#Maneras de herir a Iván Vergara [5]

Nadie ejecutaba la hurracarana con tanta precisión como él. Había depurado su estilo en combates de lucha libre en su ciudad, incluso podría decirse que se había hecho un nombre como Rey Azteca en los años en que compitió en un circuito de segunda. La necesidad y el impulso de conocer mundo le habían hecho emigrar a España, en concreto a Sevilla, donde se había asentado y llevaba una vida aparentemente tranquila como editor y camarero. Sin embargo, pese a haber dejado mucho atrás en México, había algo que nunca había abandonado: el germen de la lucha. Por esta razón, al poco de llegar, decidió retomar su alter ego, pero esta vez, quería que los impactos se produjesen de verdad, que la sangre brotase de las heridas, que los hematomas fuesen un dulce trofeo al día siguiente. El Rey Azteca, con sus mallas verdes fosforescentes, su máscara imposible y su torso al desnudo, clamaba por sacrificios humanos, necesitaba dolor, y el dolor le necesitaba a él para reproducirse.

Las ciudades de hoy en día necesitan anti-héroes, pensaba mientras se preparaba para su último asalto nocturno. La víctima de hoy sería el encargado del bar donde trabajaba, un miserable sin escrúpulos que hacía de la vida de los empleados un infierno. A decir verdad, en ocasiones dudaba de si sus castigos eran proporcionados, pero qué demonios, era el Rey Azteca, estaba por encima del bien y el mal. Aquella noche el encargado se había quedado dentro del local tras cerrar, facilitándole sin saberlo su tarea de venganza sin límites. La persiana estaba bajada, pero conocía otra forma de entrar. Encaramándose a un cubo de la basura, saltó y se agarró a una marquesina, desde la que accedió a una ventana del edificio que no cerraba bien. Conocía este detalle porque había estudiado durante semanas el plan. Nunca dejaba nada al azar, salvo los detalles propios de la pelea, que era siempre distinta, a excepción del final, su fatality particular, la llave que le había consagrado como el ídolo de todos los que seguían sus peripecias por internet. Su labor como editor pobre y con pocos medios le había supuesto un gran desgaste mental, un deterioro irreparable de sus relaciones (familiares, de amistad y sentimentales), y una pérdida absoluta de los valores con los que creció, pero por otra parte, le había enseñado a manejar las herramientas de la Red como solo el ingenio del hambriento te permite aprender e innovar. Por ello, desde hacía unos meses había comprado el dominio reyazteca.com, desde el que vía streaming retransmitía sus proezas nocturnas. La página era sencilla: su logo, un visor de vídeo en el centro, un apartado con sus mejores palizas, y por supuesto nada de formularios de contacto. No quería groupies, tan solo que el mundo pudiese ver lo que el veía, los rostros de angustia de quienes sufrían su ira. Para ello llevaba una pequeña cámara en su máscara, a través de la que su público veía de forma subjetiva la acción. Ya en el interior del bar encendió el dispositivo, y comenzó el rastreo. Nunca hablaba, acaso algunos gritos para motivarse, pero nada más. La gente nunca sabía cuando iba a actuar, lo que alimentaba todavía más la necesidad de entrar en su página a todas horas. Se movía con sigilo, pronto descubrió dónde estaba su presa. Oía algunos gemidos y jadeos que provenían de la cocina. No sabía que hacía aquel pervertido pero en seguida iba a saberlo. Colocándose justo enfrente de la puerta, realizó unos rápidos ejercicios de calentamiento y se ajustó bien las mallas. El factor sorpresa era muy necesario, por lo que no llamó, sencillamente derribó la puerta de una patada y entró en la habitación de un salto. El encargado gritó aterrorizado, dejando caer al suelo el pollo con el que había estado segundos atrás disfrutando de una tórrida velada de coito contra-natura. Ese mismo pollo con el que luego preparaban los platos que servían a los clientes. No esperó a que se subiese los pantalones, se acercó a él y lo derribó de un puñetazo real y sin efectos de sonido. El tipo cayó sobre la plancha como en las películas, solo que la realidad superaba a la ficción en estos casos. Las manos y mitad de su cara aterrizaron sobre el metal, para rebotar y resbalar al suelo en medio del crepitar de la piel y una serie de gritos indescriptibles de dolor. A partir de ahora podría hacer de Freddy Krueger sin necesidad de maquillaje. A pesar de estar magullado, el individuo hizo acopio de una fuerza extra, del Fuá de aquellos que saben que su fin está próximo, y se levantó, llamándole hijo de puta y maldiciéndole de mil maneras distintas. No esperaba menos, esto no había hecho más que empezar. Era un hombre grande y fuerte, pero sin técnica, además, cegado como estaba por la ira no atinaba ni una. Manteniéndose a un metro de él y moviéndose como un boxeador alrededor suyo, fue esquivando todos los golpes que le lanzaba, y llevándole hacia el lugar idóneo para su final estelar. Imaginaba que en estos momentos ya se habría corrido la voz en las redes sociales, así que necesitaba ganar un poco de tiempo, para que los fans pudiesen ver el desenlace. Le atizó un par de puñetazos más, suaves, no quería dejarlo inconsciente. Todavía. Debió despistarse unos segundos, porque dio tiempo a su contrincante para que cogiese una sartén y le pegase en toda la frente, provocándole una herida, de la que notaba la sangre resbalando por la nariz dentro de la máscara. El impacto había sido fuerte, pero en cierta manera, le encantó, le dio la dosis de adrenalina que requería para el final, y además, desmentía ese rumor que circulaba acerca de que todo era un montaje, un fake más. No podía esperar más, descargó un par de golpes más contra el estómago del hombre, que soltó la sarten y se dobló con una mueca de dolor, momento que aprovechó para cogerlo del cuello, estamparlo contra la pared, apartarse unos pasos y comenzar el movimiento final. El tipo se deshizo de los pantalones, se subió los calzones, y corrió hacia él como si no hubiese mañana. Todo se puso a cámara lenta. Le veía aproximarse con el rostro desencajado, veía su saliva volar, su pelo agitarse, sus piernas desnudas y blancas en tensión. La imagen era grotesca. Por otra parte, escuchaba su respiración bajo la máscara, sentía la sangre y el sudor deslizándose; imaginaba el clamor contenido de sus seguidores desde sus casas. Cuando el individuo estaba ya lo suficientemente cerca, saltó ligeramente a la derecha para subirse a una caja de verdura, y de ahí hasta los hombros del tipo; en ese punto, le realizó una presa letal en el cuello, y aprovechando la inercia de la víctima, flexionó la espalda hacia atrás y alargó los brazos al suelo. Todo ocurrió en un segundo, la hurracarana era de manual, el hombre dio una voltereta y voló cayendo sobre su propia espalda, quedando completamente noqueado.

