#Maneras de herir a Iván Vergara [4]

Al principio, simplemente ayudaba a un viejo español a hacer arroz de forma ambulante. Eso era antes de ser El gran hombre, Iván el Terrible, nombre artístico con el que se rebautizó. Al principio, recorrían las ferias más repugnantes y sórdidas del país, con sus paelleras a cuestas, cargados como asnos por unas cantidades irrisorias. Al principio, el negocio era un fracaso, el anciano no era ni tan siquiera valenciano, sino canario, y sus platos eran tan lamentables como su pretendida vestimenta tradicional de su supuesta ciudad de origen. Fue en una de aquellas citas, a mediodía en medio de un pueblo sumergido en el desierto, polvoriento y caliente como el verano en el infierno, cuando comenzó su leyenda. Era imposible sentirse un ser humano digno en medio de todo aquel estrépito de aceite chisporroteando, salpicándole la piel y dejándosela llena de marcas de quemaduras. El viejo le daba órdenes mientras abanicaba su cuerpo ajado por el inexorable paso del tiempo. Su rostro era un mapa de todas las arrugas de la Humanidad. Estaba moteado como un leopardo a causa de las constantes abrasiones, tenía una infinidad de puntos rosados por todos los brazos. Desde luego, no quería acabar como él. Ni siquiera sabía por qué seguía aceptando este trabajo. Era insoportable, pero por lo menos tenía algo. Aquel día, la feria estaba repleta de gente. Se había acostumbrado a no prestar demasiada atención a los clientes, lo cual tampoco era difícil debido a la indiferencia que él mismo suscitaba. Acababa de echar el arroz, siguiendo la receta marca de la casa, cuando de pronto sintió unas ganas irremediables de vomitar. Le pidió al abuelo un momento para airearse, aprovechando que de igual manera tenía que esperar veinte minutos, y se dirigió a toda prisa detrás de una casa, que lindaba directamente con el desierto. Se apoyó contra la pared con las dos manos conteniendo las náuseas. Probablemente los vapores de aquella paella repulsiva acabarían por matarle. Mientras reflexionaba acerca de una posible intoxicación, algo llamó su atención por el rabillo del ojo. Dicen que la vista capta mucho más de aquello en lo que nos fijamos, bien, en aquel casó su cerebro no descartó la información. Una extraña silueta se encontraba fija entre la nada, recortada por el sol abrasador. El aire ondeaba a causa de la temperatura, pero a pesar de los grados a los que debía estar la tierra, el individuo iba descalzo. Sentía su mirada punzante, y una irresistible atracción que le impelía a acercarse. Repentinamente, las arcadas se atenuaron. Se encaminó hacia allá, sin ningún motivo aparente. A medida que se acercaba, veía con más nitidez la figura. Pese a lo terrible de la visión, siguió hasta llegar a su encuentro.

-Bienvenido Iván -dijo la criatura con una voz mitad humana mitad animal.

-¿Bienvenido a dónde?

-A mi casa.

La silueta humana había dado paso a una especie de sátiro: patas de cabra, torso humano y cabeza de macho cabrío, con unos cuernos que se elevaban como un metro.

-¿Qué eres?

-Es obvio.

-¿Qué quieres de mí?

-Quiero hacer de tu vida un paraíso, quiero elevarte a las cimas más altas del éxito, rodearte de lujo y darte todo aquello que ni en tus sueños más perversos lograste imaginar. Quiero darle un giro a tu nauseabunda vida y darte otra oportunidad.

-¿Por qué?

-Oh, vamos, esto que es, ¿una entrevista? ¿Eres un jodido periodista o algo así? Porque me había parecido que eras un puto pinche de cocina de un viejo desgraciado. Los humanos siempre buscando motivos, vuestro ridículo intelecto siempre convencido de que las cosas tienen que ocurrir por alguna razón, bien, pues escucha, te diré algo, “razón”, “causa”, “motivo”, son conceptos exclusivamente humanos. No se aplican en todos los planos de la realidad, ¿entiendes?

-Creo que no, pero, ¿cómo podrías hacer algo así?

