Kanikosen, revolución a bordo del pesquero

Kanikosen el pesquero.

Hacía ya bastante que quería escribir sobre este maravilloso libro. Kanikosen, el clásico de la literatura libertaria japonesa escrito por Takiji Kobayashi allá por 1929, narra las calamidades de los cuatrocientos trabajadores que a bordo del Hakko Maru, tratan de ganar unos míseros yenes que les permitan, si no vivir, sobrevivir. Sin embargo, este objetivo, sobrevivir, se convertirá en algo realmente difícil de alcanzar precisamente allí, en el barco, donde el patrón, la inmundicia o las tormentas, los llevarán más allá del límite.

‘Sake, sake, sake. Madres despidiendo a sus hijos de catorce y quince años, que son el blanco de bromas de alto contenido sexual por parte de los pescadores con los que convivirán durante meses. Barcos de vapor, boyas, vendedoras ambulantes, lanchas desplazándose de barco a barco como chinches o piojos. Hollín por todas partes, trozos de pan flotando en el agua. Un nauseabundo aroma a fruta podrida. Más sake. La tripulación del Hakko Maru, un barco conservero de cangrejos que es más una oxidada factoría flotante que una embarcación en condiciones, es una auténtica colección de miserias: jornaleros-pescadores arruinados, exmineros con los pulmones destrozados, campesinos a los que robaron sus tierras, estudiantes asfixiados por las deudas contraídas con el Estado. Nadie parece querer estar allí, pero lo que es seguro, es que nadie dispone de muchas más opciones. «Vamos hacia el infierno», dice alguien. Se equivoca. El infierno sería mejor.

La vida de los más de cuatrocientos trabajadores del Hakko Maru vale menos que una lata de cangrejo de las que procesan a diario. Corren los años veinte y la pesca de este crustáceo es enormemente lucrativa para algunos, que no son precisamente quienes faenan hasta la extenuación en el peligroso y helado mar de Kamchatka. Los yenes van a parar a los bolsillos de directivos bien alimentados, directivos que hacen recuento de sus beneficios en Marunouchi, en el centro mismo de Tokio, mientras los desgraciados que sacan a los cangrejos de las redes van deshaciéndose por dentro y por fuera a causa del beriberi, el frío, los accidentes habituales o las palizas constantes del patrón’.

Puedes leer el artículo en su medio original aquí.


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