Levantándose del suelo, se quitó la cámara y miró hacia ella directamente, para júbilo de sus espectadores que gritarían enfervorecidos desde casa mientras trataban de capturar ese frame del que tal vez pudiesen extraer alguna pista sobre su identidad. Nunca lo conseguirían. El encargado estaba destrozado, además del hecho de que al día siguiente, cuando todo el mundo supiese a que se dedicaba por las noches, probablemente le imputarían un delito contra la salud pública, o algo así; no entendía bien de leyes, pero desde luego aquello que había visto no era en absoluto sano para nadie. Apagó la cámara y se apresuró a salir. Sin duda la policía se habría enterado y estarían yendo hacia allá. Subió a la azotea y desde allí saltó al edificio de al lado, y al siguiente, y mientras corría alejándose de la escena del crimen, pudo ver la ciudad en todo su esplendor, iluminada, sórdida y nocturna. Cuando ya estaba lo suficientemente lejos, se detuvo y se quitó la máscara. Inhaló con fuerza el aire ponzoñoso de la gran ciudad. Una sonrisa de satisfacción se le mantuvo en la cara mientras se cambiaba el atuendo por la ropa que oportunamente había escondido junto a una antena parabólica, de algún vecino que estaría viendo tranquilamente cualquier bazofia desde el sofá si es que no estaba durmiendo; en cualquier caso, ajeno a que El Rey Azteca había desaparecido hasta el próximo asalto y que allá arriba ya solo estaba Iván Vergara.


Comentarios

Una respuesta a «#Maneras de herir a Iván Vergara [5]»

  1. El fatality, el pollo y el Fua. 3 elementos que me han encantado!!

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