-Simplemente tienes que aceptarlo, y será.

-¿Tengo que darte algo a cambio? ¿Mi alma? ¿Es eso lo que quieres?

-¿Alma? Estúpido cocinero, por favor, no me digas que te has creído toda esa cháchara cristiana del alma. ¿En serio? Vamos, confiaba en que los jóvenes de ahora eráis más ateos. No hay alma. Nada, sólo materia orgánica, cuando mueres te pudres, sin más. ¿Magnífico no? Ah, y tampoco te unes a un todo, al Brahman, ni nada así. Te pudres, eso es todo. Tu carne se convierte en material fecal que sale del culo de un gusano. No tienes nada que me interese, lamentablemente. No hay trato, simplemente tienes que permitirme que lo haga.

Durante unos instantes que se le hicieron eternos ante aquella presencia, meditó sobre las posibilidades de vivir con comodidad para el resto de su vida a cambio de nada. La reflexión duró cinco segundos.

-Está bien, acepto.

En ese momento la criatura le cogió del cuello con uno de sus brazos y lo tiró al suelo, poniendo su rostro a escasos centímetros de su cara.

-Estupendo, ahora permíteme que te dé un recordatorio de este momento tan singular, para que no te olvides de mí.

En ese momento, le cogió la cabeza con la mano abierta por un lado, y apretó su pulgar contra su frente, que comenzó a arder bajo el dedo, pudiendo oler el aroma de la piel chamuscada.

-Ahora llevas la marca de Caín, para que no puedas negarme nunca. Te acompañará allá donde quiera que vayas, no hay cirugía que la repare, no hay maquillaje que la oculte. Es mi firma personal.

La criatura se incorporó y le miró como a un parásito. Desde el suelo, veía su aspecto imponente, y sobre él, un cielo rojizo en el que revoloteaban cuervos, buitres, y otros seres que no reconoció y que jamás volvería a ver.

-Ah, antes de irme, toma este papel, en él está escrita la fórmula que hará todos tus sueños realidad.

Habían pasado siete años desde aquello. Cuando se levantó del ardiente suelo del desierto, corrió a la estación del pueblo, se montó en un autobús y no volvió a ver al viejo. Al día siguiente, leyó sobrecogido como murió de un infarto en el mismo momento en que lo abandonó, cayendo sobre la sartén ardiendo, convirtiéndose en un ingrediente más de su producto estrella, lo cual le convirtió sin duda en noticia destacada de un ridículo periódico local. Había entrado en el hall of fame de los parias. Cuando leyó el papel que le había dado, ya en un piso alquilado triste y quejumbroso de una ciudad de segunda, maldijo entre dientes. Allí solo había una receta de paella, aunque con algunos ingredientes y tiempos que a primera vista parecían imposibles. Era un orden inverosímil. Con todo y con eso, probó a prepararla, y cuando la probó no pudo más que derramar unas lágrimas. Era lo más delicioso y maravilloso que había saboreado en toda su puta vida. A partir de ese momento, inició un pequeño negocio local que se acabó convirtiendo en una cadena, que acabó extendiéndose por todo el mundo, que a su vez le hizo inimaginablemente rico y millonario. La cicatriz incluso le hacía más atractivo, aunque no estaba seguro ya de si su aspecto era el que provocaba que se le acercasen las mujeres, o su portentosa cuenta en el banco. En aquellos círculos no te podías fiar de nadie. Nunca volvió a ver al que sin duda debía ser el Diablo.

