero vaga e inconsistente. Durante un tiempo no volvió a toparse con nadie, por lo que pudo estudiar mejor el entorno: además de las barricadas y las plazas junto a las que iba pasando, veía un edificio gigantesco siempre a su izquierda, un bloque de piedra multicolor con un portón en cada lado. Su aspecto era imponente y terrorífico, pero parecía ofrecer resguardo. A él se llegaba por varias pasarelas elevadas precedidas por unos escalones, hasta el momento había pasado tres pero estaban bloqueadas. Acababa de dejar atrás la última de ellas cuando divisó a un chico, con unos vaqueros raídos y una camiseta roja de manga corta, que descansaba en mitad del sendero. Parecía inofensivo, pero había aprendido rápido que no podía ser confiado en aquel lugar. De vez en cuando oía gritos de dolor y chasquidos de dentelladas, que le traían el recuerdo del diabólico suceso que había presenciado. El joven continuaba allí parado, con los brazos en jarras y resoplando. No advertía su presencia. A medida que lo contemplaba, un extraño furor crecía dentro de él. Era una combinación de ira, lujuria y odio. Nunca se había sentido así, pero por otra parte, jamás había estado en aquellas circunstancias. No le tenía miedo, se sentía un cazador, y disfrutaba con la sensación. Poco a poco se dirigió hacia él, caminaba primero tranquilo, con la cabeza apuntando hacia el suelo pero con la vista puesta en el frente. Después comenzó a trotar, y finalmente emprendió una carrera salvaje, avanzaba desbocado como un caballo furioso. Ni siquiera le vio llegar: solo se percató de su existencia cuando se abalanzó sobre sus espaldas, colocándose a horcajadas. El chico cedió a su peso y cayó contra el mármol. Estaba indefenso y no ofreció resistencia.

Al terminar no hubo culpabilidad, remordimientos o arrepentimiento. Había consumado su transformación en bestia. Con la sangre deslizándose todavía por su cuello, una oleada de euforia sacudió sus músculos, que le impulsaron a toda velocidad hacia la cuarta pasarela, un pasillo glorioso al que llegó cuando la extremidad imposible descendía para recuperar los restos del irreconocible joven. Allí se detuvo y se deleitó con el caos manifestado en todo su esplendor. Le maravillaba el asombroso espectáculo de las rocas precipitándose furiosas desde el cielo abismal; disfrutaba con el sonido de la muerte, con las estampidas obscenas del resto de gente y los banquetes ocasionales. Fatigado pero satisfecho avanzó hasta la puerta en la que desembocaba el puente colgante, que se abrió con un tremendo chirrido. El interior del edificio era la redención, el Valhalla de los más aptos, la justicia en su máxima expresión. Para su sorpresa, encontró a dos de sus compañeros de secuestro, que reposaban sentados en el suelo de la sala, con forma triangular. Cuando se disponía a preguntarles por su experiencia, y a informarles de la pérdida del cuarto de ellos, la puerta volvió a abrirse, y allí, en el umbral, apareció aquel al que había visto perecer a manos de uno de los antropófagos uniformados. Su rostro no reflejaba ningún tipo de preocupación, había vuelto de entre los muertos y se acercaba a él, impasible, cansado pero entero. En ese momento, la puerta se cerró de golpe, y una carcajada atronadora resonó dentro de la atalaya. Todo comenzó a temblar, el sonido de las rocas se había apagado pero había sido sustituido por unas voces inimaginables que se comunicaban en alguna clase de idioma imposible de reproducir. La bóveda del refugio en el que había creído encontrar la paz se levantó, y contempló con horror un rostro que jamás habría podido soñar. El ser derramó su extremidad sobre todos ellos y los izó hacia el cosmos, parecía contento y satisfecho. En su mente solo se repetía una palabra, que repiqueteaba en sus sienes como un mar de campanas tañendo a difuntos, ¿cómo? Sin darle tiempo a pronunciarla, fue arrojado de nuevo al contenedor, un barril de color azul que se agitaba sin piedad, con una fuerza tal que pensó que le quebraría todos los huesos, y a medida que lo hacía, sus recuerdos se iban diluyendo de nuevo, la batalla que habían librado desaparecía poco a poco, hasta que al final todo fue un fundido a blanco y la inconsciencia.

No sabía cómo había llegado a estar en aquella situación; alguien lo había metido en una especie de contenedor junto a tres personas más, para arrojarlos a todos posteriormente en mitad de un campo de batalla.


Comentarios

4 respuestas a «Valhalla»

  1. Avatar de okoriades
    okoriades

    El eterno retorno…¿a la nada?

    1. Avatar de edureptil
      edureptil

      Incluso si lo relees con atención, un popular juego de mesa de proporciones cósmicas! 😉

  2. He estado pensando un rato que era un risk mutante (por ejemplo), hasta que he caído en el detalle de la camiseta roja… ¿Con qué color jugaba tu protagonista?

    1. Avatar de edureptil
      edureptil

      Azul! 😉

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