Era el apogeo de su gloria, tenía tanto dinero que no sabía que hacer con él. Se había ido metiendo poco a poco en toda una serie de negocios turbios, que le proporcionaban más y más fortuna. Tráfico de drogas, de armas, ataques financieros a países… un sinfín de operaciones oscuras e increíblemente lucrativas. Su conciencia, si es que la había tenido alguna vez, se había ido diluyendo en el fondo de un vaso de whisky rescatado de la bodega de un barco hundido en medio del océano -tan sólo diez botellas fueron recuperadas-. Podía conseguir lo que quisiese, a excepción de borrar esa marca. A lo largo de los últimos siete años había pensado en si realmente aquel ser que creyó haber visto era real o una alucinación por el calor y el malestar. Todo era difuso, pero la cicatriz era nítida. En mil ocasiones le habían preguntado cómo se la había hecho, y cada vez salía con una historia distinta. Era su broma personal, la que hacía las delicias de todos los lameculos de su entorno cuando le acercaban a algún individuo para presentárselo. Eh Iván, ¡cuéntales como te la hiciste! Desde que se convirtió en una persona de éxito, no habían sido pocas las ofertas que había recibido para vender la receta que le había hecho millonario. Pero siempre se negaba, de hecho, no sabía siquiera si tenía el derecho a hacerlo. La ocultaba en su cabeza, el único lugar del que se fiaba. Con el fin de que no se filtrase, había automatizado el proceso en distintos puntos, de tal manera que si bien los cocineros tenían cierta autonomía, había detalles que desconocían.

Se había hecho de noche, vio caer el Sol sentado en el sillón de su despacho, de cara a una cristalera enorme que permitía ver hasta el rincón más oscuro de la ciudad, que se abría ante él, como un ente que respiraba y sentía compasión de sí mismo. Su piso era el ático del edificio, le gustaba estar cerca del trabajo. Cogió un su maletín, sus gafas oscuras y su chaqueta de piel de cocodrilo y salió al rellano. Llamó al ascensor, un aparato lujoso y barroco, de un estilo ostentoso hasta el disparate, que tanto gustaba a las sanguijuelas de su calaña. Las puertas se abrieron con un ding, ya dentro, se miró al espejo y marcó el botón que llevaba al ático. La luz parpadeó un instante, y cuando se estabilizó, allí estaba Él. Tenía el mismo aspecto que la primera vez que lo vio. Los dos miraban hacia las puertas, se sentía paralizado por una mezcla de terror, desconcierto y terror de nuevo.

-Buenas noches viejo amigo.

-Buenas noches, ¿qué haces aquí?

-Oh, bueno, he venido a por ti.

-¿Cómo?

-Ah, sí, a por ti. Te vas a venir conmigo, tu momento ha llegado.

-¡Pero si me dijiste que no había letra pequeña!

-¿Eso dije? Es verdad, bueno, te mentí, ¿qué quieres? La mentira es algo cotidiano, ocurre a menudo, tú mientes compulsivamente, la prensa, tus abogados. No me dirás ahora que te indigna la mentira, es tu idioma, tu forma natural de expresión.

-¡Pero dónde me vas a llevar!

-Creo que sabes la respuesta a esa pregunta. Pero no es como te lo imaginas, de veras, no hay fuego eterno, no hay almas en pena, ni nada por el estilo. Es mi tierra, sin más, un lugar al que no se llega de forma corriente. Tú vas a venir conmigo, pero no morirás, allí hay que estar vivo. Como te dije, después de la muerte solo hay gusanos y la nada más absoluta.

-Pero para qué, ¿qué te puedo dar?

-Compañía, me gusta rodearme de gente corrupta y despreciable, y tú, viejo amigo, cumples esas características. Te has ido volviendo un humano con menos escrúpulos a medida que tu bolsillo se llenaba. Pero créeme, lo pasaremos bien, aprenderás, conocerás gente nueva, volverás a ver a otros que conociste, y quién sabe, tal vez te deje volver dentro de un tiempo a tu mundo. Bueno, prepárate, allá vamos.

De pronto, el ascensor comenzó a moverse de forma horizontal, y tras unos metros imposibles, cayó en picado. La criatura sonreía, mostrándole sus dientes de cabra. La caída duró apenas unos minutos, finalmente, el ascensor llegó a su destino, y se abrieron de nuevo las puertas. Titubeante, miró al exterior. Aquello era un espectáculo inimaginable, sobrecogedor. Era terriblemente… bello. La criatura se giró hacia él, satisfecho, y con su voz venida de la noche de los tiempos le dijo:

-Bienvenido al Reino de los Cielos hermano.


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